Por Jorge Contreras Herrera
(Conferencia dictada en el teatro José María Heredia en Santiago de Cuba, el 7 de julio de 2009)
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Cuando leí el libro Yo Claudio de Robert Graves, se me imprimieron en la memoria estas palabras: este libro no es para las personas de mi época, ni siquiera de mi siglo, quizá en mil quinientos años se descubra lo que realmente pasó en Roma. Lo mismo Nietzsche en su Anticristo, menciona: los lectores de este libro aún no han nacido.
Han pasado 193 años del natalicio de nuestro poeta mexicano, Don Ignacio Rodríguez Galván, el primer poeta romántico de México y el primer escritor propiamente dicho, de la nueva nación. En una conferencia que di sobre Rodríguez Galván en la Biblioteca Central Ricardo Garibay del estado de Hidalgo me preguntaron: ¿es el tiempo el que condena al olvido o eleva a la gloria a un escritor?, respondí que es posible, pero quién mide el tiempo, si aun hoy se descubren pergaminos o rollos en las cuevas del Mar Muerto; cómo saber si el tiempo ha hecho o no justicia a un vate, si algunos poetas descubren después de siglos a otros poetas, de otras tierras y de otras lenguas. Han pasado 193 años del natalicio de nuestro poeta, y considero, que hasta 1994, se comenzó un acto de justicia a la memoria y obra de nuestro bardo, año que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y máxima casa de estudios de México, publicó su obra reunida.
En su tiempo conoció miseria y desdicha, sólo algunos lo admiraron y reconocieron como un grande de las letras, entre ellos sus amigos cubanos: José María Heredia, Antonio Bachiller y José Jacinto Milanés, en México debo poner en primer lugar al escritor Manuel Payno (1810-1894) quien fuera quizá, el único mexicano en llevar flores a la tumba de nuestro poeta en la cripta familiar de los Bachiller. Y fue Manuel Payno quien escribiera que Rodríguez de no haber muerto tan joven sería el William Shakespeare de América. Decir eso, en México, en aquella época, no era cualquier cosa, pues se acostumbraba, hacer crítica con severidad, y muy raras veces, se acostumbraba el elogio, y cuando se hacía, lo hacían con moderación.
Hoy estoy aquí, para agradecer la oportunidad de hablar de nuestro poeta y al mismo tiempo, la amistad cubana que le brindaron hasta la muerte y después de ella, al gran escritor Antonio Bachiller y Morales, a José Jacinto Milanés y por supuesto a José María Heredia quien muriera en México.
Don Ignacio, apenas de 26 años, salía por vez primera y única de México, su destino era Venezuela. El 15 de mayo de 1842 se embarcaba hacia la muerte, que encontró el 26 de julio del mismo año en la Habana Cuba.
Así como Ignacio Rodríguez también nací en Tizayuca, y todos los días, camino frente a una primaria con el nombre de nuestro poeta, a veces les preguntaba a los maestros, ¿quién era Ignacio Rodríguez Galván?, sólo me decían que un poeta que nació en Tizayuca, no me daban más información. Con el tiempo conocí algunos poemas, y para ése entonces ya escribía lo propio. En 2005 en un artículo periodístico de un amigo poeta local, decía que era el primer poeta hidalguense, por lo que me di a la tarea de buscar a un experto que pudiese dar una conferencia magistral sobre el tema de Rodríguez Galván y acercarlo más al interés de al menos los escritores hidalguenses. Mi búsqueda me llevó con el doctor en letras, Vicente Quirarte quien a su vez me recomendó al maestro Marco Antonio Campos, todo un experto en literatura del siglo XIX, quien aceptó participar con una conferencia en el 190 aniversario de nuestro poeta, quizá el único homenaje en ése año en todo el país, y sin duda, en todo el mundo.
