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Archive for the ‘El Escritor del Mes’ Category

Escritor y poeta, vivió en carne propia la Revolución Mexicana y alcanzó gran fama, iniciador de la literatura poética contemporánea, es considerado el poeta nacional; su obra suele encuadrarse en el postmodernismo literario.

Nació en Jerez, Zacatecas, el 15 de junio de 1888, primero de nueve hijos del abogado jalisciense José Guadalupe López Velarde y Trinidad Berumen Llamas, una familia de terratenientes locales. A los doce años en 1900, lo envían al seminario conciliar de Zacatecas.

Durante los años del seminario, López Velarde pasó sus vacaciones en Jerez. En su juventud Ramón conoció a Josefa de los Ríos, pariente lejana y ocho años mayor que él, quien le causó una honda impresión. El primer poema que se conoce de López Velarde, fechado en 1905, esta inspirado en ella, a la que dará en su obra el nombre de «Fuensanta».

Por la mudanza de la familia se trasladó al seminario de Aguascalientes, donde en 1906 fundó con Enrique Fernández Ledesma y Pedro de Alba la revista Bohemio, donde colabora con el seudónimo de «Ricardo Wencer Olivares». El grupo de Bohemio tomó partido por Manuel Caballero, católico integrista enemigo del modernismo literario, con ocasión de la polémica que produjo la reaparición de la Revista Azul en 1907. Sus intervenciones, sin embargo, tuvieron escaso eco en la vida literaria mexicana.

En enero de 1908, comenzó sus estudios de Leyes en la Universidad de San Luis Potosí, poco después muere su padre, obligando a la familia a regresar a Jerez por la difícil situación económica en que quedaron, sin embargo nuestro autor  pudo continuar sus estudios gracias al apoyo de sus tíos maternos. En sus frecuentes viajes a Lagos de Moreno conoció a Francisco González León, que cultivaba una poesía de esencias provincianas.

En San Luis Potosí leyó a los poetas modernistas, especialmente a Amado Nervo y al español Andrés González Blanco, cambiando radicalmente sus opiniones en manera de estética. A partir de este momento se convierte en defensor ferviente del modernismo y preparó para su edición un manuscrito, que no llegó a publicarse, que sería el germen de su futuro libro La sangre

devota. Continuó colaborando con diferentes publicaciones de Aguascalientes (El Observador, El Debate, Nosotros) y luego de Guadalajara (El Regional, Pluma y Lápiz) en 1909.

En 1910 hizo amistad con Francisco I. Madero y se sintió atraído con sus ideas revolucionarias, su identificación con el coahuilense lo llevó a escribir prosa política en apoyo de los antireeleccionistas. Ese mismo año fue candidato del Partido Católico a diputado suplente por Jerez. En 1911 obtuvo su título de abogado, en 1912 se le nombró juez del municipio potosino El Venado.  Escribió también para El Eco de San Luis (1913).

Un antiguo protector suyo, Eduardo J. Correa, le pidió que colaborara en el diario católico de Ciudad de México La Nación, donde publicó poemas, reseñas y muchos artículos políticos sobre la nueva situación de México. En ellos atacó, entre otros, a Emiliana Zapata. Abandonó el periódico poco antes de la sublevación de Victoriano Huerta  y el asesinato de Madero y Pino Suárez, en febrero de 1913, se aleja de los golpistas trasladándose de nuevo a San Luis Potosí, donde puso un bufete.

De acuerdo con datos biográficos disponibles, pronto se dio cuenta de que su vocación no era la abogacía, por lo que en 1914 a sus 26 años vuelve a la Ciudad de México, donde se quedó a residir de manera definitiva, con todo el valor que podía tener un joven tímido y de espíritu religioso, para involucrarse en el estilo de vida de la capital.

A mediados del año siguiente se impone el liderazgo de Venustiano Carranza y comienza una época de relativa tranquilidad. La poesía mexicana de la época estaba dominada por el modernista Enrique González Martínez, poco  apreciado por López Velarde, como se constata en una reseña que publicó por esos años. En cambio, se siente mucho más afín al poeta coyoacanense José Juan Tablada, con quien mantuvo una cordial amistad. En estos años se interesa también mucho por la obra del argentino Leopoldo Lugones, quien tuvo una decisiva influencia en su obra.

Amante de la literatura, pronto encontró su mundo en la actividad periodística y la bohemia que combinaba ocasionalmente con trabajos propios de su profesión, instaló su bufete en la calle de Madero núm. 1, pero como eso no le procuraba lo necesario para sostenerse, aprovechó sus relaciones para conseguir empleo en el nuevo gobierno, desempeñó cargos en las secretarías de Gobernación y Relaciones Exteriores, enseñó también literatura en las escuelas Nacional Preparatoria y de Altos Estudios.

Con el tiempo, sus trabajos poéticos y literarios se hicieron más frecuentes y empezó a colaborar en algunas revistas y periódicos de la capital de la república, El Nacional Bisemanal (1915-1916), Revista de Revistas (1915-1917), Vida Moderna (1916) y Pegaso (1917), cuya dirección compartió con Enrique González Martínez y Efrén Rebolledo.

En 1916 publica su primer libro de poesías, La sangre devota (1916), dedicado a su musa, Fuensanta, donde pueden descubrirse ya los temas recurrentes en

toda su obra: el amor, el dolor y la preocupación por los destinos patrios. Con su obra reaparece en la lírica mexicana un acento casi olvidado, una voz, la de la provincia, que había callado ya.

En 1919, apareció Zozobra, su segunda obra poética, sembrada de las «flores del pecado» durante su relación con Margarita Quijano, en la que aborda dramática y sinceramente los problemas del erotismo, la religión y la muerte. Considerada por gran parte de la crítica como su mejor obra, en ella la ironía es ya el tropo dominante, y junto a los poemas referidos a la provincia, aparecen también otros frutos de su experiencia en la capital. Es evidente la influencia del citado Lugones, en cuanto a la voluntad de evitar los lugares comunes, la utilización de un vocabulario hasta entonces considerado antipoético, la adjetivación insólita, las metáforas inesperadas, los juegos de palabras, la predilección por los vocablos esdrújulos y el uso humorístico de la rima.

En 1921, al celebrarse el primer centenario de la Independencia, escribió un breve ensayo muy significativo, Novedad de la Patria, donde expone las ideas que desarrollará en su poema más famoso, La suave patria, en cuyos versos épicos y líricos exalta los sentimientos nacionalistas; fue publicado por la Secretaría de Educación Pública cuando su titular era José Vasconcelos. Un último libro de poemas fue publicado póstumamente con el título El son del corazón (1932).

En todos ellos se percibe un acendrado catolicismo que tiene como contrapeso la pasión amorosa. Resaltó esa ambigüedad el nobel chileno Pablo Neruda, al decir que viene también el líquido erotismo de su poesía que circula en toda su obra como soterrado, envuelto por el largo verano, por la castidad dirigida al pecado. Lo mismo pensaba el poeta mexicano Xavier Villaurrutia, para quien la poesía de López Velarde es la más intensa, la más atrevida tentativa de revelar el alma oculta de un hombre; de poner a flote las más sumergidas e inasequibles angustias; de expresar los más vivos tormentos y las recónditas zozobras del espíritu ante las llamadas del erotismo, de la religiosidad y de la muerte.

Estaba en vísperas de hacer un viaje a Europa, recién cumplidos los 33 años, cuando falleció víctima de una pleuresía, el 19 de junio de 1921. Su prematura desaparición arrebató a las letras mexicanas un creador de enorme fuerza y talento muy personal. Tras su muerte fueron apareciendo sus demás obras, que habían sido preparadas por el propio autor, y en otros casos se rescataron de periódicos y revistas. Se editó el tercer volumen de su producción poética (El son del corazón, 1932) y otros tres que contienen su obra en prosa (El minutero, 1933; El don de febrero. Poesía, cartas y documentos, 1952; y Prosas políticas, aparecido en 1953).

A su muerte, a instancias de Vasconcelos se le tributaron honores como poeta nacional, y su obra -sobre todo el poema «Suave Patria»- se exaltó como expresión suprema de la nueva mexicanidad nacida de la Revolución. La apropiación oficial no excluyó otras lecturas de su obra: los poetas del grupo Contemporáneos vieron en él, junto a Tablada, el comienzo de la poesía mexicana moderna. En particular, Villaurrutia destacó la centralidad de López

Velarde en la historia de la poesía mexicana, y lo comparó con el poeta y ensayista francés Charles Baudelaire.

El estudio más completo sobre su figura lo realizó en 1961 el investigador norteamericano Allen W. Phillips, dando pie a un iluminador estudio de Octavio Paz, incluido en su libro Cuadrivio (1963), en el que hace hincapié en la modernidad del poeta jerezano, al que relaciona con autores como Jules Laforgue, Lugones o Julio Herrera y Reissig. En 1989 con motivo del centenario de su nacimiento, el escritor mexicano Guillermo Sheridan escribió una biografía del poeta, titulada Un corazón adicto: la vida de Ramón López Velarde, quizá la más completa hasta la fecha.

A pesar de su breve vida y su breve obra, la importancia de López Velarde y la influencia que ha ejercido en la poesía latinoamericana moderna, son indiscutibles. Su obra, como la de Tablada, marca el momento de transición entre el modernismo y la vanguardia. La eclosión de los ismos en el ámbito hispánico se anuncia ya en su novedoso tratamiento del lenguaje poético y al mismo tiempo, la dualidad que preside su obra (el contraste entre las tradiciones del campo y la turbulencia de la ciudad, y su propio forcejeo angustiado entre las inclinaciones ascéticas y la sensualidad pagana), tiene un claro carácter romántico-modernista.

En la poesía de Ramón López Velarde (1888-1921) se amalgaman lo conversacional y la imagen insólita, la nostalgia de la provincia y la excitación de la urbe, el catolicismo más acendrado y el paganismo más sensual.

El son del corazón

Una música íntima no cesa, porque transida en un abrazo de oro la Caridad con el Amor se besa.

¿Oyes el diapasón del corazón? Oye en su nota múltiple el estrépito de los que fueron y de los que son.

Mis hermanos de todas las centurias reconocen en mí su pausa igual, sus mismas quejas y sus propias furias.

Soy la fronda parlante en que se mece el pecho germinal del bardo druida con la selva por diosa y por querida.

Soy la alberca lumínica en que nada, como perla debajo de una lente, debajo de las linfas, Sherezada.

Y soy el suspirante cristianismo al hojear las bienaventuranzas de la virgen que fue mi catecismo.

Y la nueva delicia, que acomoda sus hipnotismos de color de tango al figurín y al precio de la moda.

La redondez de la Creación atrueno cortejando a las hembras y a las cosas con el clamor pagano y nazareno.

¡Oh Psiquis, oh mi alma: suena a son moderno, a son de selva, a son de orgía y a son mariano, el son del corazón!

El son del corazón. 1919-21.

 

Novedad de la patria

El descanso material del país, en treinta años de paz, coadyuvó a la idea de una patria pomposa, multimillonaria, honorable en el presente y epopéyica en el pasado. Han sido precisos los años del sufrimiento para concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa.

El instante actual del mundo, con todo y lo descarnado de la lucha, parece ser un instante subjetivo. ¿Qué mucho, pues, que falten los poetas épicos hacia afuera? Correlativamente, nuestro concepto de la patria es hoy hacia adentro. Las rectificaciones de la experiencia, contrayendo a la justa medida la fama de nuestras glorias sobre españoles, yanquis y franceses, y la celebridad de nuestro republicanismo, nos han revelado una patria, no histórica ni política, sino íntima.

La hemos descubierto a través de sensaciones y reflexiones diarias, sin tregua, como la oración continua inventada por San Silvino.

La miramos hecha para la vida de cada uno. Individual, sensual, resignada, llena de gestos, inmune a la afrenta, así la cubran de sal. Casi la confundimos con la tierra.

No es que la despojemos de su ropaje moral y costumbrista. La amamos típica, como las damas hechas polvo -si su polvo existe- que contaban el tiempo por cabañuelas. Un gran artista o un gran pensador podrían dar la fórmula de esta nueva patria.

Lo innominado de su ser no nos ha impedido cultivarla en versos, cuadros y música. La boga de lo colonial, hasta en los edificios de los señores comerciantes, indica el regreso a la nacionalidad.

De ella habíamos salido por inconsciencia, en viajes periféricos sin otro sentido, casi, que el del dinero. A la nacionalidad volvemos por amor… y pobreza.

Hijos pródigos de una patria que ni siquiera sabemos definir, empezamos a observarla. Castellana y morisca, rayada de azteca, una vez que rascamos de su cuerpo las pinturas de olla de silicato, ofrece -digámoslo con una de esas locuciones pícaras de la vida airada- el café con leche de su piel.

Literatura -exclamará alguno de los que no comprenden la función real de las palabras, ni sospechan el sistema arterial del vocabulario. Pero poseemos, en verdad, una patria de naturaleza culminante y de espíritu intermedio, tripartito, en el cual se encierran todos los sabores.

El país se renueva ante los estragos y ante millones de pobladores que no tienen otros ejercicios que los de la animalidad. ¿Por virtud de qué fibras se operará esta adivinanza?

En las pruebas de canto, los jurados charlan, indiferentes a las gargantas vulgares. Hasta que una alumna los avasalla. Es el momento arcano de la dominación femenina por la voz. Así ha sonado, desde el Centenario, la voz de la nacionalidad.

Hay muchos desatentos. Gente sin amor, fastidiada, con prisa de retirar el mantel, de poner las sillas sobre la mesa, de irse.

Tampoco escasean los amantes, fieles en cada rompe y rasga, calaveras de las siete noches de la semana, prontos a aplaudir las contradicciones mismas, diseminadas por el territorio, que se resumen en la vasta contradicción de la capital. En este tema, al igual que en todos, sólo por la corazonada nos aproximamos al acierto. ¿Cómo interpretar, a sangre fría, nuestra urbanidad genuina, melosa, sirviendo de fondo a la violencia, y encima las germinaciones actuales, azarosas al modo de semillas de azotea?

Un futuro se agita en la placidez diocesana de nuestros hábitos. A veces creemos que va a morir el primor del mundo. Que la turbamulta famélica aniquilará los diamantes tradicionales, los balances del pensamiento, los finiquitos de la emoción.

¿Quedará prudencia a la nueva patria? Sus puertas cocheras guardan todavía los landós en que pasearon aquellas señoras, camarlengas de las vírgenes, y las familias que oyen hablar de Lenin se alumbran con la palmatoria del Barón de la Castaña…

La alquimia del carácter mexicano no reconoce ningún aparato capaz de precisar sus componentes de gracejo y solemnidad, heroísmo y apatía desenfado y pulcritud, virtudes y vicios, que tiemblan inermes ante la amenaza extranjera, como en los Santos Lugares de la niñez temblábamos al paso del perro del mal.

Bebiendo la atmósfera de su propio enigma, la nueva patria no cesa de solicitarnos con su voz ronca, pectoral. El descuido y la ira, los dos enemigos del amor, nada pueden ni intentan contra la pródiga. Únicamente quiere entusiasmo. Admite de comensales a los sinceros, con un solo grado de sinceridad. En los modales con que llena nuestra copa, no varía tanto que parezca descastada, ni tan poco que fatigue; siempre estamos con ella en los preliminares, a cualquiera hora oficial o astronómica. No cometamos la atrocidad de poner las sillas sobre la mesa.

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Honoré de Balzac.

Un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano.

 

(Tours, 20 de mayo de 1799 – París, 18 de agosto de 1850) magistral maestro de las letras francesas, es uno de los grandes autores de la narrativa universal, reverenciado por sus múltiples aportaciones, es  considerado  de los fundadores de la narrativa realista. Su influencia literaria está presente en la mayoría de los grandes escritores contemporáneos de todas las lenguas. Trabajador infatigable, elaboró una obra monumental, la Comedia Humana, ciclo coherente de varias decenas de novelas cuyo objetivo es describir de modo casi exhaustivo, a la sociedad francesa de su tiempo.

Nació en el seno de una familia arribista de nuevos ricos, su padre Bernard-François Balssa, provenía de una familia pobre de agricultores, quien en busca de fortuna marcha a París en 1760, años antes del estallido de la Revolución Francesa, como contaba con educación básica, consigue empleo como funcionario real y cambia el apellido familiar por el de Balzac arguyendo un falso parentesco aristocrático.

A la caída del régimen monárquico, establece relaciones y complicidades que le permiten acumular una fortuna considerable, como proveedor del ejército y colaborador al servicio del Directorio durante el reinado del Terror en 1794. En esos  tiempos obscuros, sagazmente logra codearse con la burguesía parisina y renuncia a su cargo de intendente para establecerse como secretario de la banca. Con cincuenta años de edad, contrae matrimonio con Anne-Charlotte-Laure Sallambier, de 18 años, hija de uno de sus superiores en la banca Dourmerc, el matrimonio concertado recibe el apoyo de sus amistades y se trasladan a Tours, donde nace el genial escritor, segundo de cuatro hijos.

La infancia de Honoré paradójicamente fue difícil, estuvo caracterizada por el desapego emocional que mostraron sus padres. Nada más nacer fue confiado a una nodriza, con la que viviría hasta la edad de cuatro años, fuera del hogar paterno. Visitaba a sus padres, como si se tratara de un extraño, dos domingos de cada mes. Cuando pasó a residir en casa de sus padres, éstos le trataron con gran frialdad, manteniendo una gélida distancia hacia su hijo, a quien no se le permitía ninguna diversión infantil. La relación con su madre lo marca profundamente, pues siempre busca relacionarse con mujeres mayores que él, capaces de ofrecerle el amor que su madre le negara en su infancia.

Cursó estudios en el Colegio de Vendôme, no hay datos precisos sobre ellos, que no fueron ni muchos ni muy brillantes, pues las condiciones de su carácter inquieto y bullicioso, lo hicieron ser estudiante poco aplicado. Entre 1818 y 1821, por deseo de su padre, estudió derecho en la universidad de la Sorbona en Paris, al graduarse entra a trabajar al despacho de un notario amigo de su familia, que le permite conocer los entresijos legales y formarse una opinión bastante negativa de los manejos económicos de la alta sociedad.

Su afición a la lectura y a la literatura lo llevan a tomar la decisión de decidirse  de manera profesional a la escritura y abandona la carrera de abogado; pese a la oposición familiar logra su objetivo y en el verano de 1819 se instala en París, donde vive pobremente. Trabaja con Auguste Lepoitevin en su taller de escritores a destajo, donde bajo seudónimos diversos, empieza a escribir novelas comerciales. Entre 1822 y 1829 vive en la más absoluta pobreza, escribe teatro trágico y novelas melodramáticas que apenas tuvieron éxito. Prueba fortuna como editor e impresor, que se ve obligado a abandonar en 1828 al borde de la bancarrota y endeudado para el resto de su vida. En 1829 escribió la novela Los chuanes, la primera que lleva su nombre, basada en la vida de los campesinos bretones y su papel en la insurrección monárquica de 1799, durante la Revolución Francesa. Cabe destacar que desde un inicio introduce el recurso de hacer reaparecer a sus personajes de una novela anterior.

Trabajador infatigable, produciría cerca de cien novelas y numerosos relatos cortos, obras de teatro y artículos de prensa en los 20 años siguientes. En 1834 concibió la idea de fundir todas sus novelas en una obra única, La Comedia Humana, inmenso ejercicio que pretende ofrecer un retrato de la sociedad francesa en todos sus aspectos, desde la Revolución hasta su época. En una introducción escrita en 1842 explica la filosofía de la obra, en la cual se reflejaban algunos de los puntos de vista de los escritores naturalistas Jean Baptiste de Lamarck y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire.

Su asombroso rendimiento se debía a su hábito de escribir alrededor de 15 horas diarias, en la tranquilidad de la noche, y bebiendo litros de café negro. Lo hacía en completo aislamiento, por lo que la crítica se ha cuestionado tradicionalmente, de dónde podía obtener el autor el aluvión de datos de todo tipo (sociedad, economía, sucesos, habladurías), que saturan sus novelas destacadas por su extremo realismo al plasmar la naturaleza humana. El genial escritor creó su colosal obra literaria a partir de los dramas y aventuras de su propia vida, una vida que él mismo envolvió bajo un ardiente manto de pasión.

