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Archive for the ‘Ciencia Ficción y Fantasía’ Category

Fragmentos de la entrevista concedida vía correo electrónico a Jacinto Antón y publicada en el suplemento cultural Babelia, del diario español El País (24 de marzo 2012).

William Gibson (Conway, SC, EUA, 1948), destacado escritor de ciencia ficción norteamericano-canadiense, conocido como el profeta del Cyberpunk, quien acuñó el término ciberespacio en su novela Neuromante (1984), antes de la aparición global del internet y quien predijo la importancia de los reality shows en nuestras vidas.

Pregunta.- Cada vez veo más parecido entre su escritura y la de Ballard. El sentimiento de enajenación de la realidad por las descripciones. Lo cotidiano se vuelve extraño y extravagante simplemente por una cuestión de foco. ¿No era Ballard el que decía que la Tierra es el verdadero planeta alienígena? Es la mirada ¿verdad?

Respuesta.- Ahora pienso menos en Ballard. Tal vez debido a que él era tan bueno en lo que hacía. Hoy en día me parece que habitamos su mundo sin darnos cuenta. La cultura de la “televisión de la realidad” (reality shows), por ejemplo, da la impresión de que existe porque él la imagino en los años setenta.

P.- ¿Le parece que las drogas han retrocedido en el escenario social en proporción inversa al ascenso de un progresivo sentido de la irrealidad fomentado por las nuevas tecnologías? Usted menciona unas cuantas en sus libros: de la dextroanfetamina brasileña al antagonista paradójico.

R.- Para mí la mejor manera de analizar las drogas es como medio de alterar lo que recibimos de lo que nos rodea. Se convierten en un problema cuando decidimos que constituyen información (o datos). La retórica de los setenta suponía que, por ejemplo, el LSD era información. Pero hoy diría que eso equivale a creer literalmente que la camarera es más guapa después de la tercera cerveza.

P.- ¿Y que opina de la cirugía estética? Usted ya avanzó su expansión en forma de implantes.

R.- En mis primeros relatos sugiero que la cirugía cosmética tendrá como resultado una uniformidad realzada, una relativa falta de variedad. Creo que hoy en día podemos verlo, hasta cierto punto. Los países interesantes para observar en ese sentido serán las economías emergentes, India, Brasil, por ejemplo.

P.- Perdonará que le pregunte por el Ciberespacio, el suyo de 1981 y el de ahora. ¿Cuál es su relación actual con las nuevas tecnologías? ¿Twitter? ¿Qué opina de Google y su papel en el conocimiento?

R.- Cuando empezó era sin duda más fácil ver esas cosas objetivamente, desde fuera. Todavía no constituían nuestra cultura, como sí lo hacen hoy. Ahora me he convertido en una persona a la que le resulta difícil imaginar (o recordar) el mundo antes de internet, como nos pasa a la mayoría. Todavía nos cuesta aprehender la profundidad del cambio.

P.- ¿Es el libro electrónico el verdadero Fahrenheit 451?

R.- El e-book no es más que una nueva plataforma para el medio masivo más antiguo. Los editores (en le sentido tradicional) ya no gozan de un relativo monopolio sobre los medios de producción. Pero no estoy seguro de cuál será el futuro de esto.

P.- La Web: he leído que le gusta más la metáfora de pescar que la de surfear o circular por la autopista de la información.

R.- Yo siento que soy un flàneur de internet. el “arte de la deriva” de los situacionistas ha adoptado una realidad muy diferente, para nosotros.

P.- En la protagonista de Historia Cero, que ha permanecido ajena al sistema por una década, me parece discernir una añoranza de sus tiempos underground. ¿Continúa admirando a William Burroughs, Ginsberg, la contracultura? ¿Qué opina de los antisistema?

R.- Creo que nunca llegaremos conocer un sistema tan plenamente como cuando hemos estado fuera de él, en algún sentido. Pero el sistema fuera del sistema siempre es otro sistema. Sospecho que los bohemios ya no son posibles de la misma manera, puesto que ahora los utilizamos como herramientas de marketing, fuentes de curiosidad, apenas nos enteramos de us existencia.