La conferencia se realizó en el marco de la Feria del libro Infantil y Juvenil del Estado de Hidalgo. Algunos compañeros del Cecultah y yo asistimos, éramos los únicos escuchando tan hermosas palabras, podíamos ser contados con los dedos de una mano. Quizá, yo era el único verdaderamente interesado en el tema. Al concluir la conferencia, le agradecí al maestro Marco Antonio Campos, le comenté de mi amor por la vida y obra de Rodríguez, así como algún dato curioso que me pidió se lo mandara por correo electrónico, me obsequió dos de sus libros, La Academia de Letrán y Las Ciudades de los Desdichados, libros que hablan de nuestro poeta, sin embargo, me comentó que nunca había visitado Tizayuca.
Con los libros que reuní e historia sobre el propio Tizayuca, descubrí algunas cosas, posiblemente Guillermo Prieto (1818-1897) nunca estuvo en Tizayuca, sin embargo lo describe como un pueblucho donde los indios se embrutecen tomando una bebida alcohólica llamada el chinguerito. Guillermo Prieto veía desde un balcón muy alto a los demás y muy posiblemente es la razón por la que nunca elogió como se merecía Ignacio Rodríguez. Descubrí que Rodríguez se sentía inferior por su condición económica y se sentía feo y muy poco afortunado con las mujeres, estaba rodeado de grandes maestros de la literatura y era muy joven, se sentía por debajo de tan altas luces, sin embargo, era el que más comprendía la poesía y el que más era poeta.
Marco Antonio Campos en su libro Las ciudades de los desdichados, menciona que Ignacio Rodríguez nació el 23 de abril de 1816, quizá fue una errata, o bien, quiso darle un aire más romántico por ser el día internacional del libro y su relación con Cervantes y Shakespeare, pero la realidad es que según la partida de bautismo de la iglesia El Divino Salvador de Tizayuca, Ignacio nació el 22 de marzo de 1816, en medio de guerra y seguramente hambre e incertidumbre.
En el mismo libro, el autor reconoce una similitud entre el himno nacional y un poema de Rodríguez y sugiere la influencia que tuvo su poesía en Francisco González Bocanegra, autor de la letra del himno, el poema referido a la letra:
–
¡Guerra a los galos, guerra!
Megicanos volad,
Los mares y la tierra,
Con su sangre regad.
Nuestra frente hundir en la arena
El francés orgulloso pensó,
y al echarnos la dura cadena
De sus débiles manos cayó.
Ignacio Rodríguez Galván con apenas 20 años de edad, escribe una oda para solicitar su ingreso a la recién formada Academia de Letrán, su fundador Guillermo Prieto y Lacunza le responden con una cuarteta sibilina:
A la voz de cantos y dolores
Nuestra alma en muda comunión responde;
Si hoy el mérito tímido se esconde
La gloria un día le coronará de flores.
Hoy, las flores se comienzan a cortar, para su corona gloriosa.
Rodríguez representó la puerta al mundo para todos los escritores de principios del siglo XIX y como lo dice María del Carmen Ruiz Castañeda, autoridad en revistas del siglo XIX, el trabajo de Rodríguez es sólo comparable con lo que hizo José María Heredia y José Justo Gómez de la Cortina. Heredia dirigió los periódicos El Iris (1926), Miscelánea (1829-1832) y Minerva (1832-1833) y José Justo Gómez, El Zurriago Literario, los dos fueron las máximas autoridades periodísticas que comentarían las publicaciones de Año Nuevo que editaba Rodríguez Galván.
José María Heredia llegó de Cuba a México en 1819, cuando Rodríguez Galván tenía tres años de edad, en el año 1827, Rodríguez se trasladaba a vivir con su tío Mariano Galván Rivera, impresor y librero, quien hacía sitio en su negocio para realizar tertulias e intercambios literarios con los escritores que precedieron la inauguración de la Academia de Letrán, y como lo dice Marco Antonio Campos, la inauguración de la literatura mexicana propiamente dicha.
Heredia vivió en México sus años más creativos, ¿si Ignacio Rodríguez ingresó a la academia de Letrán a los 20 años, a qué edad hizo amistad con Heredia? A la muerte de Heredia en 1839, Ignacio tendría 24 años apenas, a dos años de morir también.