Se ha dicho que es un excelente pintor de costumbres, con gran aptitud para las descripciones y de un gusto artístico delicado. Sus pinturas de los lugares en que desenvuelve las escenas de sus novelas son inventarios que seducen por su belleza, comparable sólo a su exactitud. La lectura de las obras de Balzac deja, sin embargo, algo de frío en el alma, algo de escepticismo en el corazón: acierta al presentar caracteres nobles, espíritus elevados, almas dignas; pero los presenta siempre rodeados de contrariedades, en lucha abierta contra las realidades de la vida social, vencidos por los escollos del medio ambiente.

No pretendió nunca Balzac mostrarse como reformador, hay realismo demasiado frío en casi todos sus cuadros, con dejos de amargura y desaliento en casi todas sus creaciones; esa amargura y desaliento no nacieron nunca de su deseo de dogmatizar, sino del estado de su ánimo; resultado fatal de su dolorosa experiencia.

Calificado a menudo como el fundador de la narrativa moderna y la novela llamada naturalista que cultivaron Flaubert y Zola. Su preocupación por el realismo y el detallismo descriptivo se halla en la base de la posterior novela francesa, aunque su realismo convive siempre con elementos románticos y trazos del Balzac visionario (como lo definió Baudelaire). Fue un gran conocedor del corazón humano, observador cuidadoso como inteligente de las debilidades del hombre y un gran poeta de las costumbres de su siglo.

A inicios de la década de los treinta concibe la creación de una serie de novelas interrelacionadas que retraten a la sociedad de su tiempo. Entre las novelas más conocidas de la serie destacan La piel de zapa (1831), Eugénie Grandet (1833), La búsqueda del absoluto (1834) Papá Goriot (1834), El lirio del valle (1835-1836), César Birotteau (1837), El cura de Tours (1839), La prima Bette (1846),entre otras. Sobresalen así mismo, Esplendor y miseria de las cortesanas (1837-1843), Las ilusiones perdidas (1837-1843) y los Cuentos libertinos (1832-1837); la obra de teatro Vautrin (1839) y sus célebres Cartas a la extranjera, que recogen la larga correspondencia que mantuvo desde 1832 con Eveline Hanska, condesa Polaca, quien fue el gran amor de su vida. En abril de 1845 recibe la Legión de Honor. Su obra magna incluiría 150 novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos. De este magno proyecto, 50 de las 137 novelas que debían componerlo quedaron incompletas.

En 1850 Balzac contrae matrimonio en Ucrania con la condesa Hanska, con la cual se traslada a vivir a una espléndida residencia a las afueras de París. El viaje de vuelta empeora la delicada salud de Balzac, que padecerá graves problemas de salud hasta su deceso cinco meses después. El día de su muerte fue visitado por su amigo y gran admirador Víctor Hugo, quien se encargaría de ofrecer el conocido panegírico sobre Balzac, «A partir de ahora los ojos de los hombres se volverán a mirar los rostros, no de aquellos que han gobernado, sino de aquellos que han pensado.

Fue enterrado en el famoso cementerio Pére – Lachaise de París, donde reposan numerosas personalidades como Porfirio Díaz o artistas como Jim Morrison. La cultura francesa en deuda perpetua con su obra, recuerda su figura con una monumental estatua situada en la confluencia de los bulevares de Respail y Montparnasse en París, la cual fue encargada al famoso escultor Auguste Rodin, el primer moderno.

A pesar de su turbulenta vida, Balzac disfrutó del reconocimiento, renombre y crítica en vida y su reputación no cesa de crecer desde su muerte, pues fuerte ha sido su influencia en un sinfín de grandes escritores de diferentes lenguas. Dejó una vastísima producción que es fuente interminable de conocimiento y sapiencia, sus numerosos lectores coinciden en que sus novelas ofrecen descripciones originales y vivas de su época, muy interesantes hoy en día, por la precisión histórica y su crítica social y filosófica.

 

La obra maestra  desconocida

(fragmento)

Honoré de Balzac

A finales del año 1612, en una fría mañana de diciembre, un joven, pobremente vestido, paseaba ante la puerta de una casa situada en la Rue des Grands-Augustins, en París. Tras haber caminado harto tiempo por esta calle, con la indecisión de un enamorado que no osa presentarse ante su primera amante, por más accesible que ella sea, acabó por franquear el umbral de aquella puerta y preguntó si el maestro Françoise Porbus estaba en casa. Ante la respuesta afirmativa que le dio una vieja ocupada en barrer el vestíbulo, el joven subió lentamente los peldaños, deteniéndose en cada escalón, cual un cortesano inexperto, inquieto por el recibimiento que el rey va a dispensarle. Al llegar al final de la escalera de caracol, permaneció un momento en el rellano, perplejo ante el aldabón grotesco que ornaba la puerta del taller donde, sin lugar a duda, trabajaba el pintor de Enrique IV que María de Médicis había abandonado por Rubens. El joven experimentaba esa profunda sensación que ha debido de hacer vibrar el corazón de los grandes artistas cuando, en el apogeo de su juventud y de su amor por el arte, se han acercado a un hombre genial o a alguna obra maestra. Existe en todos los sentimientos humanos una flor primitiva, engendrada por un noble entusiasmo, que va marchitándose poco a poco hasta que la felicidad no es ya sino un recuerdo, y la gloria una mentira. Entre estas frágiles emociones, nada se parece más al amor que la joven pasión de un artista que inicia el delicioso suplicio de su destino de gloria y de infortunio; pasión llena de audacia y de timidez, de creencias vagas y de desalientos concretos. Quien, ligero de bolsa, de genio naciente, no haya palpitado con vehemencia al presentarse ante un maestro siempre carecerá de una cuerda en el corazón, de un toque indefinible en el pincel, de sentimiento en la obra, de verdadera expresión poética. Aquellos fanfarrones que, pagados de sí mismos, creen demasiado pronto en el porvenir, no son gentes de talento sino para los necios. A este respecto, el joven desconocido parecía tener verdadero mérito, si el talento debe ser medido por esa timidez inicial, por ese pudor indefinible que los destinados a la gloria saben perder en el ejercicio de su arte, como las mujeres bellas pierden el suyo en el juego de la coquetería. El hábito del triunfo atenúa la duda y el pudor es, tal vez, una duda.

Abrumado por la miseria y sorprendido en aquel momento por su propia impertinencia, el pobre neófito no habría entrado en la casa del pintor al que debemos el admirable retrato de Enrique IV, sin la extraordinaria ayuda que le deparó el azar. Un anciano comenzó a subir la escalera. Por la extravagancia de su indumentaria, por la magnificencia de su gorguera de encaje, por la prepotente seguridad de su modo de andar, el joven barruntó en este personaje al protector o al amigo del pintor; se hizo a un lado en el descansillo para cederle el paso y lo examinó con curiosidad, esperando encontrar en él la buena naturaleza de un artista o el carácter complaciente de quienes aman las artes; pero percibió algo diabólico en aquella cara y, sobre todo, ese no sé qué que atrae a los artistas. Imagine una frente despejada, abombada, prominente, suspendida en voladizo sobre una pequeña nariz aplastada, de remate respingado como la de Rabelais o la de Sócrates; una boca burlona y arrugada, un mentón corto, orgullosamente levantado, guarnecido por una barba gris tallada en punta; ojos verdemar que parecían empañados por la edad, pero que, por contraste con el blanco nacarado en que flotaba la pupila, debían de lanzar, a veces, miradas magnéticas en plenos arrebatos de cólera o de entusiasmo. Además, su semblante estaba singularmente ajado por las fatigas de la edad y, aún más, por esos pensamientos que socavan tanto el alma como el cuerpo. Los ojos ya no tenían pestañas y apenas se veían algunos vestigios de cejas sobre sus salientes arcos. Coloque esta cabeza sobre un cuerpo enjuto y débil, enmárquela en un encaje de blancura resplandeciente, trabajado como una pieza de orfebrería, eche sobre el jubón negro del anciano una pesada cadena de oro, y tendrá una imagen imperfecta de este personaje al que la tenue iluminación de la escalera confería, por añadidura, una coloración fantasmagórica. Diríase un cuadro de Rembrandt avanzando silenciosamente y sin marco en la oscura atmósfera que ha hecho suya este gran pintor. El anciano lanzó al joven una mirada impregnada de sagacidad, golpeó tres veces la puerta, y dijo a un hombre achacoso, de unos cuarenta años, que vino a abrir:

-Buenos días, maestro.

Porbus se inclinó respetuosamente, dejó entrar al joven creyendo que venía con el viejo y se preocupó tanto menos por él cuanto que el neófito permanecía bajo la fascinación que deben de sentir los pintores natos ante el aspecto del primer estudio que ven y donde se revelan algunos de los procedimientos materiales del arte. Una claraboya abierta en la bóveda iluminaba el obrador del maestro Porbus. Concentrada en una tela sujeta al caballete, que todavía no había sido tocada más que por tres o cuatro trazos blancos, la luz del día no alcanzaba las negras profundidades de los rincones de aquella vasta estancia; pero algunos reflejos extraviados encendían, en la sombra rojiza, una lentejuela plateada en el vientre de una coraza de reitre HYPERLINK «http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/balzac/obra.htm» \l «1» \t «_self» 1 suspendida de la pared, rayando con un brusco surco de luz la moldura esculpida y encerada de un antiguo aparador cargado de curiosas vajillas, o moteaban de puntos brillantes la trama granada de algunos viejos cortinajes de brocado de oro con grandes pliegues quebrados, arrojados allí como modelos. Vaciados anatómicos de escayola, fragmentos y torsos de diosas antiguas, amorosamente pulidos por los besos de los siglos, cubrían anaqueles y consolas. Innumerables esbozos, estudios con la técnica de los tres colores, a sanguina o a pluma, cubrían las paredes hasta el techo. Cajas de pigmentos, botellas de aceite y de trementina, banquetas volcadas, dejaban sólo un estrecho paso para llegar bajo la aureola que proyectaba el alto ventanal cuyos rayos caían de lleno sobre el pálido rostro de Porbus y sobre el cráneo marfileño del singular personaje. La atención del joven pronto fue absorbida exclusivamente por un cuadro que, en aquel tiempo de confusión y de revoluciones, ya había llegado a ser célebre, y que visitaban algunos de esos tozudos a los que se debe la conservación del fuego sagrado durante los tiempos difíciles. Este bello lienzo representaba una María Egipcíaca disponiéndose a pagar el pasaje del barco. Esta obra maestra, destinada a María de Médicis, fue vendida por ella en sus días de miseria.

Tu santa me gusta -dijo el anciano a Porbus- y te daría por ella diez escudos de oro por encima del precio que ofrece la reina; pero ¿pretender lo mismo que ella?… ¡diablos!

-¿Le gusta?

-¡Hum! ¡hum! -masculló el anciano- ¿gustar?… pues sí y no. Tu buena mujer no está mal hecha, pero no tiene vida. ¡Ustedes creen haber hecho todo en cuanto han dibujado correctamente una figura y puesto cada cosa en su sitio según las leyes de la anatomía! ¡Colorean ese dibujo con el tono de la carne, preparado de antemano en su paleta, cuidando de que un lado quede más oscuro que otro, y sólo porque miran de vez en cuando a una mujer desnuda puesta en pie sobre una mesa, creen haber copiado la naturaleza, creen ser pintores y haber robado su secreto a Dios!… ¡Prrr! ¡Para ser un gran poeta no basta conocer a fondo la sintaxis y no cometer errores de lenguaje! Mira tu santa, Porbus. A primera vista parece admirable; pero en una segunda ojeada se percibe que está pegada al fondo de la tela y que no se podría rodear su cuerpo. Es una silueta que sólo tiene una cara, es una figura recortada, es una imagen incapaz de volverse o de cambiar de posición. No siento aire entre ese brazo y el ámbito del cuadro; faltan el espacio y la profundidad; sin embargo, la perspectiva es correcta, y la degradación atmosférica está observada con exactitud; pero, a pesar de tan loables esfuerzos, no puedo creer que ese bello cuerpo esté animado por el tibio aliento de la vida. Tengo la impresión de que si pusiera la mano sobre este seno de tan firme redondez, ¡lo encontraría frío como el mármol! No, amigo mío, la sangre no corre bajo esa piel de marfil, la vida no llena con su corriente purpúrea las venas que se entrelazan en retículas bajo la ambarina transparencia de las sienes y del pecho. Este lugar palpita, pero ese otro está inmóvil; la vida y la muerte luchan en cada detalle: aquí es una mujer, allí una estatua, más allá un cadáver. Tu creación está incompleta. No has sabido insuflar sino una pequeña parte de tu alma a tu querida obra. El fuego de Prometeo se ha apagado más de una vez en tus manos y muchas partes de tu cuadro no han sido tocadas por la llama celeste.

Pero ¿por qué, mí querido maestro? -dijo respetuosamente Porbus al anciano, mientras que el joven reprimía a duras penas su deseo de golpearlo.

-¡Ah, ahí está! -dijo el anciano menudo-. Has flotado indeciso entre los dos sistemas, entre el dibujo y el color, entre la flema minuciosa, la rigidez precisa de los viejos maestros alemanes, y el ardor deslumbrante, la feliz abundancia de los pintores italianos. Has querido imitar a la vez a Hans Holbein y a Tiziano, a Alberto Durero y a Pablo Veronés. ¡En verdad era una magnífica ambición! Pero ¿qué ocurrió? No has logrado ni el severo encanto de la sequedad, ni las engañosas magias del claroscuro. En este lugar, como un bronce en fusión que revienta su molde demasiado débil, el rico y rubio color de Tiziano ha hecho estallar el magro contorno de Alberto Durero en el que lo habías colado. En otra parte, la línea ha resistido y contenido los magníficos desbordamientos de la paleta veneciana. Tu figura no está ni perfectamente dibujada, ni perfectamente pintada, y lleva por todas partes la huella de esta desgraciada indecisión. Si no te sentías lo bastante fuerte como para fundir en el fuego de tu genio las dos maneras rivales, debías haber optado con franqueza por una u otra, a fin de obtener la unidad que simula uno de los requisitos de la vida. No eres auténtico sino en las partes centrales, tus contornos son falsos, no son envolventes y nada prometen a su espalda. Aquí hay verdad -dijo el anciano señalando el pecho de la santa. También aquí -continuó, indicando el lugar donde terminaba el hombro en el cuadro-. Pero allí -dijo, volviendo al centro del pecho, todo es falso. No analicemos nada; sólo serviría para desesperarte.

El anciano se sentó en un taburete, apoyó la cabeza en sus manos y quedó en silencio.

-Maestro -le dijo Porbus-, sin embargo he estudiado bien en el desnudo este pecho, pero, para nuestra desgracia, hay efectos verdaderos en la naturaleza que pierden su verosimilitud al ser plasmados en el lienzo…

-¡La misión del arte no es copiar la naturaleza, sino expresarla! ¡Tú no eres un vil copista, sino un poeta! -exclamó con vehemencia el anciano, interrumpiendo a Porbus con un gesto despótico-. ¡De otro modo, un escultor se ahorraría todas sus fatigas sólo con moldear una mujer! Pues bien, intenta moldear la mano de tu amante y colocarla ante ti; te encontrarás ante un horrible cadáver sin ningún parecido, y te verás forzado a recurrir al cincel del hombre que, sin copiártela exactamente, representará su movimiento y su vida. Tenemos que captar el espíritu, el alma, la fisonomía de las cosas y de los seres. ¡Los efectos!, ¡los efectos! ¡Pero si éstos son los accidentes de la vida, y no la vida misma!

Te invitamos a participar en los Círculos de lectura para jóvenes, Honoré de Balzac  es el escritor del mes de mayo, conoce su obra que forma parte de la colección de la Biblioteca Central.

Martes 13:00 horas, Módulo de Referencia, Vestíbulo de la Biblioteca

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(12 de febrero de 1809 – 19 de abril de 1882) científico inglés abocado al estudio del naturalismo, que postulaba que todas las especies de seres vivos, evolucionan con el tiempo a partir de un antepasado común y mediante un proceso denominado selección natural.

La evolución era aceptada como un hecho por la comunidad científica y por buena parte del público en vida de Darwin, mientras que su Teoría de la evolución mediante selección natural, no fue considerada como la explicación primaria del proceso evolutivo sino hasta los años 1930. La teoría Darwiniana constituye actualmente la base de la síntesis evolutiva moderna y sus descubrimientos científicos son el acta fundacional de la biología como ciencia, ya que constituyen una explicación lógica que unifica las observaciones sobre la diversidad de la vida.

Intrigado por la distribución geográfica de la vida salvaje y por los fósiles que recolectó en su periplo, el joven Darwin investigó sobre el hecho de la transmutación de las especies y concibió su teoría de la selección natural en 1838. Su obra fundamental, El origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida, publicada en 1859, estableció que la explicación de la diversidad que se observa en la naturaleza, se debe a las modificaciones acumuladas por la evolución a lo largo de las sucesivas generaciones. Trató la evolución humana y la selección natural en su obra El origen del hombre y de la selección en relación al sexo y posteriormente en La expresión de las emociones en los animales y en el hombre. También dedicó una serie de publicaciones a sus investigaciones en geología y botánica.

Charles Robert Darwin nació en Shrewsbury, Shropshire, Inglaterra, en el hogar familiar, llamado «The Mount» (El monte). Fue el quinto de seis de los hijos de Robert Darwin, un médico y hombre de negocios acomodado, y Susannah Wedgwood proveniente de una distinguida familia. A temprana edad Charles muestra predilección por la historia natural y por el coleccionismo de ejemplares, al incorporarse a la escuela de la capilla donde asistía con su familia a los oficios religiosos unitaristas. En julio de 1817 falleció su madre cuando tenía escasos ocho años de edad.

A los 16 años Darwin acompaña a su padre como aprendiz de médico, ayudándole a asistir a los necesitados, poco antes de marchar con su hermano Erasmus a la Universidad de Edimburgo (capital de Escocia), donde encuentra las clases tediosas y la cirugía insufrible, de modo que no se aplica a los estudios de medicina. Afortunadamente aprende taxidermia con John Edmonstone, un esclavo negro liberto que conocía las selvas de Sudamérica, «hombre inteligente y muy agradable”, con quien se le veía frecuentemente sentado.

En su segundo año en la universidad escocesa, ingresa en la Sociedad Pliniana, un grupo de estudiantes de historia natural cuyos debates derivaron hacia el materialismo radical, colabora en investigaciones sobre anatomía y el ciclo vital de los invertebrados, al presentar algunas colaboraciones escolares. Aprende la clasificación de las plantas y contribuye con las colecciones del museo de la universidad, uno de los mayores de Europa. Un buen día, un miembro de la sociedad, Robert Grant, expuso las ideas sobre la evolución de Lamarck, dejándole estupefacto, pues Darwin acababa de leerlo en los escritos de su abuelo Erasmus, fue una experiencia que le cambia su vida.

La falta de atención a sus estudios de medicina disgusta a su padre, quien lo envía a Cambridge, al Christ´s Collage, para obtener un grado en letras como primer paso para ordenarse como pastor anglicano. Darwin llega en enero de 1828, prefiere la equitación y el tiro al estudio. Su primo William Fox le introduce en la moda popular de coleccionar escarabajos, a la que se dedica con entusiasmo y consigue publicar algunos de sus hallazgos.

Se convierte en un amigo íntimo y seguidor del profesor de botánica John Stevens Henslow y conoce a otros importantes naturalistas que contemplan su trabajo científico como una teología natural, al grado que estos académicos lo conocen como «el hombre que pasea con Henslow». En la proximidad de los exámenes finales, Darwin se centra en sus estudios y concluye el examen final de enero de 1831 en el décimo lugar de una lista de 178 examinados.

Durante este período leyó tres obras que ejercerían una influencia fundamental en la evolución de su pensamiento, una obra de Paley, Teología Natural, uno de los tratados clásicos en defensa de la adaptación biológica como evidencia del diseño divino a través de las leyes naturales; el recién publicado Un discurso preliminar en el estudio de la filosofía natural, de John Herschel, que describía la última meta de la filosofía natural, como la comprensión de sus leyes a través del razonamiento inductivo basado en la observación; y el Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, de Alexander Von Humboldt.

Inspirado en su ardiente afán por contribuir, Darwin planea visitar Tenerife (isla del archipiélago español de Las Canarias, frente a la costa atlántica), con algunos compañeros de clase tras su graduación, para estudiar la historia natural de los trópicos. Mientras prepara el viaje, recibe una propuesta por carta donde le proponen un puesto como naturalista sin retribución, como un acompañante de Robert Fitzroy, capitán del legendario barco Beagle, que zarpa con la misión de cartografiar las costas de América del Sur, una expedición que encuentra al principio oposición paterna, por la larga duración del recorrido.