P.- ¿Qué ha sido del ciberpunk? A usted nunca le gustó la etiqueta, que era una forma de meterles en el sistema.

R.- se convirtió en un sabor particular de la cultura popular, un ejemplo de la etiqueta periodística que termina devorando aquello que se inventó para describir. De todas maneras me parece que el impulso original ha sobrevivido a esa etiqueta carnívora. Hoy en día prosperan impulsos de escritura similares al ciberpunk.

P.- ¿Cuándo mira hacia atrás se da cuenta de alguna manera de la trascendencia de lo que ha escrito? ¿Es consciente de esa propiedad oracular de sus novelas?

R.- Dedico un tiempo exagerado a negar lo oracular de mi obra. Confundimos la capacidad de reconocer lo extraño del momento actual (el futuro que ha llegado) con una especie de videncia del futuro. Yo no soy un vidente, sino alguien que sabe mirar lo extraño de la existencia. Cuando leo historia, lo que me atrapa es lo extraño, no la familiaridad de una narrativa conocida. Aunque creo que la historia nunca es una narrativa: es una construcción especulativa, como la ciencia.

P.- El siglo XXI ha arrancado más extraño y variopinto que cualquier siglo XXI de ciencia ficción, ¿Dónde deja eso al género?

R.- Creo que el género es problemático, pero la ciencia ficción no. La ciencia ficción prospera, pero no necesariamente dentro del género.

P.- ¿En que manera los cambios tecnológicos condicionan la cultura?

R.- Las tecnologías emergentes han sido los impulsos centrales del cambio cultural humano. Nuestras ideologías son reacciones a nuestras tecnologías. Marx respondía a las realidades sociales de las tecnologías de la industrialización. Marx estaba impulsado por la tecnología.

P.- Usted nunca ha creído que el papel de la ciencia ficción sea imaginar el futuro, pero qué piensa que nos va a atraer este a mediano plazo ¿teletransportación, vida artificial?

R.- Es menos imaginable que nunca.

P.- Parece que los teléfonos móviles se les han escapado a todos los escritores de ciencia ficción ¿tan difíciles eran de imaginar?

R.- En los años treinta Dick Tracy usaba ya radios de muñeca. Sospecho que los teléfonos portátiles nunca han sido una herramienta de la ficción futurista porque les habrían dado demasiado trabajo a los escritores, puesto que interfieren con demasiados elementos de la estructura narrativa tradicional.

P.- ¿Viven los jóvenes con su inmersión en lo digital, en un tiempo diferente de las generaciones adultas?

R.- Sí, pero eso no tiene nada de nuevo. La radio y la televisión fueron algo muy importante a su manera.

P.- ¿Qué opina de la crisis financiera global? ¿No le parece un escenario de ciencia ficción?

R.- Podría decirse que es la primera crisis posmoderna, ya que los instrumentos financieros parecen brutalmente posmodernos en sus raíces evidentes. ¡El pensamiento de quienes los crearon se asemeja más que ninguna otra cosa a la teoría literaria posestructuralista!

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Amit Kelkar

Los costos y tamaños reducidos de las unidades de memoria y procesamiento computacionales, las biotecnologías y el desarrollo de algoritmos complejos han llevado a que conceptualizaciones tales como cyborg, post-humanidad y realidad virtual se hayan mudado del ámbito de la ciencia-ficción, a la esfera de lo social.

Por supuesto, para aceptar un cambio así hay que asumir que no siempre fuimos cyborgs de alguna u otra forma, como lo pensaría Andy Clark (ver Clark, 1997, 2003, en los siguientes párrafos). Sea cual fuere la posición que se asuma, la literatura académica en torno a los conceptos de cyborg, post-humanidad y realidad virtual ha presentado una expansión significativa en la última década.

Esta bibliografía anotada no pretende ser exhaustiva ni delinear únicamente los textos clave. Resulta, más bien, un repaso somero de un fragmento del conocimiento existente, proveniente, en gran parte, de los ámbitos de los estudios culturales y de medios.

David Bell, Chapter 7: Bodies in Cyberculture, en Introduction to Cybercultures. Londres y Nueva York: Routledge, 2001, pp.137-162.