Heredia en su primera estadía en México escribe El teocalli de Cholula considerado el poema inaugural del romanticismo hispanoamericano, cito nuevamente a Marco Antonio Campos, Heredia fue para nosotros una figura cardinal en varias direcciones: como político, como legislador, como magistrado, como editor de revistas, y sobre todo como el gran poeta que fue…
Heredia mantuvo cercanía con algunos miembros de la Academia. Se sabe que fue amigo íntimo de Andrés Quintana Roo y admiró la poesía de Pesado y Mier, pero al final, nos dice Marco Antonio Campos, pondría casi las manos en el fuego, que, de que quien se sintió más próximo, fue de Ignacio Rodríguez Galván. No es difícil colegir la causa, hallaba en el melancólico joven a su alma gemela y veía asimismo, a un poeta de talento y a un promotor cultural imaginativo y perseverante.
Cerca ya de entrar a la casa de la noche, Heredia quería proteger con la ayuda del joven Rodríguez Galván, algo de su propia memoria biográfica y literaria. De la relación, contamos con cuatro hechos documentados que prueban la gran cercanía entre ambos: la constancia que dejaron “los amigos” de Rodríguez en un artículo necrológico en 1842, de que Heredia en los últimos meses de su vía dolorosa, llegaba arrastrándose a la librería del Portal de los Agustinos (librería de su tío, Mariano Galván Rivera) para conversar con el poeta de Tizayuca; el segundo, la inclusión en el número 7 de El recreo de las familias de dos poemas de Heredia, la desesperación y Dios al hombre y las referencia que escribe Eulalio María Ortega en la biografía de Heredia sobre la amistad de los dos poetas; el tercero, la nota de Heredia sobre Año Nuevo de 1839, publicada en el diario del gobierno, donde menciona pros y contras del anuario recién editado y analiza textos de Rodríguez Galván, para terminar exhortándolo a que huya de los vapores negros y pestilentes del romanticismo, y el cuarto las dos menciones sombríamente fraternales de Heredia que el propio Rodríguez hace en poemas suyos, como nos dice Marco Antonio Campos.
Hace falta mucho por escribir y más investigaciones que nos acerquen a la época que reseñamos y que nos permitan desarrollar nuestras propias opiniones y conclusiones. Para mí, tiene un halo de romanticismo y de hermandad entre los dos pueblos, el hecho que en el último verso de Rodríguez Galván, en un poema dedicado al poeta cubano José Jacinto Milanés (que tuvo un destino quizá más trágico que el de Rodríguez Galván), alude al cubano al incluir el nombre de Heredia como postrer recuerdo:
…..
Mas huye de donde entornadizo ondea
de libertad el estandarte al viento,
que de tiranos el impuro aliento
al genio daña y lo marchita en flor.
No empero pises las sangrientas playas
do la discordia lanza horrendo grito,
ni mucho menos el país maldito,
que a Heredia fue de luto y dolor.
Se ha dicho, que Ignacio Rodríguez Galván, tuvo influencia de José María Heredia, es dudoso ya que tuvieron poco tiempo de conocerse y su amistad, fue más una identificación de espíritus. Pienso que Heredia, como un hermano mayor, comprendía perfectamente a Rodríguez y trataba de orientarlo, más que literariamente, en la esfera moral; le aconsejaba que dejara esa nube pestilente de vapores tóxicos del romanticismo, que elevara su espíritu a cielos más limpios. Pero la vida de Rodríguez fue dura desde su nacimiento, pues nació en plena guerra de independencia, justo diez años y un día después de nuestro prócer y benemérito de las Américas, don Benito Pablo Juárez García. La incertidumbre que causaba la guerra la ilustra esta anécdota, al huir su familia, olvidan al pequeño Ignacio de apenas ocho días de nacido en el jacal o casa provinciana, a poco de salir y darse cuenta del descuido, vuelven por él, según contaba su hermano Antonio y remataba desde entonces estuvo condenado al abandono.