El viaje dura casi cinco años, zarpan de la bahía de Plymouth el 27 de diciembre de 1831 y retornan a casa en Falmouth el 2 de octubre de 1836. Tal como Fitzroy le propone, el joven Darwin dedica la mayor parte de su tiempo a investigaciones geológicas en tierra firme y a recopilar ejemplares, mientras el Beagle realiza su mítica travesía científica para medir las corrientes oceánicas y cartografiar la costa.

Darwin toma escrupulosamente notas durante todo el viaje y envía regularmente sus hallazgos a Cambridge, junto con una larga correspondencia para su familia, que se convierte más tarde en el Diario de su viaje. Tenía nociones de geología, entomología y disección de invertebrados marinos (se sabía inexperto en otras disciplinas científicas), de modo que reúne hábilmente a su paso, gran número de especímenes, que pueden evaluar a su regreso los especialistas en la materia.

En su primera escala, en Santiago de Cabo Verde (archipiélago atlántico situado frente a las costas de Senegal), Darwin descubre para su sorpresa que los estratos blanquecinos encontrados en alturas elevadas en la roca volcánica, contenían restos de conchas.

En Brasil, Darwin queda fascinado por el bosque tropical y asqueado con el espectáculo de la esclavitud. En Punta Alta, cerca de Bahía Blanca en Argentina, realiza un hallazgo de primer orden al localizar en una colina, fósiles de enormes mamíferos extintos, junto a restos modernos de moluscos llamados vivalvos, muertos de manera natural en fecha mas reciente. Cabalga con los gauchos y se dedica a observar la geología y extraer más fósiles. Al mismo tiempo adquiere una perspectiva de los problemas sociales, políticos y antropológicos, tanto de los nativos como de los criollos sudamericanos.

Contempla con asombro la diversidad de la fauna y la flora en función de los distintos lugares. Comprende así que la separación geográfica y las distintas condiciones de vida, eran la causa de que las poblaciones variaran independientemente unas de otras.

En tierra del Fuego, Darwin conoce de cerca la vida de los nativos que habitaban la zona, que le parecieron «salvajes miserables y degradados» y la contrasta con el comportamiento amable y civilizado de tres de ellos que habían recibido una educación inglesa para actuar de misioneros. Para Darwin esa diferencia radicaba en cuestiones culturales y no raciales. Al contrario de sus colegas científicos, comienza a sospechar que no existía una diferencia insalvable entre los animales y las personas.

En Chile fue testigo de un terremoto que le facilita encontrar conchas en las alturas de los Andes y árboles fosilizados que habían crecido al pie de la playa; lo que le permite suponer que al subir los niveles de tierra, las islas oceánicas se hunden formándose así los atolones de arrecifes de coral. En las islas Galápagos que son geológicamente jóvenes, se dedica a buscar infructuosos indicios sobre un “antiguo centro de creación”. En Australia, juzga al ornitorrinco tan extraño como si «dos creadores» hubiesen obrado a la vez. Los aborígenes le parecen «bienhumorados y agradables».

Fitzroy capitán del barco Beagle, que redactaba la “narración oficial” de la expedición, le pide permiso a Darwin para incorporar su diario en la crónica del viaje. En Ciudad del Cabo (Sudáfrica), concluye después de ordenar sus notas de trabajo, que había numerosas pruebas que desbaratan la teoría de la estabilidad de las especies, los hechos observados le hacen pensar que arrojaban alguna luz sobre el origen de las especies.

Cuando la expedición regresa a Inglaterra, el 2 de octubre de 1836, Darwin se convierte en una celebridad en los círculos científicos, pues Henslow su antiguo maestro había promovido la difusión de sus hallazgos. El padre de Darwin dispone de inversiones que permiten a su hijo ser un caballero científico con sustento en sus propios ingresos, y le anima a hacer una gira para asistir a recepciones en su honor y buscar de ese modo expertos para describir las colecciones. A mediados de julio del año siguiente, Darwin comenzó su cuaderno «B» sobre la Transmutación de las especies y en su página 36 escribió pienso en el primer árbol de la vida.

A mediados de diciembre, busca alojamiento en Cambridge para organizar el trabajo sobre sus colecciones y reescribir su Diario. Escribe su primer artículo en el que defiende que la masa continental de América del Sur se estaba elevando lentamente. El 17 de febrero de 1837 es elegido miembro de la Sociedad Geográfica. A comienzos de marzo se muda para residir cerca de su trabajo, uniéndose al círculo social de científicos y eruditos, uno de ellos le describe a Dios como diseñador de leyes. Estos contactos fueron determinantes para lograr que se aceptara con sus implicaciones la transmutación de las especies. Un mes después, realiza un esbozo en el que representa la descendencia, como la ramificación de un árbol evolutivo, en el cual es absurdo hablar de que un animal sea más evolucionado que otro.

Durante más de una década, se dedica a realizar pruebas de cruce de animales y numerosos experimentos con plantas, mediante los cuales encuentra indicios de que las especies no eran realidades inmutables, que le permiten profundizar en las implicaciones de su teoría. Estos trabajos constituyen el trasfondo de su investigación principal, consistente en la publicación en tres tomos en forma de Diario con los resultados científicos del viaje del Beagle.

Darwin prosigue sus amplias investigaciones y mantiene correspondencia con científicos que le ayudan a precisar sus ideas y ver con distanciamiento científico sus hallazgos y comienza a esbozar su teoría. En 1853 recibe la Medalla real que le concede la Royal Society por sus estudios sobre alteraciones morfológicas que permitían a los organismos cumplir nuevas funciones en nuevas condiciones, lo que le da celebridad como biólogo. En 1854 continúa su trabajo sobre la teoría de las especies y anota que las diferencias en los caracteres de los descendientes podían obedecer a su adaptación a diversos entornos en la economía natural.

Durante el desarrollo de su profundo estudio sobre la transmutación de las especies, Darwin se cargó con más trabajos. Mientras redacta su Diario, prosigue la edición y publicación de los informes de expertos sobre sus colecciones.

Su salud se resiente por la presión de su titánica labor, los médicos le conminan a descansar y vivir en el campo durante algunas semanas. Viaja a una propiedad de su familia materna y convive con su encantadora, inteligente y cultivada prima Emma Wedgwood, nueve meses mayor que Charles. Una vez restablecido acepta el cargo de secretario de la Sociedad Geológica en marzo de 1838.

A pesar de la abrumadora labor sobre los informes del Beagle, Darwin realiza destacables progresos en el problema de la transmutación, aprovecha cualquier oportunidad para debatir con los expertos naturalistas y de forma menos convencional, polemizar con personas con experiencia práctica como son los granjeros. Todos estos esfuerzos lo abruman y vuelve a tener severos problemas estomacales y fuertes dolores de cabeza por el estrés que le provocan sus múltiples obligaciones.

Totalmente recuperado regresa a la casa familiar en Shrewsbury en julio de ese año, donde acostumbra tomar notas diarias sobre la cría animal, al tiempo que organiza sus pensamientos inconexos sobre su carrera y proyectos en dos pedazos de papel, en los que valoraba las ventajas e inconvenientes de contraer matrimonio con su prima Emma.

El recién fallecido demógrafo y economista conservador Thomas Malthus (1766-1834), miembro de la Royal Society, autor de una obra muy influyente y ya superada, Ensayo sobre el principio de la población, afirmaba que la población humana crecería en progresión geométrica y excedería los suministros de alimentos. Darwin en una nota de septiembre de 1838, lo aplica a la Guerra de especies entre plantas y a la lucha por la existencia en la vida salvaje; las especies siempre se reproducen en cantidad mayor que los recursos disponibles, las variaciones favorables mejoran la supervivencia de los organismos al transmitir las diferenciaciones a su descendencia, mientras que las variaciones desfavorables no continúan, se hacen a un lado, lo que da por resultado la formación de nuevas especies.

En los meses siguientes compara a los granjeros que recogen lo mejor de su cosecha, con una selección natural maltusiana a partir de variantes surgidas al azar, de modo que cualquier parte de cualquier estructura nuevamente adquirida está completamente experimentada y perfeccionada, pensaba en esta analogía como la parte más hermosa de mi teoría.

El 11 de noviembre de ese año se declara a Emma, contándole una vez más sus ideas. Ella acepta, y en los intercambios de cartas de amor, muestra cómo valoraba su apertura a compartir sus diferencias y su preocupación por que sus dudas honestas pudieran separarlos más adelante. Mientras busca casa en Londres, los accesos de enfermedad continúan, Emma le escribe apremiándole a tomar algún descanso, le comenta de modo casi profético No sigas poniéndote malo, mi querido Charley hasta que pueda estar contigo para cuidarte. Encuentra una casa que llama una «cabaña de guacamayos» y traslada allí su museo durante las navidades. El 24 de enero de 1839 Darwin fue elegido miembro de la Royal Society y el 29 de enero se casa con Emma Wedgwood.

Mientras tanto los eruditos ingleses mantienen posturas diversas e incluso enfrentadas, Darwin prosigue con sus investigaciones y obtiene información y especímenes de naturalistas de todo el mundo.

El botánico estadounidense Asa Gray muestra intereses similares y recibe de Darwin en septiembre de 1857, un esbozo detallado de sus ideas en un extracto de su obra Selección natural. En diciembre, Darwin recibe una carta de Alfred Russel Wallace (Gales, 1823- Broadstone Inglaterra, 1913, naturalista, geógrafo, antropólogo y biólogo británico), quien residía en Borneo y era conocido por su propuesta sobre una teoría de la evolución por medio de la selección natural, correspondencia que lo motiva a publicar su teoría sobre el origen del hombre.

Darwin envió el manuscrito a Charles Lyell (1797 -1875, geólogo británico, uno de los fundadores de la Geología moderna), mostrándole su sorpresa por la extraordinaria coincidencia de sus teorías y sugiere la presentación conjunta en la Sociedad Linneana de Londres, bajo el título Sobre la tendencia de las especies a crear variedades, así como sobre la perpetuación de las variedades y de las especies por medio de la selección natural, compuesta por dos artículos independientes: el manuscrito de Wallace, y un extracto del aún no publicado Ensayo de Darwin, escrito en 1844, junto con un resumen de su carta a Asa Gray, que no recibe en ese momento demasiada atención.

Darwin con el apoyo continuo de sus amigos científicos, emprende la redacción revisada de un gran libro que le debate durante trece meses y le provoca “enfermedades del corazón”, su título El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, conocido con el título abreviado de El origen de las especies, salió a la venta con un tiraje de 1250 copias que se agotó ese mismo día, 22 de noviembre de 1859, pues los libreros tenían ya una lista mayor de suscriptores.

En su obra, Darwin expone una «extensa argumentación» a partir de observaciones detalladas e inferencias y considera con anticipación las objeciones a su teoría. Su única alusión a la evolución humana fue un comentario moderado en el que habla de que se arrojará luz sobre el origen del hombre y su historia.

Su teoría se formula de modo sencillo en la Introducción: Como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir, y como, en consecuencia, hay una lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, si varía, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá mayor probabilidad de sobrevivir y, de ser así, será naturalmente seleccionado. Según el poderoso principio de la herencia, toda variedad seleccionada tenderá a propagar su nueva y modificada forma.

Argumenta contundentemente Darwin en favor de un origen común de las especies, pero evita el entonces controvertido término evolución y al final del libro concluye que hay grandeza en esta concepción según la cual la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada por el Creador en un reducido número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, una infinidad de las formas más bellas y portentosas.

En 1862 publica La fecundación de las orquídeas donde ofrece la primera demostración detallada del poder de la selección natural y explica sus complejas relaciones ecológicas. El deterioro de su enfermedad lo obliga a permanecer en cama, pero su habitación se encontraba llena de ingeniosos experimentos sobre plantas y sigue recibiendo visitas de ilustres naturalistas.

La primera parte del «gran libro» planeado por Darwin, y titulado Variación de las plantas y los animales en estado doméstico, crece hasta convertirse en dos enormes volúmenes, la obra se publica en 1868 y a pesar de su extensión tiene una amplia acogida, alcanza un número considerable de ventas y es traducida a varios idiomas.

El siguiente reto de Darwin tuvo por objeto la evolución humana, con la publicación en 1871 de El origen del hombre y la selección en relación al sexo, ofrece múltiples evidencias que sitúan al ser humano como una especie más del reino animal y muestra la continuidad entre características físicas y mentales. Expone la teoría de la selección sexual como una explicación de determinadas características no adaptativas y las diferencias sexuales, raciales y culturales como producto de la evolución, al mismo tiempo que enfatiza la pertenencia de todos los humanos a una misma raza.

Sus investigaciones son ampliadas en su siguiente libro: La expresión de las emociones en el hombre y los animales de 1872, una de las primeras publicaciones acompañada de fotografías impresas, que planteaba la continuidad de la psicología humana con la conducta animal. Ambos libros fueron enormemente populares y el mismo Darwin se declaró sorprendido de que todo el mundo hablase de ello, sin demostrar sorpresa alguna. Su conclusión fue que el hombre, con todas sus nobles cualidades, con su compasión hacia los que siente desarraigados, con su benevolencia no sólo hacia los otros hombres sino hacia la más humilde criatura; con su intelecto, que parece divino y ha penetrado en los movimientos y la formación del sistema solar –con todos estos elevados poderes – todo hombre sigue cargando en su condición corporal el sello indeleble de su modesto origen.

La explicación propuesta por Darwin del origen de las especies y del mecanismo de la selección natural, a la luz de los conocimientos científicos de la época, constituye un enorme paso en la coherencia del conocimiento del mundo vivo y de las ideas sobre evolución presentes con anterioridad.

Las dos grandes teorías defendidas en el Origen de las especies, por un lado, la teoría del origen común o comunidad de descendencia, en la que se integran evidencias muy variadas en favor del hecho de la evolución, y por otro, la teoría de la selección natural, que establece el mecanismo del cambio evolutivo. De este modo, Darwin pretende resolver los dos grandes problemas de la historia natural: la unidad de tipo y las condiciones de existencia.

La publicación de El Origen de las especies atrajo un amplio interés internacional, provoca acalorados debates tanto en la comunidad científica como en la religiosa, reflejados en la prensa popular de la época. En poco tiempo se tradujo a varios idiomas, convirtiéndose en un texto científico fundamental, cuya discusión implica a multitud de sectores sociales. Darwin estuvo siempre atento a todas las reacciones provocadas por su obra, como ilustra la activa correspondencia que mantuvo en aquellas fechas.

En general, la aceptación de las tesis defendidas en el Origen atraviesa dos etapas: una primera fase a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, donde el mundo victoriano comienza a aceptar progresivamente la teoría de la evolución y una segunda, avanzado ya el siglo XX, cuando el redescubrimiento de la herencia mendeliana posibilita la aceptación de la teoría de la selección natural.

En el ámbito popular la reacción más recurrente, reflejada en las sátiras y caricaturas publicadas en los periódicos y revistas de la época, resiente e ironiza sobre las consecuencias de la teoría de la evolución referida a la posición de la especie humana en la jerarquía animal. A pesar de que Darwin sólo había afirmado que su teoría arrojaría nueva luz sobre la cuestión del origen del hombre, lo acusan de promover la idea de que el hombre procedía del mono.

En sintonía con la acogida popular del Origen, gran parte de la comunidad religiosa reacciona con virulencia ante la defensa de la evolución al considerarla incompatible, con el relato de la creación narrado en las Escrituras y la posición privilegiada que el hombre ocupaba en ella. Los teólogos liberales interpretan la selección natural como un instrumento del diseño divino y elogian la obra por apoyar el gran principio de los poderes autoevolutivos de la naturaleza. Su autor mantiene largas discusiones teológicas y se llevan a cabo debates en torno a la evolución en numerosos sitios, donde se enfrentan filósofos, teólogos, científicos, periodistas, profesores y público en general a favor y en contra de la teoría de Darwin.

Los amigos más cercanos continúan expresando ciertas reservas pero le ofrecen su apoyo, al igual que otros muchos naturalistas, especialmente los más jóvenes. Entre las críticas científicas, uno de los escollos fundamentales para la aceptación de la evolución choca con la edad de la tierra, que según los cálculos de la época era demasiado breve como para posibilitar la evolución gradual defendida en el Origen. La cuestión sólo sera resuelta, a favor de Darwin, tras el descubrimiento de la radioactividad y su aplicación al fechado de la edad de la Tierra.

El gradualismo que defiende Darwin en el Origen fue otra de las grandes fuentes de controversia, las objeciones se concentran en dos cuestiones fundamentales: desde la paleontología se señala la ausencia de formas intermedias en el registro fósil, mientras que otros autores insisten en las dificultades asociadas a la evolución gradual de órganos complejos, arguyen la inviabilidad de las etapas incipientes de estructuras que sólo al alcanzar un alto grado de complejidad pueden resultar útiles.

La aceptación de la teoría de la selección natural requiere mucho más tiempo, a pesar del reconocimiento de la evolución, gran parte de la comunidad científica se resiste a aceptar un mecanismo de cambio no teleológico. Si bien el Origen de las especies no se compromete con ninguna teoría de la herencia, Darwin defiende la pangénesis o herencia por mezcla, la teoría más en boga en su época. Hasta los años 30 al surgir la Síntesis evolutiva moderna se reúnen las bases de la visión actual de la evolución por selección natural, integrada por la teoría de la evolución por selección natural, la herencia mendeliana, la mutación genética aleatoria como fuente de variación y los modelos matemáticos de la genética de poblaciones.

La propia evolución de su pensamiento le provoca a Darwin, un intenso debate religioso, a la formación familiar de origen unitarista y librepensador, agrega la convicción sobre la verdad literal de la Biblia a la que cita regularmente como una autoridad moral, en la etapa universitaria se plantea incluso graduarse de clérigo anglicano. Durante la expedición del Beagle busca explicaciones más allá del milagro o la teología de la creación divina y a su regreso a Inglaterra pensaba ya que las demás religiones eran igualmente válidas. Los siguientes años, de intensa especulación en torno a cuestiones geológicas y a la transmutación de las especies, hace que surjan muchas cuestiones relativas a la fe, lo que discute frecuentemente con su esposa Emma, quien apoya sus convicciones en un estudio y un cuestionamiento igualmente serios.

Entendía la vida como un conjunto de organismos perfectamente adaptados, aunque por entonces considera la religión como un mecanismo estratégico de supervivencia y cree que en último término, Dios es el dador de vida. En 1879 afirma que nunca se había considerado un ateo y que el término agnóstico sería una descripción más correcta de mi estado de ánimo.

Muere en Kent, Inglaterra, el 19 de abril de 1882, por gestiones de sus colegas de la Royal Society tiene funerales de estado y es enterrado en la Abadía de Westminster junto John Herschel e Isaac Newton. Sus últimas palabras son para su familia, le dice a su mujer Emma: No tengo miedo de la muerte. Recuerda qué buena esposa has sido para mí. Dile a mis hijos que recuerden lo buenos que han sido todos conmigo. Entonces, mientras se apaga, les dice repetidamente a sus hijos Henrietta y Francis Casi ha merecido la pena estar enfermo para recibir sus cuidados.

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Sergio Pitol escritor del mes de marzo 2012

La inspiración es el fruto más delicado de la memoria

Sergio Pitol Demeneghi, escritor, traductor y diplomático mexicano, nació casualmente en la ciudad de Puebla el 18 de marzo de 1933, su verdadero origen es Veracruz, donde vivió toda su infancia en el ingenio El Potrero. Es reconocido por su trayectoria intelectual, tanto en el campo de la creación literaria, como en el de la difusión de la cultura, especialmente en la preservación y promoción del patrimonio artístico e histórico mexicano en el exterior. Son muchos los galardones con los que ha sido distinguido, de entre los que hay que mencionar, el Xavier Villaurrutia en 1981; el Juan Rulfo de 1999 en México y el Cervantes de 2005 en España, premios que se otorgan a la obra literaria de toda una vida.

Su infancia está marcada por la muerte temprana de sus padres, a los cuatro años de edad, su madre muere ahogada en el río Atoyac, poco después su padre de meningitis y después su hermana de depresión. A los 12 años se traslada a Córdoba, donde cursa la secundaria y vive con la “abuela magnífica” y sus tías; cae enfermo de malaria y recluido en casa, tiene una libertad que le permite adentrarse tanto en el mundo de la lectura como en el de la escritura.