Este capítulo brinda una guía útil para conocer el trabajo de ciertos teóricos en las áreas de los cyborgs, la post-humanidad y la realidad virtual. El texto repasa algunas teorías generales sobre la encarnación (embodiment), para luego explorar tres tipos diferentes de cibercuerpos (cyberbodies): el posthumano, el cyborg y el Humano Visible (Visible Human).

La exploración que Bell hace de la post-humanidad hace eco a la de Hayles (1997) y es complementada por experiencias de aumentación/modificación humana real, como las implementadas por artistas de performance como Stelarc (web.stelarc.org). El acercamiento de Bell hacia el cyborg sigue el camino de Haraway como un experimento que torna borrosas las fronteras conceptuales y presenta un reto al pensamiento reduccionista.

Finalmente, The Visible Human Project

(www.nlm.nih.gov/research/visible/ visible_human.html) es una iniciativa liderada por la Biblioteca de Medicina de Estados Unidos, que creó, en favor de la investigación médica, imágenes tridimensionales de un hombre y una mujer con un gran nivel de detalle anatómico. Bell se apoya en las investigaciones de Catherine Waldby para delinear una clase muy diferente de desencarnación (disembodiment) –“la carne hecha de código” (“flesh made out of code”) (156)–, un tipo de realidad virtual.

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Andrew Murphie y J. Potts, Chapter 5. Cyborgs: the Body, Information and Technology en Culture and Technology. Basingstoke: Palgrave, 2003, pp. 115-141.
Murphie y Potts ofrecen un excelente repaso conceptual y teórico de los cyborgs. Los teóricos que exploran incluyen a Donna Haraway, Catherine Hayles, Manuel De Landa y Chris Gray. La nanotecnología también se discute de manera breve.

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Andy Clark, Being There: Putting Brain, Body and World Together Again. Cambridge: MIT Press, 1997.

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Natural-Born Cyborgs: Minds, Technologies and the Future of Human Intelligence. Oxford: Oxford University Press, 2003.
De manera tradicional, la mente se ha visto como algo que habita en el cuerpo (que se encuentra encarnado). Se asume, además, que a través de ella el cerebro (y/o componentes físicos y metafísicos también encarnados y relacionados a éste) almacena el conocimiento recolectado en el mundo y hace cálculos con él. En este modelo, la acción es el resultado de una serie de cálculos realizados por el cerebro con esta base de conocimiento acumulado. Es su representación/espejo del mundo.

Clark (1997, 2003) es parte de un grupo de teóricos que emplean una combinación de filosofía occidental y ciencia de la cognición para proponer un planteamiento según el cual el conocimiento no sólo se almacena en un aparato biológico encarnado (como el cerebro), sino que se atesora tanto en esa encarnación, como externamente a través del uso de la tecnología (Clark, 1997, 2003).

Clark (1997) propone que el papel de la mente encarnada es el de un cibernético (un navegador) que actúa al reunir recursos internos y externos en favor del pensamiento o la acción. Clark (2003) extiende su argumento previo sobre el uso de recursos externos al formular que todos somos Natural-Born Cyborgs (cyborgs por naturaleza). Es decir: como humanos funcionamos, y siempre hemos funcionado, como resultado de la combinación del ser encarnado y tecnologías externas.

Más aún, “no importa si los datos se encuentran almacenados en algún lugar dentro del organismo biológico o si se almacenan en el mundo exterior” (“it doesn’t matter whether the data are stored somewhere inside the biological organism or stored in the external world”) (Ibid: 69). La acción resulta de la unión de los componentes relevantes, tanto internos como externos al organismo: esta unión la lleva a cabo el cerebro como navegador y controlador.