Ignacio Rodríguez nace a los veinte años de matrimonio de sus padres, los señores José Simón Rodríguez Maldonado y María Ignacia Galván Rivera, quienes se casaron el 25 de noviembre de 1795, no se sabe cuantos hijos tuvieron, lo que podemos inferir es que no fueron pocos hijos, lo que sí se deduce, es que los hermanos Antonio e Ignacio Rodríguez Galván, fueron llevados por sus padres siendo niños de alrededor de once años, a vivir a la casa de su tío materno, Mariano Galván Rivera, por las dificultades económicas que vivían en esos tiempos.
El eximio poeta José Emilio Pacheco nos dice: De entre esas sombras sin voz ni rostro surgió Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), el primer escritor mexicano en el sentido de ser el primero que no se formó en las instituciones coloniales, refutó con su actividad y su obra misma las calumnias arzobispales y expresó el punto de vista del mestizo, el término con que tratamos de sintetizar la diversidad indostana y babélica de las castas. En su acta de nacimiento aparece como “español e hijo de españoles” y según Guillermo Prieto, su amigo y contemporáneo, “su aspecto era de indio puro”.
Hay en los comentarios que ofrece Guillermo Prieto acerca de nuestro poeta una cierta severidad, cuando menciona que es un joven con talento, y que promete si se esfuerza en mejorar: “Hagamos que dé su grito de presente, en esta revista, Ignacio Rodríguez Galván.
Era nativo de Tizayuca, poblacho del rumbo de Pachuca, dotado de tres monumentos que, si no le daban celebridad alguna, le valieron el nombre y honores de un pueblo.
Estos tres monumentos eran una iglesia que servía a las tres maravillas para esquilmar y embrutecer a los indios. Tenía tienda en que el chinguerito hacía el principal papel y las atarrías y aparejos figuraban entre comestibles; y una pileta con agua salobre para gentes y bestias, a las que llegaban ansiosas y se retiraban haciendo gestos los consumidores.
El aspecto de Ignacio era de indio puro, alto, de ancho busto y piernas delgadas no muy rectas, cabello negro y lacio que caía sobre una frente no levantada pero llena y saliente; tosca nariz, pómulos carnudos, boca grande y unos ojos negros un tanto parecidos a los de los chinos.
Era Ignacio retraído y encogido y solía interrumpir su silencio meditabundo con arranques bruscos y risas destempladas y estrepitosas. Entró como dependiente a la casa de su tío D. Mariano Galván Rivera en su librería del portal de los Agustinos; aseaba y barría la librería, hacía mandados y cobranzas y por su aspecto y pelaje parecía un criado.
El tío le alojó en su casa en un observatorio astronómico, de suerte que sus primeras relaciones fueron con los astros y con el infinito. Acaso alguna idealidad de las obras de Rodríguez refleja estas primeras impresiones.
En la librería había tertulia perpetua de literatos chancistas, clérigos de polendas, como el Dr. Quintero, Moreno Jové y otros, y poetas como Couto, Carpio, Pesado y algunos más. La discusión sobre libros y asuntos literarios impresionaron a Rodríguez, que no leía, sino que devoraba libros, sobre los que llamaba la atención de los parroquianos de Galván. Por sí, y con trabajo asiduo sobre toda ponderación, emprendió el estudio del francés, del italiano y del latín, y se proveyó de una erudición asombrosa en escritores y poetas españoles.
Comentarios de Guillermo Prieto en Memorias de mis Tiempos (1828-1853), sobre la personalidad extravagante de Rodríguez Galván.
¿Habrá sido Rodríguez Iniciado Masón por los contertulios del librero Galván como lo fue Víctor Hugo y Dumas, como lo fue Hidalgo y Morelos, como lo fue Ignacio Manuel Altamirano y el mismo Guillermo Prieto? Si había un observatorio en la librería de su tío, ¿habrán tenido una logia? Recuerda Prieto una anécdota sobre una reunión donde Ignacio se presentó con gran capa azul, el sombrero en la mano, la raya abierta en su negro cabello, sus dientes sarrosos, mirada melancólica y tierna, sus piernas no muy rectas, y de conjunto desgarbado y encogido.