Decide irse a la Ciudad de México donde estudió filosofía y derecho en la UNAM, coincide en la universidad con quienes más tarde serán personajes sobresalientes de la cultura nacional, como Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Víctor Flores Olea y Enrique González Pedrero. Se relaciona con José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis, con quienes comparte vivencias, lecturas e inquietudes. Participan en la Revista Estaciones del poeta Elías Nandino, donde publican por primera vez, Monsiváis, Pacheco y Pitol.

Hicimos planes que jamás se cumplieron.
Publicamos revistas y colecciones efímeras.
Aprendimos que no se escribe en el vacío.
…Otra lección:
Dar importancia a la tarea, no al productor.
Nunca creernos “escritores”.
(Como trasfondo
Siempre las carcajadas de Monsiváis y Luís Prieto.)

Allí también, en ese departamento sin muebles casi,
Virginia Woolf, Henry James, E. M. Foster.
Y por supuesto, Borges, Carpentier y Neruda.
Y dos entonces desconocidos en México:
Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti.

Algo salió de aquellas tardes en apariencia perdidas.
Y, contra todo, somos lo que queríamos ser entonces.

Escribió en 1981 José Emilio Pacheco, en el poema Imitación de Tu Fu.

Recién llegado a la capital, asiste a las conferencias dictadas por Don Alfonso Reyes en El Colegio Nacional y tiene un encuentro afortunado con el maestro, que se prolonga en asiduas visitas a la Capilla Alfonsina, de esa influencia Pitol nos dice: En México, durante la adolescencia, frecuenté larga y devotamente los libros de Alfonso Reyes. Los leía, me imagino, por el puro amor a su idioma; por la insospechada música que encontraba en ellos; por la gracia que, de repente, aligeraba la exposición de un tema necesariamente grave…

Debo a nuestro gran polígrafo, y a varios años de tenaz lectura, la pasión del lenguaje. Admiro su secreta y serena originalidad, su infinita capacidad combinatoria, su humor, su habilidad para insertar giros cotidianos, reñidos en apariencia con el lenguaje literario… Reyes se movía con ligera seguridad, con extrema cortesía, con curiosidad insaciable por muy variadas zonas literarias, algunas escasamente iluminadas en esa época…

En una época de ventanas y puertas cerradas, Reyes nos incitaba a emprender todos los viajes…

Años después, comencé yo a escribir y sólo ahora advierto que una de las raíces de mi narrativa se hunde en aquel cuento. Buena parte de lo que más tarde he hecho no ha sido sino un mero juego de variaciones sobre aquel relato: “La cena”.

El narrador veracruzano compartió también los intereses de la llamada Generación del medio siglo, formada por talentosos artistas jóvenes, interesados en distintas disciplinas y determinantes en la cultura mexicana contemporánea, el grupo lo formaban Juan García Ponce, Inés Arredondo, Jorge Ibargùengoitia, José de la Colina, Salvador Elizondo, Juan Vicente Melo, Juan José Gurrola, Tomás Segovia, Elena Poniatowska, entre otros.

A partir de 1960 se va a Europa, primero a la aventura, al paso, consigue sobrevivir y recorre el continente. Fue estudiante en Roma, traductor en Pekín y en Barcelona, profesor universitario en Bristol, y diplomático en Varsovia, Budapest, París, Moscú. Esta vida errante enriqueció por supuesto su visión del mundo y su literatura. Al dominio del italiano de raíz familiar, agrega el inglés, chino, ruso, checo, polaco. Posteriormente trabaja como editor y colabora en numerosos suplementos culturales de México y el extranjero. Fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua en enero de 1997.

La desgracia, la enfermedad y el aislamiento crearon su estilo literario, que él define como una autobiografía oblicua en la que se funden la vida y la literatura. Su vida en perpetua fuga, la convirtió en recurso literario: Me convencí de que el aislarme de una vida literaria organizada resultaba indispensable para mi escritura; esa lejanía de los grupos de poder cultural, de sus presiones directa o invisibles no sólo me proporcionaba el tiempo necesario para escribir sino también para algo más esencial: mantener el diálogo conmigo mismo.

A la primera edición de No hay tal lugar en la editorial de la Universidad Veracruzana (1967), siguió Infierno de todos (1971), Los climas (1972), El tañido de una flauta (1973), Asimetría (1980), Nocturno de Bujara (1981), Cementerio de tordos (1982), Juegos florales (1985), El desfile del amor (1985), Domar a la divina garza (1988), Vals de Mefisto (1989), La vida conyugal (1991), El arte de la fuga (1996), Todos los cuentos más uno (1998) , Soñar con la realidad (1998) , El viaje (2000), Todo está en todas las cosas (2000), De la realidad a la literatura (2002) , El mago de Viena (2005), Autobiografía soterrada (2011).

Como ensayista ha dado a la imprenta De Jane Austen a Virginia Woolf, La casa de la tribu, Adicción a los ingleses y Pasión por la trama, entre otros títulos. Su labor como traductor ha merecido que se recoja todo su trabajo en la colección Sergio Pitol Traductor de la Universidad Veracruzana.

Sobre su proceso de escritura, afirma: Mi método de trabajo no me permite la menor invención, tengo que conocer a los personajes, haber hablado con ellos para poder recrearlos. No puedo describir una casa en la que no he estado.

El inicio de su oficio de escritor está unido especialmente al cuento, un peregrinaje que va desde El arte de la fuga hasta su última aportación con El mago de Viena. Ha sido en este género en el que ha experimentado con distintos recursos hasta llegar a formar una voz propia y característica que le ha valido el reconocimiento de críticos, académicos y lectores.

Su arribo a la novela fue por la necesidad de encontrar un espacio narrativo más amplio, sus novelas son ejercicios de estilo que, mediante un humor refinado y mordaz, ofrecen una mirada desencantada de la realidad. Sus cuentos y novelas, influidos por Henry James en los recursos estructurales, se alejan de tendencias literarias predominantes en las letras hispanoamericanas de su generación y destacan por su carácter erudito e irónico.

En su etapa de madurez reconoce su admiración y pasión por la literatura polaca y rusa, de la cual hace varias aportaciones como traductor y difusor, lo mismo ocurre con otros creadores: Podría haber estudiado durante largos años técnicas narrativas, asistir a mil talleres literarios y leído todos los libros sobre la historia de la novela y nada de ello hubiese equivalido a la enseñanza que me proporcionó la traducción de Gombrowicz, Henry James, Conrad, Jane Austen y otros más.

Autor de frases largas e inteligentes, se convierte en un innovador o escritor posmodernista anticipado al fusionar distintos géneros literarios. Su estilo pitoniano se encuentra en sus escritos autobiográficos, sueños con su perro, fragmentos de diarios, reflexiones sobre el arte, crónicas sobre la actualidad, viajes y homenajes a sus autores preferidos. Pitol va más allá en todos los géneros y en el ensayo va a echar mano de relatos y otros recursos como vasos comunicantes, es la ruptura y la disolución de los géneros para recrearlos. Es su contribución a la búsqueda de nuevas propuestas narrativas en la literatura mexicana.

Los textos de Sergio Pitol, desconciertan al lector que sólo quiere seguir textos canónicos: comenzar con unos personajes, que se plantee un conflicto, ver como se desarrolla, confrontar un clímax y terminar con un desenlace. Pitol no nos da nada de esto; a la mitad de sus textos apenas estamos captando cuál es el problema que propone y aún titubeamos al decidir quién es el protagonista. En el caso de sus crónicas y sus reseñas de viaje, la frontera entre los géneros se viene abajo y encontramos un nuevo tipo de literatura a la cual no podemos clasificar, nos sugiere Maricruz Castro, en la addenda del libro de Sergio Pitol De la realidad a la literatura, México, FCE/ITAM, 2003, 863M P58 D34

En el mismo libro se señala que, en “El arte de la fuga revela de una manera muy gozosa que aparte de la influencia de Faulkner y la importancia de la lectura de Borges, Alfonso Reyes, Marcel Proust, Virginia Woolf, E.M. Foster, estrellas rutilantes en el paraíso de la literatura universal, de pronto señala: nunca he gozado más en mi vida como cuando leí a la familia Burrón y a los personajes de Gabriel Vargas. La vida de doña Borola Burrón, siempre tratando de ver como salir de la pobreza, y su esposo don Regino, el peluquero, quienes viven en una vecindad, resulta muy importante para Pitol, sobre todo la desaforada Borola, que no conoce límites ni imposibles, aunque meta en líos a todo el mundo. Esto es precisamente lo que va a realizar Pitol con sus textos: siempre habrá un personaje fuera de sí, fuera de la normalidad, un personaje irregular que constantemente se arrepiente para, en el minuto siguiente, empezar a planear otra forma de volver a complicar la vida de los demás”.

En una entrevista aparecida en el diario español El País, del 8 de octubre de 2005, titulada La novela es un género que lo acepta todo, Carlos Monsiváis como entrevistador, apunta:

C.M. El mago de Viena, la recopilación de ensayos, notas y breves fabulaciones es, en la obra de Sergio Pitol, otra muestra del género acuñado o perfeccionado por él, que combina el ensayo o la crónica con la irrupción de relato brevísimo y viñetas de ironía y asombro. En esa línea se encuentran El arte de la fuga y El viaje, contribuciones de primer orden de Pitol a la decisión «posmoderna» de no creer en géneros literarios sino en textos donde el recuerdo personalísimo, en apariencia ajeno al tema del ensayo o la crónica, a fin de cuentas resulta ser un testimonio indispensable y el aviso de un género. No obstante su diversidad de asuntos, El mago de Viena es un libro orgánico cuya unidad deriva del entusiasmo por la literatura y por el ars combinatoria donde un goce o una decepción conducen a otros similares y en donde nada es más decepcionante que la descripción textual. Así, Faulkner lleva a Buñuel, Thomas Bernhard a Roberto Bolaño, el gran actor polaco Joseph Tura (de To be or not to be, el prodigio satírico de Ernst Lubitsch) a las nuevas sensibilidades literarias. De esto converso con Sergio Pitol.

S.P. La novela es un género que acepta todo. En el Quijote hay discursos de diversas clases. Uno, el de Las letras y las armas, otro, las lecciones del Quijote a Sancho Panza antes de salir a gobernar la ínsula Barataria son de teoría del Estado, y también el discurso a los cabreros sobre un mundo desaparecido de felicidad, arrasado por los intereses mezquinos del poder y del dinero, es una versión de La Ciudad del Sol, de Campanella, la utopía más importante del Renacimiento. En el siglo XX, La montaña mágica y, sobre todo, el Doctor Fausto, de Thomas Mann, y Los sonámbulos, de Hermann Broch, son novelas prodigiosas en las que el ensayo interviene en su estructura de forma espectacular. Pero es raro que un ensayista al escribir un texto incorpore elementos narrativos, con tramas y personajes novelescos. Puede haberlos, pero yo no recuerdo más que a Magris y Sebald. Como mis ensayos eran bastante aburridos y tristones, comencé a interpolar una que otra pequeña trama, un sueño, unos juegos y varios personajes.

C.M. ¿Qué significa hoy para ti el cuento, un género apreciado por los lectores y minimizado por la crítica?

S. P. Me inicié con el cuento y durante quince años seguí escribiéndolos. En el cuento hice mi aprendizaje. Tardé mucho en sentirme seguro. En los cuatro relatos que están en mi libro Vals de Mefisto la narración y el ensayo se reúnen, aún leve pero firmemente.

C. M. Los escritores europeos de las novelas-río son uno de tus pilares del entendimiento del mundo, porque su punto de partida es justísimo: un gran mérito en la vida es saberse rodear más que de personas de personajes. ¿Qué encuentras hoy comparable al mundo de Dickens y Balzac, o el de Thomas Mann y Musil? ¿Ya pasó el tiempo de los escritores que demandaban de sus lectores tiempo disponible?

S. P. Dickens está en un lugar preferente del altar de mis héroes. Probablemente lo leí de niño, en algunas ediciones simplificadas. En sus libros se mueve un ejército de niños parias, niños huérfanos perdidos o abandonados, niños maltratados por padrastros o parientes inhumanos, niños encarcelados, niños obligados por verdugos a llevar una vida criminal, rescatados por unos ancianos o ancianas encantadores, que casi siempre eran personajes maravillosos, generosos, cargados de rarezas y manías afectuosas. Yo era un niño que a los cuatro años perdió a sus padres, casi siempre enfermo, cuidado por una abuela magnífica, y aunque estuviera muy bien tratado, me sentía muy ligado a aquellos niños desesperados creados por Dickens. ¿Qué existe hoy comparable al mundo de Dickens o Balzac, o de Mann y Musil…? Desde luego, cada época tiene su literatura, y sobre todo la novela ya que es el género que recoge el aliento de la sociedad y acompaña sus cambios. Los nombres que me das son enormes, no sólo por la extraordinaria factura lingüística, la imaginación e inteligencia sino también porque han visto el movimiento del mundo, su época, sus derivaciones, los movimientos que mueren y los que se han incorporado: el mundo, la ciencia, las artes, las formas religiosas, los miedos, y eso no por descripciones sino por detalles, elipsis y sugerencias. Para que se pueda decir que los novelistas lleguen a esa altura, los que van a ser los clásicos del presente y el futuro, se necesita la muerte, unos meses, un par de años. Los autores que creo serán permanentes, los que ya están pasando la prueba, me parecen: Andrzej Kusniewicz, polaco; Thomas Bernhard, austriaco; Juan José Saer, argentino; Roberto Bolaño, chileno; Saul Bellow, norteamericano; George Perec, francés, y Julien Gracq, francés también, que aunque no se ha muerto tiene más de noventa y cinco años y desde hace varias décadas no escribe.

C. M. Dice Pellicer en uno de sus sonetos: «Del bosque entero harás carpintería». En El mago de Venecia, más que en ningún otro de tus libros, localizo las referencias a tu «carpintería», al modo en que observas, memorizas, inventas, borras. ¿Por qué acercar a los lectores a las entrañas de tu trabajo?

S. P. Por lealtad a los textos y los lectores, la carpintería es absolutamente indispensable en mi obra, especialmente en este Mago de Viena. Su escritura es su construcción. Es un libro que nace bajo la sombra de un lema primordial de los alquimistas: «Todo está en todo». En El mago todo está en todo, pero en un orden de los elementos, y los tonos tienen que estar en una colocación especial para potenciarse y potenciar la unidad.

Para finalizar la entrevista, Monsiváis rememora ésta anécdota que bosqueja a Pitol, personae: A propósito de una convicción que compartimos (la máscara es el espejo del alma), recuerdo un viaje que hicimos a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en febrero de 1994, cuando los diálogos de paz entre el Gobierno y el Ejército Zapatista. Había agentes policiacos cerca de la catedral, cinturones de seguridad de la sociedad civil, periodistas que se entrevistaban unos a otros, curiosos que recorrían los cafés y hacían recordar la fábula chestertoniana de El hombre que fue Jueves. La situación en San Cristóbal era tensa. En el desayuno en el hotel, advertimos a dos señores con aspecto de ya no soportar la cercanía de su jubilación, que tomaban notas interminablemente. A lo largo del día los vimos sujetos a la grafomanía. Pitol decidió: «No son agentes policiacos, sino la versión chiapaneca de Bouvard y Pécuchet, los gloriosos personajes de Flaubert, que redactan un diccionario de voces apócrifas». En la noche, en la cena, los saludó muy amables y aseguró haberlos visto hacía tiempo: «¿No son ustedes los abogados Bouvard y Pécuchet, que tienen un despacho en la avenida Madero?». Los recién titulados, aturdidos, murmuraron su identidad, pero Pitol desdeñó su confesión, y los presentó a un grupo amplio como los abogados que llevaban la defensa de los intereses del rey Carol de Rumania que reclamaba la posesión de San Cristóbal, suya por un convenio con el dictador Porfirio Díaz. Un tradicionalista de la ciudad, no muy versado en fechas, se enfureció y les gritó que se largaran, San Cristóbal no estaba en venta. Los falsos o verdaderos espías negaban todo sin convicción y vencidos, le dieron la razón a Sergio cuando éste les aseguró que amor era la palabra más apócrifa de todas. En los días siguientes Bouvard y Pécuchet no reclamaron sus nombres originales. Ya por irnos, se reveló la verdad, ese género tan anticlimático. Eran dos antropólogos de Tuxtla Gutiérrez que escribían un libro sobre transformaciones en una ciudad pequeña causadas por la presencia masiva de extranjeros en ocasión de un acontecimiento.

De simetrías a asimetrías
(fragmento)

La física cuántica –aseguran sus intérpretes- ha logrado robar sin demasiado esfuerzo, que el mundo, desde su creación hasta hoy, se ha movido a través de un complejo sistema de asimetrías.

La vida del universo, la de sus tres reinos y la infinita variedad de especies que la pueblan, es el resultado de un juego de difícil comprensión para los legos pero definitivamente cierto y rigurosamente comprobado de formas asimétricas, de fugas de energía hacia lo desconocido; son saltos brutales, aterrorizadores, pero cualquier efecto de este tipo se desliza al ritmo de una cámara lenta. No nos asustan gracias a la demora de su realización. Pasarán un sinnúmero de generaciones hasta que alguien –un sabio desde luego- descubra que ha ocurrido un salto importante en la naturaleza. Se requerirán siglos, miles de siglos quizá, para tener la seguridad de que una asombrosa operación ha tenido ya lugar.

¿Quién ha presenciado ya metamorfosis del dinosaurio a la lagartija o la transición del oscuro balbuceo que por primera vez emitió un homo sapiens, más impaciente o menos obtuso que sus congéneres, al idioma milagroso con que Borges nos revela su contemplación de El Aleph? No sé si a todos los hombres de letras les resultan tan incomprensibles como para mí esos misterios. Tal vez para los jóvenes, aleccionados ahora desde el jardín de niños en las novedades tecnológicas y bioquímicas, les parezca un juego infantil. Porque, debo confesar, mi generación de formó en el culto de la simetría. Veo, por ejemplo, unas láminas de color de las pinturas rupestres de Altamira y al instante me saltan visiones de Picasso, de Matisse, de Malévich, de Toledo o de Tamayo. Me entretengo en encontrar concordancias entre las formas mayas y las esculturas de Arp, Bárbara Hepworth o Henry Moore; entre los muros de Cacaxtla y los colores de Francisco Toledo; entre el estilo de Laurence Sterne y el de Virginia Woolf; la liga entre Borges y Marcel Schwob y la mutua correspondencia entre las obras de Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Pensar en formas simétricas equivale e mí a pasear por los senderos del edén.

De la realidad a la literatura, pág.76-77, México, FCE- Itesm, 863 M P58 D34

Frases de Sergio Pitol

– Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidiosos. Uno es una suma mermada por infinitas restas.
– Un escritor a menudo oye hablar sin escuchar una palabra.
– Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces.
– Todos, los castos como los lascivos, han aprendido que el sufrimiento es la sombra de todo amor, que el amor se desdobla en amor y en sufrimiento.
– Un libro leído en distintas épocas se transforma en varios libros.
– Inspiración, un término despreciado por todos los pedantes del mundo, y también por sus primos, los cursis.
– Un atributo de la memoria es su inagotable capacidad para deparar sorpresas. Otro, su imprevisibilidad.
– Su única manifestación de vida era una sonrisa de sorna dedicada a la concurrencia.

Te invitamos a participar en los Círculos de lectura para jóvenes, Sergio Pitol es el escritor del mes de marzo, conoce su obra que forma parte de la colección de la Biblioteca Central.

Martes 13:00 horas, módulo de Referencia, vestíbulo de la Biblioteca

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André Breton, escritor del mes de febrero de 2012

El pensamiento y la palabra son sinónimos

Escritor, poeta, ensayista y crítico francés, fundador y líder del movimiento surrealista. Nació en Tinchebray, Orne, Francia el 19 de febrero de 1896. De orígenes modestos, desoyó los deseos familiares de estudiar ingeniería y optó por la medicina.

Durante la primera guerra mundial trabajó en hospitales psiquiátricos, donde aplicó sus profundos conocimientos de la teoría de Sigmund Freud sobre el inconsciente, investigaba el automatismo psíquico y experimentaba con la escritura automática, que es una escritura libre de todo control de la razón y de preocupaciones estéticas o morales, lo que influyó más tarde en su formulación de la teoría surrealista.

