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por Juan Carlos Hidalgo
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Conocí a Rogelio a mediados de los años ochenta, justo en el momento en que la ciudad de México daba señales de que su cultura tomaba nuevos aires y se abría a expresiones anteriormente reprimidas, como el rock y la plástica de corte político o de revisión irónica de la religión.
Habían pasado las fiestas que organizaba en el Cultu-Bar El 9, localizado en la Zona Rosa, para presentar la revista La Regla rota. En aquel sitio de la calle de Londres el grupo actuaba dentro de una especie de malla de alambre que lo resguardaba del encendido comportamiento de los asistentes.
En aquel momento, los artistas tomaron el edificio Balmori de la colonia Roma y el pintor y promotor Aldo Flores impulsaba El salón de los aztecas e incluso organizó una entrega de premios a la que asistió Villarreal para colocar ejemplares de La Pus moderna –entonces su nuevo proyecto periodístico-.
Era el tiempo en que La última carcajada de la cumbancha (cercana a Barranca del muerto) presentaba a bandas debutantes como Café Tacuba, La lupita y Maldita Vecindad. Eran los mejores pasajes para los suplementos Sábado del UnomásUno y La Jornada Semanal (donde se instaló Juan Villoro tras un buen trabajo de Bartra).
Desde entonces, Rogelio Villarreal se distinguió por ser un convencido del periodismo independiente, de la necesidad de privilegiar la crítica elaborada con inteligencia y humor. Jamás fue complaciente e incluso señaló sistemáticamente los dislates y dispendios de las “grandes figuras de la intelectualidad nacional”.
Los años pasan y su nueva aventura, Replicante, alcanzó, al final del año pasado, cinco años de existencia, antes de dejar el formato físico para incursionar como una publicación digital. Pero no todo parece aciago en el panorama, es motivo de alegría que aparezcan dos nuevos libros de este agudo y punzante editor. Se trata de El tamaño del ridículo conprólogo de José Mariano Leyva y epílogo de Héctor Villarreal (Ediciones Arlequín) y Sensacional de contracultura, prologado por Jorge Flores-Oliver (Ediciones sin Nombre).
Conversamos con esta incomoda figura para el establisment cultural con la intención de repasar su trayectoria y hacer eco de la aparición de estas dos obras que servirán para completar la historia reciente del periodismo mexicano, más allá de las capillas y cotos de poder.
Has levantado desde cero revistas imprescindibles para entender la crítica y el trabajo independiente –de La Regla Rota pasando por La Pus moderna hasta llegar a Replicante, ¿cuál crees que ha sido tu aportación al periodismo mexicano?
—Una muy modesta, pero necesaria: darle cabida a muchos jóvenes y no tan jóvenes talentosos que querían publicar ensayos, narrativa, imágenes, cómics, crítica y hasta ocurrencias en un medio serio pero también sarcástico, formal pero antisolemne. Sobre todo porque, desde los años ochenta cuando empecé con La Regla, los espacios estaban copados, las revistas eran cotos de mafias oficiales y solamente publicaban las grandes firmas y sus pupilos.
Cuando publicaste aquel famoso e incendiario artículo en La Jornada semanal, en el que no dejabas títere con cabeza de las letras nacionales, se vivía un momento en que al parecer creadores y público seguían con atención a las distintas publicaciones. Hoy casi podrías culpar a alguien de asesinato en las páginas culturales y pocos de darían por enterados. ¿Esta el periodismo cultural atravesando por una enfermedad terminal?
—No, no lo está, pero sí atraviesa por una crisis terrible. Hay una notoria improvisación de los periodistas culturales, cada vez más impreparados y mal pagados, apresurados siempre por los jefes, recortadas las secciones culturales, los suplementos en extinción, las revistas desapareciendo… y además una evidente mezquindad de los pontífices de la cultura mexicana, que publican y cobran principescamente sus colaboraciones. A nadie le importa realmente la cultura, parece que se trata solamente de la búsqueda incesante de premios, de reconocimiento, de prestigio…
Después de que has sostenido animadas y amenas discusiones públicas sobre la extinción de lo que se entendía por contracultura, ¿se trata de una humorada que este nuevo libro tuyo se llame Sensacional de contracultura? ¿un irónico desplante? ¿Cómo es que decidieron llamarlo así?
—Sí, es una broma… la contracultura mexicana es más una cuestión de bravatas de cantina que de propuestas culturales de veras alternativas, diferentes, renovadoras… En los años sesenta fue subsidiaria de la contracultura estadounidense, pero la represión del gobierno acabó con ella. La que surgió después fue una mala copia, aún más, y muy pronto se integró al mainstream. Los grupos de rock, por ejemplo, sacaron a relucir su raigambre nacionalista y priísta, ondeando banderas mexicanas y gritando Viva México como el último de los mariachis.
Durante tu trayectoria hemos comprobado que no tiene porque estar reñida la inteligencia con el sentido del humor, ¿a que se deberá que el periodismo cultural tiende a ser solemne, aburrido, timorato y políticamente correcto?
—A eso, a que es timorato y políticamente correcto, no se permite saber más allá de los boletines de prensa, de las declaraciones, no investiga, no tiene curiosidad. Sólo quiere saber de grandes firmas, de Nobeles, de muertes famosas, de escándalos. Por supuesto, en el periodismo cultural, desparramado en todo el país, hay excepciones notables por su calidad, inteligencia y sensibilidad.
¿Cuáles son las principales diferencias entre ambos libros?, ¿qué es lo encontrará el lector en cada uno para que se haga de los dos?
—El tamaño del ridículo es una recopilación de textos sobre cultura y política, más recientes, que abordan el fenómeno de la intelectualidad que se rindió ante la demagogia izquierdizante y populista de López Obrador. Sensacional de contracultura es una colección de momentos desde los años ochenta a la fecha en que hubo brotes que apuntaban al resurgimiento de una cultura alternativa y resultó en un fiasco.
Cierto es que los periódicos y revistas deben adaptarse a los tiempos que corren, pero la desaparición de ediciones impresas, así como la casi extinción de los discos compactos, representan importantes pérdidas. En el primer mundo ahí viene el regreso del vinyl como una reivindicación nostálgica. ¿Qué le espera a las revistas, sólo el mundo de Internet?
—No sabemos… pero muy posiblemente sí, aunque siempre habrá publicaciones impresas de todo tipo. Una mayoría, incluyendo a Replicante, tendrá que adaptarse a la pantalla y desarrollar mejores estrategias de publicación digital. Nosotros ya hemos empezado.
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