Cómo lo habrán tratado sus amigos, no a todos les dedica un poema, una palabra, un verso, a los demás, muchos le dieron la espalda, o simplemente no le brindaron el apoyo que necesitaba, pues como se sabe vivió casi rayando en la miseria, a pesar de tener una preparación autodidacta tan amplia como menciona Guillermo Prieto, idiomas, editor, escritor. Tan sólo su amigo y benefactor José María Tornel logró darle un empleo como oficinista en su ministerio, para encargarse de la redacción de la parte literaria del Diario del Gobierno, trabajo en el que pronto ascendería por sus meritos y que finalmente le llevó a convertirse en Jefe de la legación mexicana en los países del sur, lo que sería hoy en día, un embajador.
Cuánto dolor guardó Rodríguez Galván, veamos qué pensaba de la amistad. La pregunta es a quiénes les dedicó estos versos, porque hay quienes fueron verdaderos con Rodríguez:
…Amistad sincera
Busqué en los hombres y la hallé… Mentira
Perfidia y falsedad hallé tan sólo.
… Y abandonado y solo
En la tierra quedé. Mi pecho entonces
Se oprimió más y más, y la poesía
Fue mi gozo y placer, mi único amigo:
Y misteriosa soledad de entonces
Mi amada fue.
El editor y autor contemporáneo Fernando Tola de Habich, agradece a Alejandro González Acosta el rescate del texto de la partida de defunción, gracias a las investigaciones de Roger González Mertell y Omar F. Mauri Sierra en la Habana, Cuba, gracias a ellos sabemos, que su Partida de defunción se encuentra en el libro 19 de Entierros de Españoles, folio 136 Núm. 1467, de la iglesia de Nuestra Señora de la Caridad de la Habana, Cuba y dice lo siguiente: “El día veinte seis de julio de mil ochocientos cuarenta y dos: se dio sepultura en el Cementerio General según consta en la papeleta al cadáver de D. Ignacio Rodríguez Galván individuo de la legación megicana, natural de Méjico y vecino de esta feligresía, soltero, se ignora el nombre de sus padres, no testó ni recibió los Stos. Sacramentos por su pronta muerte: era de veinte y seis años de edad y lo firmé: Anolay Domingo de Manzano.
Casi un cenotafio, pues no habría en su cripta, amigos y familiares que lo recordaran con cariño, quizá tan sólo con respeto. Aún no ha llegado el día en que sea coronado con laureles y flores.
La tragedia siguió a Rodríguez aun después de muerto, pues el cementerio General de la Espada en la Habana Cuba, que se fundó el 2 de febrero de 1806, fue destruido cuatro años después por un maremoto. Especialmente a los tizayuquenses nos interesa mucho saber si existe posibilidad de recuperar sus restos. Esta esperanza es exigua por lo que se sabe del funesto destino…
Cito a Manuel Payno en su vista a Cuba, Rodríguez, quizá cansado de la vida, presa de esos indefinibles sufrimientos morales que nos hacen odiar la existencia, hacía lo que verdaderamente pueden llamarse locuras. Comía en exceso, bebía vino, se asoleaba, se bañaba en horas desusadas, esto en un clima como el de la Habana en el mes de julio, le produjo un vómito prieto terrible. Fue atacado en la misma posada, en el mismo cuarto, y quizá en el mismo lecho donde yo duermo (calle del teniente del Rey, Hotel Francés). Luego de que se difundió la noticia de la enfermedad acudió Bachiller, lo transportó a su casa, situada fuera de la Habana y en un sitio ventilado y hermoso. Allí personalmente lo asistió como un hermano, le prodigó todos los auxilios de facultativos y medicinas; pero la enfermedad era mortal y nada bastó para contener su influjo destructor. Rodríguez en su enfermedad fue visitado por todos los jóvenes de la Habana y por multitud de personas, y si no miró en sus últimos momentos a sus amigos de México y a su familia, si vio que su genio y su excelente corazón le habían granjeado vivas y sinceras simpatías.
Bachiller tiene la honra de haber sido el benefactor de un mexicano desgraciado, y el generoso amigo del pobre poeta, a quien lanzó su fortuna de este lado de los mares, para ver en su postrer instante la belleza insular y cerrar los ojos para siempre.