Desde muy joven trabó amistad con importantes figuras intelectuales de Francia, entre ellas el poeta Paul Valéry; entró en el mundo del arte y se conviertió en pionero de los movimientos antirracionalistas como el Dadaísmo, donde participó durante tres años. El movimiento dadaísta creado por Hugo Ball y Tristán Tzara en el Cabaret Voltaire en Zurich, Suiza en 1916, fue una reacción a la abulia y desinterés social de los artistas europeos por la situación social de entreguerras.

Una vez afincado en París, en 1921 publicó su primera obra Los campos magnéticos, en la que exploró las posibilidades de la hipnosis y la escritura automática. Al año siguiente rompió con el Dadaísmo, acusando a Tzara de conservadurismo. Colaboró con Paul Éluard, Louis Aragon y Philippe Soupault en la fundación de la revista Littérature, la principal publicación surrealista y de la que fue editor durante muchos años.

En 1924 escribió el Primer manifiesto surrealista y a su alrededor se formó un grupo compuesto por los ya nombrados, y René Creevel, Michel Leiris, Robert Desnos, Benjamín Péret, un conjunto de escritores y artistas imbuidos de desmesurados sueños revolucionarios, tal como lo escribieron: llegar a cambiar la vida como lo imaginó Arthur Rimbaud y transformar el mundo como lo pedía Carlos Marx.

El surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida.

Con una prosa casi poética y un estilo emotivo y exaltado, postulaba la existencia de una realidad superior a la que sería posible acceder poniendo en contacto dos mundos, la vigilia y el sueño, que tradicionalmente se habían mantenido separados. Reivindicaba la liberación del mundo del subconsciente y con ello una nueva forma de pensar que terminara con la dictadura exclusiva de la lógica y la moral. En este manifiesto se asientan las bases del automatismo psíquico como medio de expresión artística que surge sin la intervención del intelecto.

Muy pronto el movimiento se acerca a la política y en 1927 Aragón, Éluard y el propio Breton se afilian al Partido comunista francés, aunque la idea surrealista se alejó muy pronto del comunismo oficial. En 1928 publicó en París Le surréalisme et la peinture y la novela Nadja su obra más autobiográfica, considerada por muchos su obra más creativa.

Con la publicación del Segundo manifiesto surrealista en 1929, llegó la polémica, Breton, líder o más bien «papa negro» del movimiento surrealista, concretaba la noción de surrealismo y afirmaba que debía caminar junto a la revolución marxista. Sin poder abstraerse del sectarismo, excomulgó, condenó y expulsó del grupo a todos aquellos que no coincidían con sus ideas, entre los expulsados se encontraron Antonin Artaud y Salvador Dalí entre otros.

Escribió en 1932 el libro de poesías La Inmaculada Concepción y al alimón con Paul Éluard Los vasos comunicantes dos años después. Contrajo matrimonio en 1934 con Jacqueline Lamba, inspiradora de El amor loco (1937). En 1935, Breton rompió con el Partido Comunista y viajó a México en 1941, donde su relación con Trotski le llevó a redactar una nueva toma de posición ideológica, con el título de Manifiesto por un arte revolucionario independiente.

A raíz de la Segunda Guerra mundial radicó en EE.UU en un exilio de cinco años, publica los Prolegómenos a un tercer manifiesto o no, conocido también como Tercer manifiesto surrealista. Escribe La lanterne sourde (La linterna sorda). Un año después funda en la ciudad estadounidense de Nueva ork la revista VVV en compañía de Marcel Duchamp, Marx Ernst, y David Hare.

Regresó a Paris en 1946, dedicándose a mantener vivo el movimiento surrealista, al tiempo que mostraba su oposición al realismo imperante en literatura y en especial a Albert Camus. Su poesía fue recopilada en Poemas (1948), refleja la influencia de los poetas Paul Valéry y Arthur Rimbaud. En 1956 funda una nueva publicación Le Surrealisme Même. Murió en la mañana del 28 de septiembre de 1966, en un hospital parisino. Poco antes de morir, le decía a Luis Buñuel, el cineasta español militante del surrealismo y residente en México, hoy nadie se escandaliza, la sociedad ha encontrado maneras de anular el potencial provocador de una obra de arte, adoptando ante ella una actitud de placer consumista.

Najda (fragmento)

De todo ello se deduce necesariamente una determinada actitud con respecto a la belleza, la cual demasiado claro está que únicamente con fines pasionales ha sido tratada aquí. En ningún caso estática, es decir encerrada en su sueño de piedra , inalcanzable para el hombre en las sombras de esas Odaliscas, en lo profundo de esas tragedias que pretenden limitarse a una única jornada, apenas menos dinámica que ellas, es decir, sometida a ese galope desenfrenado tras el cual solo puede comenzar desenfrenadamente otro galope, a saber, más aturdida que un copo de nieve en mitad de la nevada, es decir decidida a rechazar para siempre cualquier abrazo por miedo a que no se la sepa abrazar: ni dinámica ni estática veo la belleza tal y como te he visto.

Como he visto lo que a la hora indicada y por un tiempo marcado, que espero y creo con toda mi alma que se prestará a repetirse, te armonizaba conmigo. Es como un tren que no deja de brincar en la estación de Lyon y del que estoy seguro que nunca saldrá, que nunca se ha ido. Se compone de espasmos, muchos de los cuales apenas tienen importancia, pero que nosotros sabemos que están destinados a producir un Espasmo, que sí la tiene. Que tiene toda la importancia que yo no quisiera arrogarme. Un poco en cualquier dominio, el entendimiento se atribuye derechos que no posee. La belleza, ni dinámica ni estática. El corazón humano, hermoso como un sismógrafo. Majestad del silencio.

Lo escrito se lo lleva el viento

El raso de las páginas de los libros que se hojean modela una mujer tan hermosa
Que cuando no se lee se contempla esa mujer con tristeza
Sin osar hablarle sin osar decirle que es tan hermosa
Que cuando uno está por saber no tiene precio
Esa mujer pasa imperceptiblemente entre un murmullo de flores
A veces se da vuelta en las temporadas impresas
Para preguntar la hora o mejor quizás finge contemplar atentamente las joyas
De un modo insólito en criaturas humanas
Y el mundo muere una ruptura se produce en los anillos de aire
Una herida a nivel corazón
Los diarios matutinos traen cantantes cuyas voces tienen el color de la arena
en orillas tiernas y peligrosas
Y a veces los vespertinos dejan paso libre a cumplidas muchachitas que
conducen fieras encadenadas
Pero lo mejor está en el intervalo de ciertas letras
Donde manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía
Saquean un nido de golondrinas blancas
A fin de que llueva para siempre
Tan bajo tan bajo que las alas no puedan entremezclarse
Manos por las que se asciende hasta brazos tan leves que el vapor de los
prados en sus graciosas volutas sobre las charcas es un espejo imperfecto
Brazos que sólo se articulan al peligro excepcional de un cuerpo creado para el amor
Cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de las zarzas llenas de velos
Y que sólo tiene de terrestre la inmensa verdad de hielo de los trineos de
miradas sobre la extensión absolutamente blanca
De lo que no veré nunca más
A causa de una venda maravillosa
Que es la que utilizo al jugar al gallo ciego de las heridas.

Frases de André Breton

Querida imaginación, lo que amo sobre todo en ti es que no perdonas.

El amor está antes que usted. Ámelo.

Toda idea que triunfa marcha hacia su perdición.

Vivir y dejar vivir son soluciones imaginarias. La vida está en otra parte.

¿Qué es la riqueza? Nada, si no se gasta; nada, si se malgasta.

Al principio no se trata de entender sino de amar.

No hay que cargar nuestros pensamientos con el peso de nuestros zapatos.

De nada vale estar vivo si hay que trabajar.

Cuando dos personas que se quieren, chocan, no se mezclan, se rompen.

La belleza es convulsiva o no es nada en absoluto.

El mar, que para la mirada humana no es nunca tan bello como el cielo, no nos abandonaba.

¿En qué se basan las recíprocas inclinaciones? Hay unos celos más conmovedores que otros.

Lo maravilloso es siempre bello, todo lo maravilloso es bello, de hecho, sólo lo maravilloso es bello.

El hombre que no puede visualizar un caballo al galope sobre un tomate es un idiota.

Adoro esas hojas al igual que todo lo supremamente independiente que hay en ti.

Me paseo con gusto entre esa oscuridad que supone la rivalidad de una mujer y un libro.

Arte de los días arte de las noches, la balanza de las heridas que se llama perdona.

Te invitamos a participar en los Círculos de lectura para jóvenes, André Bretón es el escritor del mes de febrero, conoce su obra que forma parte de la colección de la Biblioteca Central.

Martes 13:00 horas, módulo de Referencia, vestíbulo de la Biblioteca

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J. R. R. Tolkien, escritor del mes de enero de 2012

John Ronald Reuel Tolkien, escritor, poeta, filólogo y profesor universitario, nació el 3 de enero de 1892, en una población sudafricana llamada Bloemfontein. El apellido Tolkien es un anglicismo del alemán Tollkiehn, cuyo origen radica en tollkühn (temerario).

Su padre Arthur Reuel Tolkien, era un trabajador bancario y ciudadano británico que había decidido marcharse a probar fortuna en Sudáfrica a finales del siglo XIX. Allí se casó con Mabel Suffield, mujer que también poseía la nacionalidad británica. En 1895, cuando el pequeño Ronald, como lo llamaban en su familia, contaba con tres años de edad se trasladó con su madre y hermano a Inglaterra por motivos de salud. El padre permaneció trabajando en el país africano y falleció al año siguiente de una fiebre reumática.

Mabel se convirtió junto con sus dos hijos al catolicismo en el año 1900, a pesar de la fuerte oposición familiar, de confesión baptista, que retiró toda la ayuda económica que le daban desde que se quedó viuda. En 1904 cuando Ronald tenía doce años, falleció su madre debido a complicaciones de diabetes, que era una enfermedad muy peligrosa antes de la aparición de la insulina.

Por mantenerse en el catolicismo frente a la presión de su familia, durante toda su vida Tolkien vivió convencido de que su madre había sido una verdadera mártir de su fe, lo que le produjo una profunda impresión en sus propias creencias católicas y marcó de forma definitiva toda su vida, su obra misma y su pensamiento político.

Consecuencia de su orfandad, Ronald y Hilary fueron educados por un cura católico, Francis Xavier Morgan de origen andaluz y padre galés, quien había apoyado moral y económicamente a Mabel Tolkien tras su conversión y había enseñado al joven Ronald las bases del idioma español que este empleó en la creación de su naffarin. En el orfanato conoce y se enamora de Edith Mary Bratt, con quien se casó años más tarde.

Los hermanos se trasladaron con la familia materna y crecieron en casa de su tía Beatrice en Birmingham. Tolkien recibió educación católica en la King Edwards School y en la St. Phillips’s Grammar School. El joven sintió siempre una inclinación por el estudio del lenguaje, el folklore y la mitología, acostumbrado como estaba a crear desde niño idiomas propios, que compartía con sus primos y hermano menor. Se recibió en la Universidad de Oxford, con excelentes calificaciones en Lengua y Literatura Inglesa.

Acudió a combatir en la Primera Guerra Mundial, en donde sufrió la llamada “fiebre de la trinchera”. En su convalecencia comenzó a trabajar en El Silmarillion, que se publicó póstumamente. Se casa en marzo de 1916, un año después nace el primero de sus cuatro hijos, comienza a trabajar de profesor en las universidades de Leeds y en Oxford, donde permanecerá como catedrático de anglosajón de 1925 a 1945.

Ahí conoció a C. S. Lewis, uno de sus mejores amigos y confidentes literarios, con quien compartió sus aficiones a los mitos y leyendas, especialmente los relativos a la época medieval, también se convertiría en un afamado escritor con sus célebres Crónicas de Narnia. Ambos, junto a gente como Owen Barfield o Charles Williams, formarían el grupo The Inklings, que mantenían animadas tertulias en un pub llamado Bird and Baby.

En su faceta de editor, Tolkien sacaría a la luz el Sir Gawain y el caballero verde (1925), un texto anónimo del siglo XIV ambientado en la corte de Camelot, del cual hay versión al español en ediciones Siruela. En los años 30 publicó diferentes estudios críticos, como el Beowulf (1936), con traducción castellana en Siruela y adaptación cinematográfica.

Desde su adolescencia, Tolkien había empezado a escribir una serie de mitos y leyendas sobre la Tierra Media. Lamentaba que en su país no existiera una mitología del carácter de la griega y se proponía inventar “una mitología para Inglaterra”, que más tarde daría lugar a El Silmarillion, previamente denominado El libro de los cuentos perdidos. Dichos relatos están inspirados en toda la mitología europea: del Kalevala finlandés a las sagas escandinavas y cuentos antiguos ingleses.

Publicó en 1937 The Hobbit, proyectado como un cuento escrito para sus hijos, tuvo una muy favorable acogida por sus lectores. Esta historia se engrandecería con su desarrollo en la trilogía El señor de los anillos, al publicar en 1954 dos tomos, La comunidad del anillo y Las dos torres, en 1955 apareció el tercero El retorno del Rey. Esta obra magna, situada en un mundo mitológico, épico y fantástico, y basada en la clásica confluencia entre el bien y el mal, se convirtió en un éxito literario y un objeto de culto sin precedentes.

Si bien escritores como Morris, Howard y Eddison precedieron a Tolkien en el género literario de fantasía con obras tan famosas e influyentes como Conan el Bárbaro, el gran éxito de El hobbit y El Señor de los Anillos en Estados Unidos, condujeron directamente al resurgimiento popular del género. Lo que permitió identificar a Tolkien como “el padre” de la literatura moderna de fantasía, o más precisamente, de la alta fantasía. Sus trabajos literarios han inspirado muchas otras obras de fantasía y han tenido un efecto duradero en todo el género. En 2008, el periódico The Times le clasificó sexto en una lista de los 50 escritores británicos más grandes desde 1945.

En 1959 Tolkien abandonó la docencia, y en 1968 trasladó su residencia a Pool, en Bournemouth, tres años después moriría su esposa Edith. En 1972 fue condecorado por la reina Isabel II.

En vida, además de los títulos citados, el autor británico nacido en Sudáfrica, publicó también el poemario Las aventuras de Tom Bombadil (1962), Árbol y hoja (1964) y el relato Hoja de Niggle, y entre otras publicaciones, el cuento El herrero de Wootton Mayor (1967).

J. R. R. Tolkien falleció el 2 de septiembre de 1973 a la edad de 81 años, tras su deceso se editaron diversos libros que agrandaban su legado dentro de la fantasía heroica, entre ellos los de La Historia de la Tierra Media. En el año 2007 su hijo Christopher editó un nuevo libro de su padre llamado El hijo de Húrin, en el cual se narra una historia ambientada en la Primera Edad de la Tierra Media. Más tarde publicó La Leyenda De Sigrud y Gudrun (2009), poema épico basado en la Edda Poética.

Estos libros, junto con El hobbit y El Señor de los Anillos, forman un cuerpo conectado de cuentos, poemas, historias de ficción, idiomas inventados y ensayos literarios sobre un mundo imaginado llamado Arda, y más extensamente sobre uno de sus continentes, conocido como la Tierra Media. Entre 1951 y 1955, Tolkien aplicó ya la palabra Legendarium a la mayor parte de estos escritos.

Su pensamiento político evolucionó de un conservadurismo moldeado por su militancia católica y anticomunismo a un “anarquismo monárquico” (similar postura a la del poeta colombiano Álvaro Mutis), lo cierto es que fue un escritor de una imaginación poderosa que creó una mitología eterna, un habitante del siglo veinte que vivía preferentemente en mundos imaginarios.

Sobre los cuentos de hadas

J. R. R. Tolkien

La mágica invención del adjetivo

…La mente humana, dotada de los poderes de generalización y abstracción, no sólo ve hierba verde, diferenciándola de otras cosas (y hallándola agradable a la vista), sino que ve que es verde, además de verla como hierba. Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo fue la invención del adjetivo: no hay en fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso. Y no ha de sorprendernos: podría ciertamente decirse que tales hechizos sólo son una perspectiva diferente del adjetivo, una parte de la oración en una gramática mítica. La mente que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil y veloz también concibió la noción de la magia que haría ligeras y aptas para el vuelo las cosas pesadas, que convertiría el plomo gris en oro amarillo y la roca inmóvil en veloz arroyo. Si pudo hacer una cosa, también la otra; e hizo las dos, inevitablemente. Si de la hierba podemos abstraer lo verde, del cielo lo azul y de la sangre lo rojo, es que disponemos ya del poder del encantador. A cierto nivel.

Y nace el deseo de esgrimir ese poder en el mundo exterior a nuestras mentes. De aquí no se deduce que vayamos a usar bien de ese poder en un nivel determinado; podemos poner un Verde horrendo en el rostro de un hombre y obtener un monstruo; podemos hacer que brille una extraña y temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se pueblen de hojas de plata y que los carneros se cubran de vellocinos de oro; y podemos poner ardiente fuego en el vientre del helado saurio. Y con tal “fantasía” que así se la denomina, se crean nuevas formas. Es el inicio de Fantasía. El Hombre se convierte en subcreador.

Así, el poder esencial de Fantasía es hacer inmediatamente efectivas a voluntad las visiones “fantásticas”. No todas son hermosas, ni incluso ejemplares; no al menos las fantasías del Hombre caído. Y con su propia mancha ha mancillado a los elfos, que sí tienen ese poder real o imaginario. En mi opinión, se tiene muy poco en cuenta este aspecto de la “mitología”: subcreación más que representación o que interpretación simbólica de las bellezas y los terrores del mundo.

En el mundo secundario

…Naturalmente que los niños son capaces de una fe literaria cuando el arte del escritor de cuentos es lo bastante bueno como para producirla. A esa condición de la mente se la ha denominado “voluntaria suspensión de la incredulidad”. Más no parece que ésa sea una buena definición de lo que ocurre. Lo que en verdad sucede es que el inventor de cuentos demuestra ser un atinado “subcreador”. Construye un Mundo Secundario en el que tu mente puede entrar. Dentro de él, lo que se relata es “verdad”: está en consonancia con las leyes de ese mundo. Crees en él, pues, mientras estás, por así decirlo, dentro de él. Cuando surge la incredulidad, el hechizo se quiebra; ha fallado la magia, o más bien el arte. Y vuelve a situarte en el Mundo Primario, contemplando desde fuera el pequeño Mundo Secundario que no cuajó. Si por benevolencia o por las circunstancias te ves obligado a seguir en él, entonces habrás de dejar suspensa la incredulidad (o sofocarla); porque si no, ni tus ojos ni tus oídos lo soportarán. Pero esta interrupción de la incredulidad sólo es un sucedáneo de la actitud auténtica, un subterfugio del que echamos mano cuando condescendemos con juegos e imaginaciones, o cuando (con mayor o menor buena gana) tratamos de hallar posibles valores en la manifestación de un arte a nuestro juicio fallido.

La fantasía y la subcreación

…La mente del hombre tiene capacidad para formar imágenes de cosas que no están de hecho presentes. La facultad de concebir imágenes recibe o recibió el nombre lógico de Imaginación. Pero en los últimos tiempos y en el lenguaje especializado, no en el de todos los días, se ha venido considerando a la Imaginación como algo superior a la mera formación de imágenes, adscrito al campo operacional de lo Fantasioso, forma reducida y peyorativa del viejo término Fantasía; se está haciendo, pues, un intento para reducir, yo diría que de forma inadecuada, la Imaginación al “poder de otorgar a las criaturas de ficción la consistencia interna de la realidad”.

…El logro de la expresión que proporciona (o al menos así lo parece) “la consistencia interna de la realidad” es ciertamente otra cosa, otro aspecto, que necesita un nombre distinto: el de Arte, el eslabón operacional entre la Imaginación y el resultado final, la Subcreación. Para el fin que ahora me propongo preciso de un término que sea capaz de abarcar a la vez el mismísimo Arte Subcreativo y la cualidad de sorpresa y asombro expositivos que se derivan de la imagen: una cualidad esencial en los cuentos de hadas.

texto completo http://bcehricardogaribay.com/2011/08/25/sobre-el-cuento-de-hadas-j-r-r-tolkien/

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Alejandro Dumas padre, escritor del mes de diciembre 2011

(Julio 1802 – Diciembre 1870), fue un novelista y dramaturgo francés ya famoso en su época, su descendiente Alejandro Dumas hijo, del mismo nombre fue también un escritor conocido.