Hubert Dreyfus, Being-in-the-World: A Commentary on Heidegger’s Being and Time, Division I. Cambridge: MIT Press, 1991.
El de Dreyfus es un texto clave para entender la fenomenología de Heidegger, en particular el libro Ser y tiempo (Sein und Zeit). El trabajo del filósofo alemán es relevante en el estudio de la post-humanidad y de los cyborgs en la medida en que considera la relación entre el humano encarnado y los artefactos externos (como la tecnología) a través de conceptos como vorhanden (estar ahí) y zuhanden (estar a la mano). Un objeto se encuentra en estado vorhanden cuando es un objeto por derecho propio (un martillo, por ejemplo). Primero observamos al martillo en términos de su forma, su tamaño y el color de sus cuñas y mango de madera. A medida que interactuamos con la tecnología (a medida que la usamos), da inicio el aprendizaje sobre las funciones que el artefacto podría ser y desempeñar potencialmente.

El resultado de toda interacción deja una constancia en oposición a la acción. En su función, ahora el elemento se encuentra emparejado con la acción. Es en este estado zuhanden que podemos “discernir” al objeto y aquello que estamos haciendo con él. Es decir: no nos concentramos en el objeto que es el martillo; ahora lo vemos como algo que utilizamos para insertar clavos en la pared.

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Francis Fukuyama, Our Posthuman Future: Consequences of the Biotechnology Revolution. Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 2002.
Fukuyama explora algunas consideraciones éticas que surgen con el desarrollo de biotecnologías y la posibilidad de medidas regulatorias que deben implementarse al respecto. El acercamiento de Fukuyama se finca en su creencia de que existe una naturaleza humana esencial. Sugiere que esta naturaleza y los derechos humanos que conlleva se ven afectados por las biotecnologías.

Su postura en favor de la regulación es una extensión de sus argumentos previos acerca del fin de la historia, el ocaso del desarrollo ideológico humano y la concepción de los Estados liberales occidentales como el modelo último de gobierno.

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Donna Haraway, The Cyborg Manifesto en Donna Haraway, Simians, Cyborgs and Women: Reinvention of Nature. Nueva York: Routledge, 1991.
Versión electrónica disponible en línea:

http://www.stanford.edu/dept/ HPS/Haraway/CyborgManifesto.html
En este ensayo, que es citado con frecuencia, Haraway emplea la idea del cyborg para presentar un reto a las narrativas tradicionales edípicas y cristianas para, en su lugar, “construir un mito político irónico que le sea fiel al feminismo, al socialismo y al materialismo” (“build an ironic political myth faithful to feminism, socialism, and materialism”) (149) Esto, para desarrollar una crítica política de naturaleza postmoderna y feminista.

Con este fin, Haraway explora la identidad ambigua y contradictoria del cyborg, lo que le permite desafiar dicotomías tradicionales como hombre/mujer o humano/no-humano. De tal forma, cuestiona la necesidad de taxonomías y las relaciones de poder relacionadas con éstas. El deseo de Haraway es que no nos alejemos de la tecnología, sino que la usemos como una herramienta hacia “el otorgamiento de poderes a las feministas en una era de tecnólogos postmodernos”, (“empowerment for feminists in an era of postmodern technics”) (Sofoulis, 2002).

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Zoe Sofoulis, Cyberquake: Haraway’s Manifesto en Darren Tofts, Annemarie Jonson y Allesio Cavallaro, Prefiguring Cyberculture: an Intellectual History. Sydney: Power Publications, 2002, pp.84-103.
Souflis, ex alumna de Haraway, examina el impacto de la obra de su maestra en la comunidad académica.

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N. Katherine Hayles, How We Became Posthuman: Virtual Bodies in Cybernetics, Literature and Informatics. Chicago: University of Chicago Press, 1999.

Hayles sugiere que la idea de post-humanidad “evoca al terror y alborota al placer” (“evokes terror and excites pleasure”) (283), dependiendo qué “versión” de post-humanidad se analice. Evoca al terror al acudir a una imaginería de humanos muriendo o siendo reemplazados –un argumento propuesto por investigadores como Hans Moravec -. Sin embargo, este terror,impugna Hayles, debe de ser atenuado, ya que ignora la importancia del cuerpo y su desarrollo evolutivo.

Por otro lado, la post-humanidad alborota al placer porque abre “nuevos caminos para pensar sobre el significado de lo humano” (“new ways of thinking about what human means”) (285) Este placer puede dar cabida a otra versión de post-humanidad que incluye un desafío a las suposiciones cognitivas, así como el aumento, extensión y mejoramiento del cuerpo a través de aparatos protéticos.