A 167 años de su muerte duele que siga tan olvidado, no por falta de interés de sus lectores, sino por la falta de atención de las instituciones académicas y culturales, de sus responsables y divulgadores dedicados a investigar para acercarnos más a nuestras raíces, a nuestros predecesores. Asimismo pienso que es más grande levantarse al final de entre las cenizas del tiempo, para mostrarse como un pilar del edificio que albergará a las letras mexicanas.
A quienes tenemos el privilegio de haberlo leído, nos han cautivado los poemas de Rodríguez Galván, como se ha dicho en esta conferencia, la presencia de Heredia en su poesía es una constante, así aparece en el poema llamado “Por vez primera” escrito el 1 de noviembre de 1840:
Ya tendido expirando en lecho duro
De escarnio soy y lástima el objeto;
Ya entra de Heredia el pálido esqueleto
En mi oscura mansión
En vida y muerte, oh vate, infeliz fuiste;
Si en tu existir tocaste sólo abrojos,
Con muertos ignorados tus despojos
Yo confundidos vi.
Tú predijiste mi miseria cuando
En mi mano sentí tu mano ardiente;
Si no heredé tu númen elocuente,
Tú mala estrella sí.
Manuel Toussaint (Cd. México 1890-Nueva Cork 1955) escritor e historiador del arte, en 1939 en el centenario de la muerte de José Maria Heredia el gran poeta cubano, dictó una conferencia donde dijo, es raro no tener un artículo suyo acerca de Rodríguez Galván, de quien se sabe fue gran amigo, pero la explicación de esto, debe buscarse acaso en la juventud de Rodríguez y en quien fue quizás, el último amigo de Heredia.
No sé que tanto se sepa de Rodríguez Galván en Cuba, pero lo que ofrezco, son datos para hermanarnos más en nuestra historia literaria, porque los poetas, siempre preceden. Como ya se mencionó aquí, existe un artículo en que Heredia hace recomendaciones a Galván, pero eso no es lo sustancial. Lo trascendente, es lo que no se registró, las conversaciones de amigos, lo íntimo, su identificación, su hermandad, su anhelo por saberlo un hombre que logra salir del sufrimiento y mirar cada día más alto. Pienso que eso fue lo que guió a Bachiller en Cuba cuando prestó desinteresada ayuda a Galván que a pesar de esto murió joven.
Marco Antonio Campos nos recuerda que en esos tiempos, los poetas luchaban por la verdad, por la libertad, ahora los poetas, luchan por las becas, por los apoyos gubernamentales.
Cintio Vitier, en su ensayo, Introducción a los grandes románticos cubanos dice que La Epístola a Ignacio Rodríguez Galván, de Milanés, vale sólo por su última línea. Sin embargo los grandes poetas se equivocan, pues los criterios son técnicos, artísticos, y a veces no históricos, mucho menos circunstanciales.
Juzgue el lector dicho poema escrito por José Jacinto Milanés en respuesta lírica a tres días de la muerte de Rodríguez Galván:
Vate de Anáhuac, pues con tu lloro
quisiste honrar mi desmayado drama,
esa es la hoja mejor del lauro de oro
que codicioso demandó a la fama.
El bello corazón de la cubana
pintó no más, sin reparar quisiste,
en aquella hermosura sevillana,
hija infeliz de mis ensueños tristes.
Tiernas son nuestras bellas, y este clima
les da un hablar simpático y suave,
qué fácil entra en la española rima
y al corazón introducirse sabe.
Donde deja marcada su sandalia
la vil esclavitud, mandan las bellas
con ternura mayor. Así es Italia
con su cielo riquísimo de estrellas.
La causa debe ser –y así redimen
la vejación con que las tristes andan-
que donde más las hermosuras gimen
es más donde las hermosuras mandan.
Oh! Yo las amo. Y si la lira mía
su posición amargara suavizará
amor, y sólo amor resonaría
mientras el corazón me palpitara.
Mas ¿qué es la voz de un vate, eco perdido
de un ave triste en tempestad horrenda?
pula al que manda al pueblo embrutecido
y plantará la ilustración su tienda.