Nació en Villers-Cotterêts, hijo del general francés Thomas Alexandre Davy de la Pailleterie y de Marie-Louise Elisabeth Labouret. Su padre era un hombre robusto, diestro en el uso de la espada y del que se contaban numerosas proezas, todas ellas relacionadas con su capacidad y poder físico. Su abuelo era el marqués Antoine-Alexandre Davy de La Pailleterie, residente en Santo Domingo (República Dominicana), que había tenido a su padre con la esclava negra Louise-Césette Dumas.

Apasionado cazador, el padre de Dumas murió cuando él aun no tenía cuatro años de edad. Dada la exigua pensión de que disponía su madre, Dumas recibió una escasa educación escolar. Con unos estudios deficientes empezó a trabajar como mensajero, vendedor de tabaco y como pasante de un notario.

En 1823 se instala en París y entra al servicio del Duque de Orléans como escribiente, gracias a su perfecta caligrafía y a la recomendación del General Foy. Completa su formación de manera autodidacta y comienza a escribir. El futuro escritor creció apasionado con las obras históricas y de aventuras. En 1825 se estrena su primer vaudeville, La caza y el amor y en 1826 publica su primera novela en prosa, Blanca de Beaulieu.

Con la representación por la Comédie française en 1829, de Enrique III y su corte, consigue gran notoriedad y alcanza en 1831 su primer éxito que continuará a lo largo de su carrera literaria, con el género de su predilección, el drama y la novela histórica. Se dice que fue el introductor del Romanticismo en el teatro francés, mostrando personajes orgullosos de sus propias pasiones

En 1832 Dumas realizó su primer viaje al extranjero, a Suiza. Siguieron Italia en 1835 y Bélgica y Alemania en 1838, así inició su producción de diarios de viajes, ese mismo año sufrió la pérdida de su madre, a quien siempre dedicó sus mayores cuidados. En 1840 se casa con la actriz Ida Ferrer. Aunque no duró mucho el matrimonio, continuó ligado a ella debido a asuntos legales y económicos.

Gran admirador del escritor escocés Walter Scott, sus novelas históricas llenas de vivacidad y pintoresquismo, gozaron del beneplácito del público propiciado por su publicación por entregas, en los periódicos de la época. Un autor prolífico (tragedias, dramas, melodramas, aventuras, diarios) aunque, para atender a la creciente demanda del público, tuvo que recurrir a la ayuda notoria, de «colaboradores», se mencionan sesenta, entre los que destacó August Maquet (1839-1851) que intervino en varias de sus novelas, entre ellas El Conde de Montecristo y Los tres mosqueteros.

La discusión en torno a este tema, concluyó gracias la aparición de las papeletas, en las que de manera autógrafa consta que fue él quien encontró las Memorias de D´Artagnan, obra de Gatien Courtilz de Sandras, base de su famosa novela. Fue Auguste Maquet quien investigó el trasfondo histórico y Alejandro Dumas quien le dio forma a la novela. Maquet publicaría poco después su propia versión, pero tanto ésta como la de Courtilz son verdaderos esperpentos literarios, mientras la de Alejandro Dumas es muy ágil y divertida.

En 1846, cuando se encontraba en la cúspide de su carrera y su fama desbordaba las fronteras de su país natal, el ministro de Instrucción Pública de Francia, invitó a Dumas a viajar a Argelia y Túnez, a donde fue con su hijo y un grupo de amigos. Viajes que le inspiraron su fecunda producción literaria.

Amasó una considerable fortuna que con carácter hedonista, dilapidó con prodigalidad en regalos, fiestas y cenas. Se hizo construir un castillo denominado Monte-Cristo. Para ello llevó decoradores de Argelia y compró los muebles clásicos más caros. Mantenía a sus hijos, a las madres de ellos y a varias amantes, muchas de ellas actrices. Vivía con gran lujo y derroche y aunque llegó a ganar sumas enormes de dinero, siempre estaba endeudado.

Tomó parte activa en la Revolución de 1848, que dio paso a la segunda República francesa, con lo que se vio involucrado en problemas políticos. En ese mismo año rompió su relación con Maquet, el cual le denunció por haberse aprovechado de él. El juicio dictó que tenía que pagarle 145,000 francos en 10 años. Asediado por los acreedores, huyó a Bruselas en 1850 en donde terminó de escribir sus Memorias.

Regresó a París en 1853 y se embarcó en diversas empresas, cada cual más ruinosa. En 1847 había fundado el Théâtre Historique que, cuatro años más tarde, fue a la bancarrota. Fue también fundador del semanario Le Monte-Cristo (1857-1860) que también quebró.

En 1858 fue invitado por una acaudalada familia rusa a un viaje de placer, que lo llevó a San Petersburgo, Moscú, Astrakhan, Baku, Georgia y las costas del Mar Negro. Ese viaje de nueve meses fue de gran provecho para su trabajo literario. A su regreso publicó varios libros sobre ese tema, así como traducciones de importantes autores rusos de esa época.

En 1859 viajó a Italia, donde conoció al general Guiseppe Garibaldi, a quien se une en Sicilia y ayuda con la compra de armas en Marsella, que él mismo transportaría en su buque Emma. Luego se dirigió a Tierra Santa, durante la travesía recibe la noticia de que Garibaldi ha desembarcado en Nápoles, por lo que se traslada a Palermo, desde donde comienza a transmitir a La Presse sus escritos sobre la situación de la guerra. Después de la victoria, Garibaldi nombra a Dumas Jefe de excavaciones y Museos de Nápoles, donde vivió hasta 1864.

A pesar de la vejez y las enfermedades, los relatos de Dumas continuaban llenando los diarios de París. Así, hasta sus últimos días sus seguidores pudieron disfrutar de El caballero Héctor de Sainte-Hermine, su última novela publicada por entregas en Le Moniteur Universal.

También desde 1869 trabajó en la recopilación de recetas de cocina de varios países que había visitado, para publicarlas en un gran volumen. Ese libro se terminó póstumamente en 1873, bajo el título de Gran Diccionario de Cocina.

En 1870 Dumas se refugia en la casa de campo de su hijo en Puys, imposibilitado de regresar a la capital por la guerra con Prusia y su estado de salud. Muere de un ataque al corazón el 5 de diciembre, el mismo día en que los prusianos entraban en el pueblo.

Publicó aproximadamente 300 títulos y numerosos artículos (hay quienes hablan de 1200 obras), convirtiéndose en uno de los autores más prolíficos y populares de Francia. En muchas ocasiones, con fines de venta, se han atribuido a Dumas algunas obras que nunca fueron escritas por él. El caso más notorio es La mano del muerto, continuación de El conde de Montecristo. Esta obra no fue escrita por Dumas, sino por el escritor portugués Alfredo Hogan.

Aunque la lista de obras atribuidas a Dumas es larga, también se pueden mencionar La novela de Violeta, El hijo de Portos, Confesiones de la Marquesa, Los caballeros templarios, entre otras. Algunas publicadas bajo su nombre, son sólo traducciones, como Ivanhoe de Walter Scott. Otra, de fama imperecedera, es El hombre de la máscara de hierro, escrita por Emile Ladoucette, cuya “versión Dumas” se encuentra, a manera de ensayo, en su libro Crímenes célebres. Sus libros se han traducido a más de 100 idiomas.

Frases de Alejandro Dumas

– «¡Aquel tiempo feliz en que éramos tan desgraciados!»

– «Creemos, sobretodo porque es más fácil creer que dudar, y además porque la fe es la hermana de la esperanza y de la caridad.»

– «Cuando el amor desenfrenado entra en el corazón, va royendo todos los demás sentimientos; vive a expensas del honor, de la fe y de la palabra dada.»

– «Dios ha querido que la mirada del hombre fuese la única cosa que no se puede ocultar.»

– «El amor es física, el matrimonio, química.»

– «El África comienza en los Pirineos.»

– «El amor inspira las más grandes hazañas e impide realizarlas.»

– «El bien es lento porque va cuesta arriba. El mal es rápido porque va cuesta abajo.»

– «El hombre nace sin dientes, sin cabello y sin ilusiones. Y muere lo mismo: sin dientes, sin cabellos y sin ilusiones.»

– «El mayor delito es el suicidio, porque es el único que no da lugar al arrepentimiento.»

– «El orgullo de quienes no pueden edificar es destruir.»

– «El tiempo solo se calcula por la felicidad o por el dolor.»

– «En los negocios no existen los amigos: no hay más que clientes.»

– «Es deber aquello que exigimos de los demás.»

– «La vejez no podría soportarse sin un ideal o un vicio.»

– «La vida es fascinante: sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas.»

– «Mi padre era un mestizo, su padre era un negro y su abuelo un mono; parece que mi familia dio comienzo en el mismo punto que la vuestra.»

– «Nada consigue tantos triunfos como el éxito.»

– «No estimes el dinero en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo.»

– «Por bien que se hable, cuando se habla demasiado, siempre se acaban diciendo tonterías.»

– «Que los elefantes sean tan inteligentes y los hombres tan bestias debe ser debido a una cuestión de educación.»

– «Si das la impresión de necesitar cualquier cosa no darán nada; para hacer fortuna es preciso aparentar ser rico.»

– «Todas las generalizaciones son peligrosas, incluso ésta.»

– «Todo cabe en lo breve. Pequeño es el niño y encierra al hombre; estrecho es el cerebro y cobija el pensamiento; no es el ojo más que un punto y abarca leguas.»

– «Una persona que duda de sí misma es como un hombre que se alista en las filas de sus enemigos y blande sus armas contra sí mismo. Hace de su fracaso una certeza porque él mismo es la primera persona en estar convencida de ello.»

– Buscad la mujer . Cherchez la feme. (Les mohicans du Paris).

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Te invitamos a participar en los Círculos de lectura para jóvenes, Alejandro Dumas, padre, es el escritor del mes de diciembre, conoce su obra que forma parte de la colección de la Biblioteca Central.

Martes 13:00 horas, módulo de Referencia, vestíbulo de la Biblioteca

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Arthur Rimbaud, escritor del mes de noviembre 2011

Un atardecer, senté a la Belleza sobre mis rodillas.
Y la encontré amarga. Y la insulté.

Poeta francés llamado poeta maldito, forma parte desde hace muchos años de la categoría de los mitos. Nació cerca de la frontera Belga, en Charleville, Francia, el 20 de octubre de1854, en el seno de una familia rural, de padre capitán del ejército, merecedor de la Legión de Honor por su campaña en Argelia y de una madre cuya personalidad fuerte, autoritaria y rígida llegaría a detestar. En 1861, tras tener cinco hijos, el padre abandona a la familia y nunca más saben de él.

Destacó desde pequeño en el colegio de Charleville, por su gran ingenio y capacidad de redacción. En 1870 se fugó de su casa por primera vez y fue detenido por los soldados en una estación de París y liberado por su maestro de retórica Georges Izambard, quien era seis años mayor. Este le presta libros, tales como Los Miserables de Victor Hugo que lee a escondidas de su madre, poniéndole toda clase de apodos despectivos. Aproximadamente en esta época es cuando edita su primer poema, Los aguinaldos de los huérfanos, aparecido en la revista Revue pour tous en enero de ese año.

Tiempo después se fuga nuevamente, dirigiéndose hacia el norte llega a Bélgica, pero al tiempo regresó y encontró su escuela convertida en hospital militar. Se dirigió entonces a París y fue testigo de los disturbios provocados por la amnistía decretada por el gobierno. Volvió con su familia en marzo, en plena Comuna de París y publicó la famosa Carta del vidente. Auténtico credo estético, la Carta definía al poeta del futuro como un «ladrón de fuego» que busca la alquimia verbal y lo desconocido a través de un «largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos».

Tras enviarle algunos poemas a Paul Verlaine, entre ellos El barco ebrio (1871), de sorprendente originalidad, éste lo invitó a la casa donde vivía con su esposa, viajó a finales de 1871 y comenzaron una tormentosa relación, donde abundaron los excesos. En 1872 se trasladan a Londres, donde vivieron en la pobreza y tras una discusión violenta, Verlaine le disparó en la muñeca a Rimbaud y es condenado a dos años de prisión.

Mientras se recuperaba, Rimbaud terminó el libro autobiográfico Una temporada en el infierno, donde relataba su historia y daba cuenta de su rebeldía adolescente. Luego, gracias a su madre, publicó Alquimia del verbo, pero la obra no fue distribuida, dejó una copia en la prisión, para Verlaine, y repartió otros pocos ejemplares entre sus amigos. Regresó a Londres, acompañado por Germain Nouveau, en 1874, y escribió su última obra, Las iluminaciones, cerca de cincuenta poemas en prosa que proyectan sucesivos universos y proponen una nueva definición del hombre y del amor. A los veinte años, abandonó la literatura.

La segunda parte de su vida fue una especie de caos aventurero. Empezó como preceptor en Stuttgart, Alemania, se alistó (y desertó luego) en el ejército colonial holandés y viajó en dos ocasiones a Chipre (1879 y 1880). Después de distintas escalas en el Mar Rojo, se instaló en Adén (Yemen) y más tarde en Harar (Etiopía). Se dedicó al comercio de marfil, café, oro o cualquier producto que consiguiera por el trueque de alguna mercancía europea; también envió informes a la Sociedad Francesa de Geografía. En 1885 volvió a Adén y vendió armas. Atravesó el desierto de Danakil y se tomó un tiempo de descanso en Egipto. Por último regresó a Harar, donde prosperaban sus negocios. En 1891, aquejado de fuertes dolores en la pierna derecha, volvió a Francia, donde le fue amputada y murió poco después el 10 de noviembre de 1891 en un hospital de Marsella.

“Arthur Rimbaud sustenta la poesía contemporánea de Occidente como el aire sustenta el vuelo de los pájaros: sin que se note, pero sin que pueda ser de otra manera”, comenta Eduardo Moga en el epílogo a la reciente edición de su poesía completa.

Su ascendiente en la literatura, la música y el arte contemporáneo, es enorme. Rimbaud influyó en corrientes y movimientos modernos como el Surrealismo, el Situacionismo, el Punk, en autores y artistas de la talla de los poetas Beat, Henry Miller, Anaïs Nin, William Burroughs, Pier Paolo Pasolini, Bob Dylan, Van Morrison, Kurt Cobain, Jim Morrison y Patti Smith, quien desde su juventud siguió su escuela, hasta ser condecorada por el gobierno francés como poetisa del rock.

En su poesía Rimbaud menciona la música, y lo hace sin cesar: Soy un inventor de muy distinto mérito que todos los que me han precedido; incluso un músico, que ha encontrado algo así como la clave del amor; la música que oye en castillos hechos de huesos; en la canción de acero de los postes de telégrafo; en el canto claro de la nueva desgracia; en la música más intensa donde se aniquiló el sufrimiento meramente armonio. Manifiesta así su ruptura con el Romanticismo, evidente cuando su poesía hace cantar a los seres y las cosas y suenan gritos y rugidos que se intercalan en la canción y el canto, creando así una música disonante.

El poeta comienza a escribir con la adolescente intensidad de lo que se intuye breve y hace cristalizar la crueldad en su obra creadora, dando lugar a un lenguaje nuevo, un “lenguaje universal”, en sus propias palabras.

Poesía total, concebida como acto deslumbrado y absoluto, como pasión arrolladora desde la que el poema ya no tiene un punto de vista definido sino que se origina desde la exclusión de cualquier fijeza, desde una fragmentación del yo que caracteriza a nuestra época actual, por la desaparición de puntos fijos. La interrupción, la incoherencia, la suspicacia serán entonces las condiciones habituales de nuestra vida y se convierten incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes sólo se alimentan ya de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados.

Rimbaud, con la ingenuidad de su insultante juventud, pretende vivir más, y por eso escribe, quiere comulgar con el cosmos, recuperar, gracias a la alquimia del lenguaje, la unidad perdida al nacer. Se puede decir que oye y ve lo que piensa. Que piensa en sonidos y visiones.

El poema fue para Rimbaud una experiencia vital y su vida terminó por adquirir la intensidad de la poesía. Entonces dejó de escribir. Escribió todos sus poemas entre los dieciséis y los veinte años. El pelo revuelto, el corbatín torcido, la mirada azul. Una mirada retadora, aviesa, siempre directa. No envejece – nos recuerda Jaime Priede-. Ahí está, tan fresco. Abras por la página que abras. ¡La hemos vuelto a hallar! ¿Qué? La Eternidad…. Es la mar mezclada con el sol. Te invitamos a participar en los Círculos de lectura para jóvenes, Arthur Rimbaud es el escritor del mes de noviembre, conoce su obra que forma parte de la colección de la Biblioteca Central.

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Canción de la más alta torre

Que llegue, que llegue, El tiempo en que se quiere.

Tanta paciencia tuve Que todo lo he olvidado. Temores y dolores Al cielo se han volado. Y la malsana sed Mis venas ha nublado.

Que llegue, que llegue, El tiempo en que se quiere.

Tal como la pradera Entregada al olvido, En que incienso y cizañas Creciendo han florecido, Bajo las sucias moscas Y su feroz zumbido. Que llegue, que llegue, El tiempo en que se quiere.

Hambre

Si tengo apetito es sólo De la tierra y de las piedras. Yo almuerzo siempre con aire, Hierro, carbones y peñas.

Hambres mías, girad. Hambres, cruzad El prado de sonidos. Atraed el veneno alegre De los lirios. Comed los cascotes rotos, Piedras de viejas iglesias, Guijas de antiguos diluvios, Panes sueltos en grises glebas.

El lobo aullaba entre el follaje, Las bellas plumas escupiendo De su comida de volátiles: Como él me estoy consumiendo.

Las ensaladas, las frutas, Sólo esperan la cosecha; Pero la araña del seto No come más que violetas.

¡Que yo duerma! Que borbotee En los altares de Salomón. El hervor corre por la herrumbre, Y se mezcla con el Cedrón.

Noche del infierno

He bebido un enorme trago de veneno. ¡Bendito tres veces el consejo que ha llegado hasta mí! Me queman las entrañas. La violencia del veneno me retuerce los miembros, me vuelve deforme, me derriba. Me muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. ¡Es el infierno, la pena eterna! ¡Ved cómo se alza el fuego! Ardo como es debido. ¡Anda, demonio!

Yo había entrevisto la conversión al bien y a la felicidad, la salvación. ¡Pero cómo describiría mi visión, si el aire del infierno no soporta los himnos! Eran millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las nobles ambiciones, ¿qué sé yo? ¡Las nobles ambiciones!

Mañana

¿No tuve yo alguna vez una juventud amable, heroica, fabulosa, como para escribirla en hojas de oro? ¡Demasiada suerte! ¿Por qué crimen, por qué error he merecido mi actual flaqueza? Vosotros, que pretendéis que las bestias exhalen sollozos de pesar, que los enfermos desesperen, que los muertos tengan pesadillas, tratad de relatar mi sueño y mi caída. Por mi parte, no puedo explicarme mejor de lo que lo hace el mendigo con sus continuos Pater y Aventaría. ¡Ya no sé hablar!

No obstante, hoy, creo haber terminado la narración de mi infierno. Era de veras el infierno; el antiguo, aquel cuyas puertas abrió el Hijo del Hombre. Desde el mismo desierto, en la misma noche, mis ojos cansados se abren siempre a la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¿Cuándo iremos, más allá de las playas y de los montes, a saludar el nacimiento del nuevo trabajo, de la nueva sabiduría, la huída de los tiranos y de los demonios, el fin de la superstición; a adorar -¡los primeros!- la Navidad sobre la tierra? ¡El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida.

El relámpago

¡El trabajo humano! Esta es la explosión que ilumina mi abismo de cuando en cuando. «Nada es vanidad; ¡hacia la ciencia y adelante!» grita el moderno Eclesiastés, es decir, Todo el mundo. Y sin embargo, los cadáveres de los malvados y de los holgazanes caen sobre el corazón de los demás… Ah, de prisa, un poco más de prisa; allá lejos, más allá de la noche, esas recompensas futuras, eternas… ¿las perderemos?…

-¿Qué puedo hacer yo? Conozco el trabajo; y la ciencia es demasiado lenta. Que la plegaria galope y que zumbe la luz… bien lo comprendo. Es demasiado sencillo y hace demasiado calor; se pasarán sin mí. Yo tengo mi deber, y me enorgulleceré de él como hacen tantos, dejándolo a un lado.