Otras publicaciones de Hayles que siguen una línea argumentativa similar: The Lifecycle of Cyborgs: Writing the Posthuman en Chris Gray,The Cyborg Handbook. Nueva York: Routledge, 1995; My Mother Was a Computer: Digital Subjects and Literary Texts. Chicago: University of Chicago Press, 2005.

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John Law Y John Hassard (eds), Actor Network Theory and After. Oxford: Blackwell Publishing Ltd, 1999.
Una consideración importante en el estudio de los cyborgs y la post-humanidad es la elección de una metodología. La Teoría del Actor-Red (ant, por sus siglas en inglés) es un acercamiento metodológico interesante (es importante aclarar que la ant no es una teoría científica). El volumen editado por Law y Hassard es un buen punto de partida para examinarla.

En particular, el capítulo introductorio escrito por Law demuestra cómo la ant puede aplicarse a los estudios sobre los cyborgs y la post-humanidad. Los dos elementos clave en que se cimienta la ant son las ideas de materialidad relacional y el concepto de performativity. La materialidad relacional o semiótica de la materialidad parte de la idea propia de la semiótica de que las entidades son “producidas por medio de relaciones y aplica esta noción, de manera implacable, a todos los materiales –no sólo a aquellos que son lingüísticos”. Al hacer esto, la ant pretende deshacerse de dualismos esencialistas como hombre/mujer, pequeño/grande e incluso humano/no-humano. La ant da a entender que tanto humanos como no-humanos son agentes; es importante aclarar, empero, que esto no significa que sus capacidades son equiparables.

El segundo principio clave es el de performativity. El acercamiento semiótico informa a este acercamiento según el cual “las entidades adquieren su forma como consecuencia de las relaciones en las que se encuentran localizadas” (“entities achieve their form as a consequence of the relations in which they are located”). De tal manera, puede decirse que las entidades son “desempeñadas en, por y a través de dichas relaciones”. La idea de performativity viene de las bases entometodológicas de la ant. Los artefactos o entidades son, entonces, el actuar de ciertos “actantes” –cualquier entidad, humana o no-humana que se une a otra en ese momento para llevar a cabo la entidad.

Otro capítulo notable de este volumen es el de Annemarie Mol, titulado Ontological Politics: A word and some questions (“Políticas ontológicas: una palabra y algunas preguntas”). La autora utiliza la ant como la base de su exploración de lo que ella llama políticas ontológicas. Utiliza el ejemplo del desempeño de la anemia, en varios sentidos. Mol argumenta que el “artefacto” que es la anemia no es algo que simplemente puede observarse desde varios puntos de vista (perspectivalism), pero tampoco puede ser percibido desde las construcciones alternativas de la realidad (constructivismo). En lugar de esto, la autora sugiere que la entidad existe en realidades múltiples y diferentes: guarda múltiples formas de ser, ontologías diversas.

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Manuel De Landa, War in the Age of Intelligent Machines. Cambridge: mit Press, 1991.
De Landa, quien acoge el trabajo del filósofo francés Giles Deleuze (coautor de Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia, escrito con Félix Guattari), asume el rol de un historiador del futuro para examinar los complejos ensamblajes de elementos humanos y no-humanos que se han incorporado con propósitos bélicos a lo largo de la historia. De esta forma, el autor “abandona una perspectiva de la historia centrada en el ser humano, para situar al humano dentro del circuito que se extiende entre mundos y máquinas” (Murphie & Potts: 2003).

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Revista ISTOR, número 44, publicación del CIDE.

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Mi propósito es hablar de los cuentos de hadas, aunque bien sé que ésta es una empresa arriesgada. Fantasía es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios. Y de temerario se me puede tildar, porque, aunque he sido un aficionado a tales cuentos desde que aprendí a leer y en ocasiones les he dedicado mis lucubraciones, no los he estudiado, en cambio, como profesional. Apenas si en esa tierra he sido algo más que un explorador sin rumbo (o un intruso), lleno de asombro, pero no de preparación.

 Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas y lleno todo él de cosas diversas: hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves.