Pero no buscaré, como tú dices,
playa mejor en donde el libro goza
y entre sus hijas nobles y felices
la santa independencia se alboroza.
Que aunque supe adorar por dicha mía,
la libertad augusta, pequeñuelo,
y siempre detesté la tiranía
como amo al sol, como bendigo al cielo:
Aunque abomino al mandarín malvado
que a remachar mis grillos coadyuva,
nunca comiendo el pan del emigrado
pensé cumplir con mi adorada Cuba.
Hijo de Cuba soy: a ella me liga
un destino potente, incontrastable:
con ella voy: forzoso es que la siga
por una senda horrible o agradable.
Con ella voy sin rémora ni traba,
ya muerda el yugo o la venganza vibre.
Con ella iré mientras la llore esclava,
con ella iré cuando la cante libre.
Buscando el puerto en noche procelosa,
puedo morir en la difícil vía;
mas siempre voy contigo ¡oh Cuba hermosa!
Y apoyando el timón espero el día.
Julio 22 de 1842
Quizá José Jacinto Milanés era uno de los que mejor comprendía a Rodríguez, ya que provenía de similares circunstancias, familia humilde, autodidacta, lectura intensa y sensibilidad. Son aspectos que a veces olvidan los críticos, pero que para el lector sensible, esencial, son los que engendran mejor la poesía del mundo.
Quisiera extenderme hasta donde mis emociones conocen, pero es prudente concluir. Los poetas mayores nos han dicho: no puedes decirte poeta a ti mismo, deja que el pueblo te lo diga… Es el tiempo el que consagra tu obra y mucho más… Considero que es menester de los artistas creer en lo que hacen, en lo que hacemos. Nosotros dictamos y decimos y otros siguen, así que creamos sinceramente en lo que hacemos. El tiempo es un parpadeo o una noche larga…, al final, habrá alguien que descubra lo que hay bajo el sol.
Manuel Payno el escritor y diplomático, lo dijo refiriéndose a Ignacio Rodríguez Galván, de no haber muerto tan joven, hubiera sido el William Shakespeare de América, yo, le creo.
Y me despido con el poema que escribió Ignacio Rodríguez Galván sobre el vapor que lo llevo a Cuba:
Adiós, Oh Patria Mía
A mis amigos de México
Alegre el marinero
en voz pausada canta,
y el ancla ya levanta
con extraño rumor.
De la cadena al ruido
me agita pena impía.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
El barco suavemente
se inclina y se remece,
y luego se estremece
a impulso del vapor.
Las ruedas son cascadas
de blanca argentería.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
Sentado yo en la popa
contemplo el mar inmenso,
y en mi desdicha pienso
y en mi tenaz dolor.
A ti mi suerte entrego,
a ti, Virgen María.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
De fuego ardiente globo
en las aguas se oculta:
una onda lo sepulta
rodando con furor.
Rugiendo el mar anuncia
que muere el rey del día.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
Las olas, que se mecen
como el niño en su cuna,
retratan de la luna
el rostro seductor.
Gime la brisa triste
cual hombre en agonía.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
Del astro de la noche
un rayo blandamente
resbala por mi frente
rugada de dolor.
Así como hoy la luna,
en México lucía.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
¡En México!… ¡Oh memoria!…
¿Cuándo tu rico suelo
y a tu azulado cielo
veré, triste cantor?
Sin ti, cólera y tedio
me causa la alegría.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
Pienso que en tu recinto
hay quien por mí suspire,
quien al oriente mire
buscando a su amador.
Mi pecho hondos gemidos
a la brisa confía.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
[A bordo del paquete-vapor Teviot, navegando de la baliza de Nueva Orleáns a La Habana. Domingo 12 de junio de 1842.]
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Jorge Contreras Herrera (Tizayuca Hgo.,1978) Poeta, escritor, promotor cultural, autor de los libros de poemas: ¿Quién Soy Otro sino Tú? y Poemas del Candor, editorial Fridaura, compilador de la antología Tributo a Sabines: he aquí que estamos todos reunidos.
–
El Ángel caído y otros poemas de Ignacio Rodríguez Galván, en la biblioteca virtual, http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/angel/1.html
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