Mi vida está gastada. ¡Vamos! Finjamos, holguemos, ¡oh piedad! Y subsistiremos divirtiéndonos, soñando con amores monstruosos y universos fantásticos, quejándonos y querellando las apariencias del mundo, saltimbanqui, mendigo, artista, bandido, ¡sacerdote! En mi lecho de hospital, el olor del incienso ha vuelto a mí con tanta intensidad; guardián de los sagrados aromas, mártir, confesor…

Reconozco en esto la triste educación de mi infancia. ¡Y además, qué importa!… Caminar mis veinte años si los otros caminan veinte años…

¡No! ¡No! ¡Ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo parece demasiado liviano a mi orgullo: mi traición al mundo sería un suplicio demasiado corto. En el último momento, atacaría a izquierda y derecha…

Entonces, ¡Oh, pobre alma querida!, ¡puede que la eternidad no estuviera perdida para nosotros!

Adiós

A veces veo en el cielo playas sin fin, cubiertas de blancas y gozosas naciones. Por encima de mí, un gran navío de oro agita sus pabellones multicolores bajo las brisas matinales. Yo he creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Yo he creído adquirir poderes sobrenaturales. ¡Pues bien! ¡Tengo que enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Una hermosa gloria de artista y de narrador desvanecida!

Traducción, Oliverio Girondo y Enrique Molina

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Doris Lessing, escritora del mes de octubre 2011

Escritora británica, de soltera Doris May Tayler, nacida en Kermanshah, Persia, actualmente Irán, el 22 de octubre de 1919, fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2007.

Su obra tiene mucho de autobiografía, inspirándose en su experiencia africana, en su infancia, en sus desengaños sociales y políticos. Los temas plasmados en sus novelas se centran en los conflictos culturales, las flagrantes injusticias de la desigualdad racial, la contradicción entre la conciencia individual y el bien común.

Su padre oficial del ejército británico, fue víctima de la Primera Guerra Mundial, donde sufrió graves amputaciones. Cuando contaba seis años, su familia, atraída por las promesas de hacer fortuna cultivando maíz, tabaco y cereales, se trasladó en 1924 a Rhodesia del sur, antigua colonia inglesa, hoy Zimbabwe, donde pasó su infancia y juventud.

Allí la pequeña Doris vivió una infancia problemática, condicionada por el paisaje africano y la frustración de unos padres (sobre todo su madre) que no consiguieron realizar sus sueños, así transcurrieron los primeros treinta años de su vida.

Los recuerdos de esa época son ambivalentes: por un lado, la educación estricta y severa de su madre; por otro, aquellos momentos en los que, en compañía de su hermano Henry, disfrutaba y descubría la naturaleza y también la discriminación racial.

Se educó en varias escuelas de Harare (Salisbury), capital de Zimbabwe, pero abandonó los estudios a los catorce años, en lucha constante con su madre y deseando huir de su autoritarismo, abandonó sus estudios y los prosiguió de manera autodidacta, para comenzar a trabajar como auxiliar de una clínica.

Se casó dos veces: primero a los 19 años, con un funcionario al que dio dos hijos, y en segundo lugar, por conveniencia, con el exiliado alemán Gottfried Lessing en 1944, un camarada del partido comunista con quien tuvo otro hijo, el único que la acompañaría a Londres cuando partió definitivamente a los 36 años en 1949.

El contacto con África y el profundo amor que sintió por esta tierra constituyó la materia narrativa de algunas de sus novelas; el tema de la emancipación de la mujer abunda también en su obra de ficción. En 1950 ya había publicado Canta la hierba, una novela que tuvo buena acogida acerca de la vida en África, a través de la cual se opone a la política racial, en años en los que el tema no era bien recibido en Inglaterra. Gracias a esa novela, y sobre todo a su tenacidad, consiguió abrirse camino en el mundillo literario londinense a lo largo de los años cincuenta, al tiempo que pasaba de manera fugaz por el partido comunista británico y consolidaba su imagen de firme detractora de la segregación racial en África del Sur (hoy Sudáfrica).

En las cinco novelas que componen la serie Hijos de la violencia desarrolló la vida de la protagonista, Martha Quest, en el ámbito racial y social de Sudáfrica, sus esfuerzos para liberarse del círculo familiar, la disolución de su primer matrimonio (Un matrimonio convencional, 1954), su superación personal y su intervención en la política izquierdista de aquel continente, para regresar a Inglaterra en la última novela de la serie, en la que Martha Quest, ya de mediana edad, se ve envuelta en los acontecimientos sociales de su país. Las cinco novelas de este ciclo se titularon Martha Quest (1952), Un matrimonio convencional (1954), Vuelta al hogar (1957), Al final de la tormenta y La costumbre de amar (ambas de 1958).

Aparte de demostrar ser una notable autora de narraciones breves (como en el volumen Cuentos africanos, de 1951), Lessing también incursionó en el terreno de la fantasía como ángulo de observación de la condición humana, un género definido como «space or cosmic fiction». Conopus en Argos. Archivos (1979-83) es el título de este ciclo concebido bajo las leyes de aquel género y que comprende obras como The Marriages Between Zones Three, Four and Five (1980), The Sirian Experimente (1981), The Making of the Representative for Planet 8 (1982) y The Sentimental Agents in the Volyen Empire (1983). Con este ciclo rompe con el realismo tradicional y describe acontecimientos épicos y míticos de un universo ficticio.

Pero probablemente sea El cuaderno dorado (1962) la novela que más fama haya otorgado a Doris Lessing. El cuaderno dorado es un relato de sus experiencias colonialistas, sus relaciones con otras mujeres, su vida intelectual en los ambientes progresistas y marxistas de Salisbury y Londres, sus dificultades como novelista y su desencanto revolucionario, paralelo a la madurez y a la angustia ante la soledad.

Se trata sin duda de una de las piezas maestras de la literatura inglesa del siglo veinte, con su despiadado análisis de las actitudes políticas, de los tópicos y de los ritos de la vida británica tradicional. La trama, de un marcado cariz autobiográfico, gira en torno a tres temas clásicos: la necesidad de tomar un interés activo en temas políticos, la psicología de la mujer madura y el conflicto generacional.

Lessing estructura la obra en torno a una novela corta, Mujeres libres, protagonizada por Anna Wulf, que es a su vez quien redacta los cuatro cuadernos: negro, rojo, amarillo y azul, a través de los cuales va mostrando diversas parcelas de su realidad y que corresponden a diversos avatares biográficos. En la década de los 50, Anna Wulf, divorciada, reside en Londres con su hija Janet y su amiga Molly, asimismo divorciada y madre de un hijo, Tommy. Éste quedará ciego tras una tentativa de suicidio. Anna atraviesa una honda depresión, de la que le ayuda a salir la entrega a tareas sociales.

Los recuerdos de la prolongada residencia de Anna en África, que constituyen el tema de una novela que ha publicado con éxito, están recogidos en otro de los cuadernos, donde narra su acercamiento a los comunistas y su posterior decepción, así como los ecos de la Segunda Guerra Mundial, tal como llegan a la remota colonia británica. Otro de los cuadernos, que completa esta visión calidoscópica de la compleja personalidad de Anna Wulf, contiene las reflexiones íntimas de ésta, sus visitas a una psiquiatra y sus fracasos amorosos. La obra ha sido considerada como la Biblia del feminismo y un clásico de la literatura de esa tendencia por su exploración de la identidad de la mujer y por abordar la crisis emocional y artística de la protagonista.

Sin embargo, la propia autora señaló que su propósito no era político, sino literario: «Cuando se es una escritora perteneciente a la tradición inglesa, una debe ser consciente y sentirse agradecida de un patrimonio que significa no tener que luchar como mujer para ser publicada y valorada. En Inglaterra las mujeres se han ganado la vida como escritoras desde hace siglos y, a veces, protestando con energía contra su destino. Mi agradecida conciencia de este patrimonio es la razón por la que suscribo la máxima de Virginia Woolf, según la cual las escritoras serán libres cuando, sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres».

De su obra posterior cabe destacar Un hombre y dos mujeres (1963), La ciudad de las cuatro puertas (1968) o el Diario de una buena vecina (1984). En su novela La buena terrorista (1985), puso de nuevo de relieve la dimensión dolorosa y dramática de una realidad contemporánea desde un punto de vista feminista. Entre sus más recientes publicaciones deben citarse El viento se lleva nuestras palabras (1987) y El quinto hijo (1988).

Ha presentado hasta ahora dos volúmenes de memorias. El primero, Dentro de mí (1994), ocupa la época que van desde su nacimiento a su partida hacia Londres, tras sus veinticinco años desafortunados en la antigua colonia inglesa de Rodesia del Sur (Zimbabwe).

En 1995, con 76 años, regresó a Sudáfrica para visitar a su hija y a sus nietos, y dar a conocer su autobiografía. Ironías de la historia, fue acogida con los brazos abiertos, cuando los temas que ella había tratado en sus obras habían sido la causa de su expulsión del país cuarenta años atrás.

Un paseo por la sombra (1997), segundo volumen de su autobiografía, empieza cuando la todavía aspirante a escritora contempla los muelles de Londres con su hijo Peter de la mano y el manuscrito de su primera novela, Canta la hierba, en la maleta. Concluye en 1962, año en que vio la luz el libro con el que casi siempre se la asocia: El cuaderno dorado considerado el ícono de las reivindicaciones feministas.

El tercer volumen, afirma Lessing, probablemente no aparecerá (salvo, quizás, en forma de novela), porque para escribirlo tendría que traicionar la confianza de muchos amigos que aún viven y pasaban entonces por serias dificultades. Posteriormente aparecieron las novelas Mara y Dann: una aventura (1999) y El sueño más dulce (2002).

Ganadora de al menos 15 premios literarios de gran prestigio internacional, recibió en 2007 el premio Nobel de Literatura, por su capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria.

La buena terrorista, Doris Lessing

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(fragmentos)

El odio la llenaba de energía. Incrédula ante lo que veían sus ojos, pues en el fondo nunca había podido llegar a creer que ninguna persona, y sobre todo no una persona de la clase obrera, pudiera ser capaz de obedecer una orden de destruir una casa. En ese rincón permanentemente incrédulo de su cerebro se inició el monólogo que Jasper nunca podía escuchar, pues no lo habría permitido: «Pero son personas, esto lo hicieron personas. Para impedir qué otras personas pudieran vivir. No puedo creerlo. ¿Quiénes pueden ser? ¿Cómo serán? Jamás he conocido a nadie capaz de esto. Aunque deben de ser gentes como Len y Bob y Bill, amigos. Esos hombres lo hicieron. Entraron aquí y bloquearon las tazas de los váteres con cemento y arrancaron todos los cables y obturaron la entrada del gas.»

Jasper la observaba sin moverse. Estaba satisfecho. Ese torbellino de energía había borrado esa expresión de Alice que él detestaba, ahora toda ella parecía hincharse y refulgir, como si tuviera no sólo la cara sino todo el cuerpo repleto de lágrimas que le manasen por todos los poros.

Sin prestarle atención Alice corrió escaleras arriba y él la siguió, despacio, escuchándola aporrear las puertas, para abrirlas luego de golpe, al no recibir respuesta. En el distribuidor del segundo piso se encontraron ante un panorama de orden, no de caos. En cada habitación había sacos de dormir, uno o dos, o tres. Y velas o lámparas de camping. Incluso alguna silla junto a una mesita. Libros. Diarios. Pero no había nadie en la casa. (páginas 12 y 13)

¡La sal de la tierra!, se dijo aplicadamente Alice mientras contemplaba el cuadro de los trabajadores que acumulaban energías para una jornada de duro trabajo comiendo platos de huevos, patatas fritas, salchichas, pan frito, tocino…una barbaridad. Llenos de colesterol, pensó acongojada Alice, ¡y todos tienen un aspecto tan saludable! Tenían el pálido tinte grasiento del tocino o de unas patatas fritas mal cocidas. En el bolsillo de cada uno, o encima de las mesas, mientras lo reían, se veían ejemplares del Sun o del Mirror. Sólo son lumpen, pensó Alice, aliviada por no verse obligada a admirarlos. Peones camineros o de la construcción, tal incluso trabajadores autónomos; ¡no serian esos hombres quienes salvarían a Gran Bretaña de ella misma! Alice se instaló, disfrutando con su deliciosa tostada embebida de mantequilla, y pronto empezó a sentirse mejor.

Aunque en realidad no le apetecía el ácido y frío zumo de naranja, se sobrepuso y se lo bebió entre una y otra taza de té amargo. Las dos mujeres la observaban, con el distante interés que dedicarían a las curiosas costumbres de un extranjero, tomando nota de todos los detalles de su persona sin aparentarlo. Tenía el pelo rizado bastante bonito, resonaban sus pensamientos; ¿por qué no se lo alegraba un poco? ¡Estaba lleno de polvo!

¿y que lastima que llevara esa pasada chaqueta militar, más como de hombre, en realidad! ¡Y también cubierto de polvo! ¡Y sus manos, no se molestaba demasiado en limpiarse las uñas! Emitida su condena, y agotado su interés, se levantaron pesadamente y salieron, gritando unas palabras de despedida a la mujer de la barra, «Gracias, Liz», «Hasta mañana, Betty».

Acudían allí todas las mañanas después de una tirada de tres o cuatro horas en los despachos. Los hombres entraban camino del trabajo. Alice observó que todos se conocían; era como un club. Terminó rápidamente de comer y se marchó. Frente al quiosco de diarios de la esquina, las dos mujeres que habían estado sentadas a su lado se habían juntado con una tercera. Todas llevaban pantalones deformes, blusas, chaquetas y pesadas bolsas en la mano. Su uniforme de trabajo. Se habían detenido a chismorrear, procurando ocupar el mínimo espacio posible, pues la marea de gente que se dirigía a su trabajo llenaba la acera. (páginas 65 y 66)

Medianoche. Alice bajó la escalera arrastrando los pies y bostezando, mientras acariciaba en su memoria la imagen de la casa, la distribución de las habitaciones, todo lo que era preciso hacer. ¿Dónde estaba Jasper? Lo necesitaba. A veces la sobrecogía así, de pronto, la necesidad de Jasper. Sólo necesitaba saber que se encontraba allí cerca, en alguna parte, o si no estaba allí, que pronto volvería. Su corazón latió desconsolado, añorando a Jasper. Pero al pisar el último peldaño, se oyeron unos golpes en la puerta como si la aporrearan con un ariete. La policía. Su cerebro se puso a trabajar vertiginosamente: ¿Jasper? ¿Se mantendría apartado si estaba en casa? A los polis les bastaba echarle una mirada a Jasper para lanzarse contra él.

Los dos habían comentado bromeando más de una vez que si la policía divisaba un día a Jasper a cien metros de distancia y en la oscuridad, al instante se arrojarían sobre él a matar; despertaba en ellos sentimientos que no podían soportar. ¿Y Roberta y Faye? Gracias a Dios todavía estaban en el piquete. Bastaría que la policía las viera para que también se encabritara. ¿Philip? Según qué policía se sentiría irresistiblemente atraído por ese aire de súplica infantil. Pero con Pat no habría problema, ni tampoco con Bert… Y Jim, ¿dónde estaba?

Mientras Alice iba pensando en todo esto, apareció Pat en la puerta de la sala y la cerró de una manera que le indicó a Alice que los dos hombres se encontraban allí; y Philip se asomó a la puerta de la cocina, con una gran linterna, encendida, y un par de alicates en la mano.

Alice corrió hacia la puerta de entrada y se apresuró a abrirla, con lo cual los hombres que la estaban aporreando se precipitaron dentro, aplastándola casi.

-Pasen -dijo calmada, después de calibrar de un vistazo su estado de ánimo. Lucían su expresión de aves de presa, que Alice conocía tan bien, pero la situación no era demasiado grave, no estaban realmente excitados, excepto uno tal vez, cuya cara le era conocida. No en cuanto persona, sino el tipo. Una cara pulcra, fría, bien cuidada, con un bigotito; una cara de bebé, con fríos y duros ojos grises. Disfruta con esto, pensó Alice; y al captar su rápida mirada a su alrededor, ansioso de atacar, como si estuviera sujeto por una correa, sintió unas breves y agudas punzadas a lo largo de los muslos. Evitó con cuidado que el otro descubriera su mirada y en cambio se adelantó hacia un hombre alto y grueso, que debía pesar más de cien kilos. Un sargento. Alice también conocía ese tipo. No tan malo. Tuvo que levantar la cara para mirarlo y él la contempló desde las alturas, juzgándola. (páginas 98 y 99)

Discurso de Doris Lessing al recibir el Premio Príncipe de Asturias, letras 2001

Érase una vez un tiempo -y parece muy lejano ya- en el que existía una figura respetada, la persona culta. Él -solía ser él, pero con el tiempo pasó a ser cada vez más ella- recibía una educación que difería poco de un país a otro -me refiero por supuesto a Europa- pero que era muy distinta a lo que conocemos hoy. William Hazlitt, nuestro gran ensayista, fue a una escuela a finales del siglo XVIII cuyo plan de estudios era cuatro veces más completo que el de una escuela equiparable de ahora: una amalgama de los principios básicos de la lengua, el derecho, el arte, la religión y las matemáticas. Se daba por sentado que esta educación, ya de por sí densa y profunda, sólo era una faceta del desarrollo personal, ya que los alumnos tenían la obligación de leer, y así lo hacían.

Este tipo de educación, la educación humanista, está desapareciendo. Cada vez más los gobiernos -entre ellos el británico- animan a los ciudadanos a adquirir conocimientos profesionales, mientras no se considera útil para la sociedad moderna la educación entendida como el desarrollo integral de la persona.

La educación de antaño habría contemplado la literatura e historias griegas y latinas, y la Biblia, como la base para todo lo demás. Él -o ella- leía a los clásicos de su propio país, tal vez a uno o dos de Asia, y a los más conocidos escritores de otros países europeos, a Goethe, a Shakespeare, a Cervantes, a los grandes rusos, a Rousseau. Una persona culta de Argentina se reunía con alguien similar de España, uno de San Petersburgo se reunía con su homólogo en Noruega, un viajero de Francia pasaba tiempo con otro de Gran Bretaña y se comprendían, compartían una cultura, podían referirse a los mismos libros, obras de teatro, poemas, cuadros, que formaban un entramado de referencias e informaciones que eran como la historia compartida de lo mejor que la mente humana había pensado, dicho y escrito.

Esto ya no existe.

El griego y el latín están desapareciendo. En muchos países la Biblia y la religión ya no se estudian. A una chica que conozco la llevaron a París para ampliar sus miras -que falta le hacía- y aunque destacaba en sus estudios, confesó que nunca había oído hablar de católicos y protestantes, que no sabía nada de la historia del Cristianismo ni de cualquier otra religión. La llevaron a oír misa a Nôtre Dame, le dijeron que esta ceremonia era desde hacía siglos base de la cultura europea, y que debería por lo menos saber algo de ello, y ella lo presenció todo obedientemente, tal y como presenciaría una ceremonia de té japonesa, y luego preguntó: «¿Entonces, estas personas son una especie de caníbales?». En esto ha quedado lo que parece perdurable.

Hay un nuevo tipo de persona culta, que pasa por el colegio y la universidad durante veinte, veinticinco años, que sabe todo sobre una materia -la informática, el derecho, la economía, la política- pero que no sabe nada de otras cosas, nada de literatura, arte, historia, y quizá se le oiga preguntar: «Pero, entonces, ¿qué fue el Renacimiento?» o «¿Qué fue la Revolución Francesa?»

Hasta hace cincuenta años a alguien así se le habría considerado un bárbaro. Haber recibido una educación sin nada de la antigua base humanista: imposible. Llamarse culto sin un fondo de lectura: imposible.

Durante siglos se respetaron y se apreciaron la lectura, los libros, la cultura literaria. La lectura era -y sigue siendo en lo que llamamos el Tercer Mundo-, una especie de educación paralela, que todo el mundo poseía o aspiraba a poseer. Les leían a las monjas y monjes en sus conventos y monasterios, a los aristócratas durante la comida, a las mujeres en los telares o mientras hacían costura, y la gente humilde, aunque sólo dispusiera de una Biblia, respetaba a los que leían. En Gran Bretaña, hasta hace poco, los sindicatos y movimientos obreros luchaban por tener bibliotecas, y quizás el mejor ejemplo del omnipresente amor a la lectura es el de los trabajadores de las fábricas de tabaco y cigarros de Cuba, cuyos sindicatos exigían que se leyera a los trabajadores mientras realizaban su labor. Los mismos trabajadores escogían los textos, e incluían la política y la historia, las novelas y la poesía. Uno de sus libros favoritos era El Conde de Montecristo. Un grupo de trabajadores escribió a Dumas pidiendo permiso para emplear el nombre de su héroe en uno de los cigarros.

Tal vez no haga falta insistir en esta idea a ninguno de los aquí presentes, pero sí creo que no hemos comprendido todavía que vivimos en una cultura que rápidamente se está fragmentando. Quedan parcelas de la excelencia de antaño en alguna universidad, alguna escuela, en el aula de algún profesor anticuado enamorado de los libros, quizás en algún periódico o revista. Pero ha desaparecido la cultura que una vez unió a Europa y sus vástagos de Ultramar.

Podemos hacernos una idea de la rapidez con la cual las culturas son capaces de cambiar observando cómo cambian los idiomas. El inglés que se habla en los Estados Unidos o en las Antillas no es el inglés de Inglaterra. El español no es el mismo en Argentina o en España. El portugués de Brasil no es el portugués de Portugal. El italiano, el español, el francés surgieron del latín, pero no en miles sino en cientos de años. Hace muy poco tiempo que desapareció el mundo romano, dejando tras de sí el legado de nuestras lenguas.

Representa una pequeña ironía de la situación actual que gran parte de la crítica a la cultura antigua se hiciera en nombre del elitismo; sin embargo, lo que ocurre es que en todas partes existen cotos, pequeños grupos de lectores de antaño, y resulta fácil imaginar a uno de los nuevos bárbaros entrando por casualidad en una biblioteca de las de antes, con toda su riqueza y variedad, y dándose cuenta de pronto de todo lo que se ha perdido, de todo de lo que -él o ella- ha sido privado.

Así pues, ¿qué va a pasar ahora en este mundo de cambios tumultuosos? Creo que todos nos estamos abrochando los cinturones y preparándonos. Escribí lo que acabo de leer antes de los acontecimientos del 11 de septiembre. Nos espera una guerra, parece ser que una guerra larga, que por su misma naturaleza no puede tener un final fácil. Sin embargo, todos sabemos que los enemigos intercambian algo más que balas e insultos. En España quizás sepan esto mejor que nadie. Cuando me siento pesimista por la situación del mundo, a menudo pienso en aquella época, aquí en España, a principios de la Edad Media, en Córdoba, en Granada, en Toledo, en otras ciudades del sur, donde cristianos, musulmanes y judíos convivían en armonía; poetas, músicos, escritores, sabios, todos juntos, admirándose los unos a los otros, ayudándose mutuamente. Duró tres siglos. Esta maravillosa cultura duró tres siglos. ¿Se ha visto algo parecido en el mundo? Lo que ha sido puede volver a ser.

Creo que la persona culta del futuro tendrá una base mucho más amplia de lo que podemos imaginar ahora.

Te invitamos a participar en los Círculos de lectura para jóvenes, Doris Lessing es la escritora del mes de octubre, conoce su obra que forma parte de la colección de la Biblioteca Central.

Martes 13:00 horas, módulo de Referencia, vestíbulo de la Biblioteca

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Hijo de padres italianos, nació el 15 de octubre de 1923 en Santiago de las Vegas, cerca de La Habana en Cuba, donde trabajaba su padre Mario, un agrónomo influido por la revolución Mexicana, quien dirigía en la isla una estación experimental de agronomía, y su madre Evelina Mameli, oriunda de Cerdeña, una profesora universitaria y  licenciada en ciencias naturales.

Volvieron a San Remo en Italia, donde los padres dirigen una estación de floricultura, en 1927 dos años después, nació su hermano Floriano, quien más tarde llegaría a ser un geólogo de fama internacional, además de docente universitario.

Eva y Mario se negaron a dar a sus hijos una educación religiosa, librepensadores consecuentes con el socialismo anárquico y una militancia republicana y masona, les impartieron una educación laica y antifascista;  durante la Segunda Guerra Mundial, Calvino se matriculó en 1941 en la facultad de agronomía de la Universidad de Turín, donde su padre enseñaba agricultura tropical, dos años después al ser llamado al servicio militar por la República Italiana fascista, deserta junto con su hermano y se unen a las Brigadas Partisanas Garibaldi, mientras sus padres quedaban como rehenes de los alemanes.

En esa época de estudiante conoce a Eugenio Scalfari, fundador de la revista semanal L´Espresso y del diario La Repubblica, publicaciones de una importancia mayor en la vida contemporánea italiana. Los dos adolescentes formaron una amistad duradera que se concretó con la fundación de la  Universidad Movimiento Liberal.

Una vez acabada la guerra, se mudó a Turín, donde colaboró en unos cuantos periódicos, se matriculó en Letras (se graduaría con una tesis sobre Joseph Conrad) y se afilió al Partido Comunista Italiano (PCI). Fue durante este período de su vida que entró en contacto con Cesare Pavese, quien hizo que fuese contratado por la editorial Einaudi, donde ya trabajaba Elio Vittorini.

El ambiente de la editorial fue fundamental en la formación cultural de Calvino, en 1947 publicó su primera novela El sendero de los nidos de araña, basada en sus experiencias como partisano. Y en 1949, un volumen de cuentos Por último, el cuervo, las dos obras fueron escritas dentro de la estética del neorrealismo italiano, Calvino buscaba entonces una escritura objetiva e intentaba definir la condición del hombre de nuestra época.

En 1952, siguiendo el consejo de Vittorini, abandonó la literatura picaresca y realistico-social para dedicarse a una narración aparentemente fantástica pero que podía ser leída en diferentes niveles interpretativos. Se trata de la trilogía llamada Nuestros antepasados, narraciones poéticas plagadas de elementos maravillosos,  donde se plantea una representación alegórica del hombre contemporáneo y el papel del escritor comprometido políticamente. Forman parte de ella tres novelas: El vizconde demediadoEl barón rampante y El caballero inexistente. La segunda, quizás la más famosa, es fruto de la decepción ideológica del autor, tras la invasión de Hungría por la URSS en 1956,  abandona el PCI y se aparta del compromiso político.

En 1964 hizo un viaje a Cuba que le permitió visitar la casa donde había vivido con sus padres y realizar diversos encuentros, uno de los cuales fue con Ernesto Che Guevara. El 19 de febrero, en La Habana, se casaba con la argentina Esther Judit Singer, Chichita. Juntos se fueron a vivir a Roma, donde un año después nacerá su hija Giovanna. La atmósfera cultural italiana había cambiado mucho, la neo-vanguardia había consolidado sus posiciones de prestigio y el estructuralismo y la semiología se habían convertido en las ciencias sociales a las que todos se referían.

En 1967 al trasladarse a París, incrementó su interés por las ciencias naturales y la sociología y entró en contacto con el grupo Oulipo. El Castillo de los destinos cruzados (1969), La taberna de los destinos cruzados (1973), Las ciudades invisibles (1972) y Si una noche de invierno un viajero (1979), las obras que pertenecen a su llamada época combinatoria, son una muestra de como influyeron en Italo Calvino estos contactos. El método de construcción de estas obras se basa en la utilización de las diferentes combinaciones de un cierto número de elementos que dan origen potencialmente a innumerables acontecimientos.

Calvino padeció un ataque de ictus cerebral en Castiglione della Pescaia donde pasaba las vacaciones, fue llevado al hospital de Santa Maria della Scala, pero no pudo superar la noche del 18, en la mañana del 19 de septiembre de 1985, abrumados por la tragedia del terremoto que pulverizó el Distrito Federal, los mexicanos dejamos pasar desapercibida otra tragedia —quizá sólo relevante para los amantes de la literatura—: la muerte de Italo Calvino.

La obra literaria de Italo Calvino atravesó tres periodos influidos por movimientos sociales y estéticos diferentes, así el Neorrealismo más que una escuela, fue una manera de sentir común a los jóvenes escritores, que después de las Guerras Mundiales se sentían depositarios de una realidad social nueva.

Con sus dos primeros libros Calvino inicia un modo de trabajar que se convertirá en una de sus características intrínsecas: la simplificación de la forma narrativa de manera que toda la obra se convierte en algo legible por diferentes tipos de lector, incluso por lectores no demasiado atentos.

En el periodo llamado fantástico, influido por la literatura popular, va más allá de la invención fantástica y se instala completamente dentro del campo de la fábula y de la fabulación, la novela tiene otra lectura más alegórica y simbólica, cargada de significados históricos y políticos, públicos y privados, su propuesta es una  invitación a la moderación y al equilibrio, ya que nadie es depositario de la verdad absoluta.

El hombre, a su entender, se ha de desvincular de los condicionamientos ideológicos y políticos, de las ideas preconcebidas y de las imposiciones intelectuales, las novelas de esta época son una reivindicación ilustrada de la realidad. Calvino apuesta a una literatura en la cual sólo un lector atento es capaz de percibir más de un nivel de lectura.

En El desafío del laberinto, Calvino toma posición en el debate sobre el lugar que debe ocupar el intelectual, que ha de concretar los modelos teóricos éticos y cognoscitivos que nos puedan permitir entender, aunque sea de manera parcial, el caos de la realidad y dar así un sentido a nuestra existencia.

La despedida de esta fase la hace el autor con La jornada de un escrutador. Un militante comunista actúa como interventor electoral del PCI en un manicomio. Este hecho le hará entrar en crisis cuando se enfrente con la irracionalidad. Según dijo el propio autor, los temas tratados en el libro, la infelicidad, el dolor o la responsabilidad de la procreación nunca se había atrevido a tocarlos hasta entonces. Este libro supondrá, además, una suerte de relación de su propio recorrido ideológico.

En los años sesenta, Calvino se inscribe a una nueva manera de hacer literatura, concebida ya como artificio, ya como un juego combinatorio. A su entender, hay que hacer visible la estructura de la narración para el lector y así aumentar su complicidad. Es en esta época cuando Calvino se acerca a una clase de escritura que podría ser definida como combinatoria, porque el mismo mecanismo que permite escribir, asume un papel central en el interior de la obra. Calvino, se ha convencido de que el universo lingüístico ha suplantado a la realidad y concibe la novela como un mecanismo que juega con las posibles combinaciones de las palabras.

Esta nueva concepción de Calvino es fruto de numerosas influencias: el estructuralismo y la semiología, las lecciones impartidas por Roland Barthes sobre el ars combinatoria, el acercamiento al Oulipo de Raymond Queneau, la escritura laberíntica de Jorge luis Borges, además de la relectura del Tristram Shandy de Laurence Sterne a quien definirá como el padre de todas la novelas de vanguardia de nuestro siglo.

En El Castillo de los destinos cruzados, el recorrido narrativo es confiado a la combinación de las cartas del tarot, Calvino utiliza las cartas como un sistema de señales, como un auténtico lenguaje propio. Cada figura impresa depende del contexto en el que es pronunciada. El intento consiste en quitar la máscara de los mecanismos que están en la base de todas las narraciones. La novela va más allá de sí misma, ya que es una reflexión sobre su propia naturaleza y configuración.

Las ciudades invisibles una especie de reescritura del Libro de las maravillas de Marco Polo, en el cual es el veneciano quien describe a  Kublai Khan las ciudades de su imperio. Estas ciudades, sin embargo, no existen en otro lugar que en la imaginación de Marco Polo, viven nada más que dentro de sus palabras. Por tanto, para Calvino, la narración puede crear mundos, pero no puede destruir «el infierno de los vivos» que está a nuestro alrededor y para combatirlo, como se sugiere en la conclusión de la novela, no se puede hacer otra cosa que no sea dar valor a aquello que no es  el infierno.

En Las ciudades invisibles la exhibición de los mecanismos combinatorios de la narración, todavía es más explicita que en El Castillo…, lo es incluso en la estructura misma de la novela, segmentada en textos breves que se suceden dentro de un estructura de marco. La descripción de cincuenta ciudades, según unos núcleos temáticos está indudablemente dirigida a la reflexión del lector, sobre las modalidades compositivas de la novela que induce a reflexionar sobre el funcionamiento de la narrativa en general.

En su novela Si una noche de invierno un viajero (1979), más que en ninguna otra, Calvino desnuda los mecanismos de la narración, desencadenando una reflexión sobre la práctica de la escritura y sobre las relaciones entre el escritor y el lector. El libro lo forman diez capítulos insertos en un marco: en verdad los capítulos son diez incipit (inicios) de otras tantas novelas. En el marco, sin embargo, se narra la historia entre el Lector y Ludmilla, la Lectora, una aventura tradicional a la que no le falta el final feliz.

La narración empieza con el Lector que va a comprar un ejemplar de la novela de Calvino Se una notte d’inverno… pero que después de unas cuantas páginas descubre que el libro está defectuoso, está compuesto por cuentos todos iguales. Vuelve entonces a la librería y allí encuentra a Ludmilla (a quien le ha ocurrido lo mismo). Así empieza una historia compuesta sólo con principios de novelas. Cada vez que Ludmilla y el Lector se sumergen en una novela por la que se apasionan, la narración se interrumpe por los más diversos motivos.

Al final el Lector no conseguirá completar la lectura de las novelas, pero se casará con la Lectora a quien, en la cama, antes de apagar la luz, dirá que está acabando de leer Se una notte d’inverno un viaggiatore de Italo Calvino. Los diez principios de que se compone el libro corresponden cada uno a un tipo diferente de narración. Con este ejercicio de estilo Calvino ejemplifica cuales son los modelos y los estilos de la novela moderna (desde el de neo-vanguardia hasta en neo-realista, desde el existencial al fantástico y surreal). En la base de la narración está encajado el esquema de las Mil y una noches, dentro del que Calvino coloca las sugerencias y las solicitudes provenientes de la novela contemporánea.

La novela es substancialmente un juego en el que Calvino, casi de manera provocativa, hace gala de sus trucos de narrador. Pero es un juego serio, casi dramático, porque quiere mostrar la imposibilidad de conseguir el conocimiento de la realidad. El libro tuvo un éxito considerable, tanto en Italia, como en otros países, especialmente en los Estados Unidos, donde fue leído de manera inmediata como un ejemplo de literatura posmoderna.

Es en las obras póstumas donde el ensayista italiano atrapó también una gran cauda de lectores, nos regaló en Por qué leer los clásicos una colección de breves y sabios ensayos sobre los clásicos, que son aquellos libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir, textos que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad. Y ése es el convencimiento que anima a Italo Calvino a comentar los «suyos», según su criterio de que el clásico de cada uno es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.

Por qué leer los clásicos, Italo Calvino (selección)

Empecemos proponiendo algunas definiciones

1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: “estoy releyendo” y nunca “estoy leyendo”.

2.  se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose en el inconsciente colectivo o individual.

4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.

6.  Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.

7.  Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).

8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.

9.  Los clásicos son libros que cuanto más se cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.

10.  Llámese clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de os antiguos talismanes.

11. tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.

12.  Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce en seguida su hogar en la genealogía.

13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.

14.  Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.

Por qué leer los clásicos, Italo Calvino,  páginas 13-19    854  C343  1992R2

Al momento de su muerte estaba trabajando en una serie de conferencias que tenía que impartir en la Universidad de Harvard, para ocupar la cátedra antes habitada por personajes como T. S. Elliot, Igor Stravinsky o Jorge Luis Borges, Calvino nunca llegó a impartir dichas conferencias, pues un ataque cerebro-vascular interrumpió su vida una semana antes del viaje a Estados Unidos. Fueron publicadas póstumamente con el título de  Seis propuestas para el próximo milenio.

El título hace mención de seis propuestas, en realidad estaban pensadas para ser siete. Los títulos de los tópicos que a Calvino parecían fundamentales, no sólo para la literatura, en particular, sino para la creación poética en general, eran: 1) levedad, 2) rapidez, 3) exactitud, 4) visibilidad, 5) multiplicidad, 6) consistencia, y 7) sobre los comienzos y los finales de las novelas; de las cuales sólo existen las primeras cinco.

Seis ensayos escritos por quien fuera uno de los lectores más ávidos y de los escritores más ambiciosos, no olvidemos que para poder escribir, Calvino se hacía de mucha información no perteneciente a la creación literaria: ciencia, tecnología, biología, informática, antropología, etcétera; buscaba, recopilaba, aprendía. Recordemos que gracias a todo ello, Calvino  ha logrado colocarse en los últimos cincuenta años como uno de los escritores más innovadores.

1) Levedad […] Podemos decir que dos vocaciones opuestas se disputan el campo de la literatura a través de los siglos: una tiende a hacer del lenguaje un elemento sin peso que flota sobre las cosas como una nube, o mejor, como un pulvísculo, o mejor aún, como un campo de impulsos magnéticos; la otra tiende a comunicar al lenguaje el peso, el espesor, lo concreto de las cosas, de los cuerpos, de las sensaciones.

[…] Para ejemplificar la levedad en al menos tres acepciones diferentes:

Un aligeramiento del lenguaje mediante el cual los significados son canalizados por un tejido verbal como sin peso, hasta adquirir la misma consistencia enrarecida.

El relato de un razonamiento o de un proceso psicológico en el que obran elementos sutiles e imperceptibles, o una descripción cualquiera que comporte un alto grado de abstracción.

Una imagen figurada de la levedad que asuma un valor emblemático.

2) Rapidez […] La rapidez y la concisión del estilo agradan porque presentan al espíritu una multitud de ideas simultáneas, en sucesión tan rápida que parecen simultáneas, y hacen flotar el espíritu en tal abundancia de pensamientos o de imágenes y sensaciones espirituales, que éste no es capaz de abarcarlos todos y cada uno plenamente, o no tiene tiempo de permanecer ocioso y privado de sensaciones. La fuerza del estilo poético, que en gran parte es una con la rapidez, no es placentera sino por estos efectos y no consiste en otra cosa. La excitación de ideas simultáneas puede derivar de cada palabra aislada, o propia o metafórica, y de su ubicación, y del giro de la frase, y de la supresión misma de otras palabras o frases, etc.

3) Exactitud […] El gusto por la composición geometrizante,[…] tiene como fondo la oposición orden-desorden, fundamental en la ciencia contemporánea. El universo se deshace en una nube de calor, se precipita irremediablemente en un torbellino de entropía, pero en el interior de este proceso irreversible pueden darse zonas de orden, porciones de lo existente que tienden hacia una forma, puntos privilegiados desde los cuales parece percibirse un plan, una perspectiva. La obra literaria es una de esas mínimas porciones en las cuales lo existente cristaliza en una forma, adquiere un sentido, no fijo, no definitivo, no endurecido e una inmovilidad mineral, sino viviente como un organismo.

4) Visibilidad […]La memoria está cubierta por capas de imágenes en añicos, como un depósito de desperdicios donde cada vez es más difícil que una figura logre, entre tantas, adquirir relieve.

Si he incluido la visibilidad en mi lista de los valores que se han de salvar, es como advertencia del peligro que nos acecha de perder una facultad humana fundamental: la capacidad de enfocar imágenes visuales con los ojos cerrados, de hacer que broten colores y formas del alineamiento de caracteres alfabéticos negros sobre una página blanca, de pensar con imágenes. Pienso en una posible pedagogía de la imaginación que nos habitúe a controlar la visión interior sin sofocarla y sin dejarla caer, por otra parte, en un confuso, lábil fantaseo, sino permitiendo que las imágenes cristalicen en una forma bien definida, memorable, autosuficiente, “icástica”.

5) Multiplicidad, La excesiva ambición de propósitos puede ser reprobable en muchos campos, no en literatura. La literatura sólo vive si se propone objetivos desmesurados, incluso más allá de toda posibilidad de realización. La literatura seguirá teniendo una función únicamente si poetas y escritores se proponen empresas que ningún otro osa imaginar. Desde que la ciencia desconfía de las explicaciones generales y de las soluciones que no sean sociales o especializadas, el gran desafío de la literatura es poder entretejer los diversos códigos en una visión plural, facetada del mundo.

6) Consistencia, Esta conferencia no llegó a existir, lo único que se sabe es que trataría sobre Bartleby, el escribiente de Herman Melville.

7) Sul cominciare e sul finire, Sobre cómo escribir el comienzo y el final de las novelas, ponencia que tampoco fue escrita.

Te invitamos a participar en los Círculos de lectura para jóvenes, Italo Calvino es el escritor del mes de septiembre, conoce su obra que forma parte de la colección de la Biblioteca Central.

 

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