Hay, con todo, algunos interrogantes que quien ha de hablar de cuentos de hadas espera por fuerza resolver, intenta hacerlo cuando menos, piensen lo que piensen de su impertinencia los habitantes de Fantasía. Por ejemplo: ¿qué son los cuentos de hadas?, ¿cuál es su origen?, ¿para qué sirven? Trataré de dar contestación a estas preguntas, u ofrecer al menos las pistas que yo he espigado…, fundamentalmente en los propios cuentos, los pocos que yo conozco de entre tantos como hay.

¿Qué es un cuento de hadas? En vano acudirán en este caso al Oxford English Dictionary. No contiene alusión ninguna a la combinación cuento-hada, y de nada sirve en el tema de las hadas en general. En el Suplemento, cuento de hadas presenta una primera cita del año 1750, y se constata que su acepción básica es: a) un cuento sobre hadas o, de forma más general, una leyenda fantástica; b) un relato irreal e increíble, y c) una falsedad.

Las dos últimas acepciones, como es lógico, harían mi tema desesperadamente extenso. Pero la primera se queda demasiado corta. No demasiado corta para un ensayo, pues su amplitud ocuparía varios libros, sino para cubrir el uso real de la palabra. Y lo es en particular si aceptamos la definición de las hadas que da el lexicógrafo: «Seres sobrenaturales de tamaño diminuto, que la creencia popular supone poseedores de poderes mágicos y con gran influencia para el bien o para el mal sobre asuntos humanos».

“Sobrenatural» es una palabra peligrosa y ardua en cualquiera de sus sentidos, los más amplios o los más reducidos, y es difícil aplicarla a las hadas, a menos que «sobre» se tome meramente como prefijo superlativo. Porque es el hombre, en contraste, quien es sobrenatural (y a menudo de talla reducida), mientras que ellas son naturales, muchísimos más naturales que él. Tal es su sino. El camino que lleva a la tierra de las hadas no es el del Cielo; ni siquiera, imagino, el del Infierno, a pesar de que algunos han sostenido que puede llevar indirectamente a él, como diezmo que se paga al Diablo.

El cuento de hadas y fantasía

…La mayor parte de los buenos cuentos de hadas trataban de las aventuras de los hombres en el País Peligroso o en sus oscuras fronteras. Y es natural que así sea; pues si los elfos son reales y de verdad existen con independencia de nuestros cuentos sobre ellos, entonces también resulta cierto que los elfos no se preocupan básicamente de nosotros, ni nosotros de ellos. Nuestros destinos discurren por sendas distintas y rara vez se cruzan. Incluso en las fronteras mismas de Fantasía sólo los encontraremos en alguna casual encrucijada de caminos.

La definición de un cuento de hadas -qué es o qué debiera ser- no depende, pues, de ninguna definición ni de ningún relato histórico de elfos o de hadas, sino de la naturaleza de Fantasía: el Reino Peligroso mismo y que sopla en ese país. No intentaré definir tal cosa, ni describirla por vía directa. No hay forma de hacerlo. Fantasía no puede quedar atrapada en una red de palabras; porque una de sus cualidades es la de ser indescriptible, aunque no imperceptible. Consta de muchos elementos diferentes, pero el análisis no lleva necesariamente a descubrir el secreto del conjunto.

Confío, sin embargo, que lo que después he de decir sobre los otros interrogantes suministrará algunos atisbos de la visión imperfecta que yo tengo de Fantasía. Por ahora, sólo diré que un cuento de hadas es aquel que alude o hace uso de Fantasía, cualquiera que sea su finalidad primera: la sátira, la aventura, la enseñanza moral, la ilusión. La misma Fantasía puede tal vez traducirse, con mucho tino, por Magia, pero es una magia de talante y poder peculiares, en el polo opuesto a los vulgares recursos del mago laborioso y técnico.

Hay una salvedad: lo único de lo que no hay que burlarse, si alguna burla hay en el cuento, es la misma magia. Se la ha de tomar en serio en el relato, y no se la ha de poner en solfa ni se la ha de justificar. El poema medieval Sir Gawain y el Caballero Verde es un ejemplo admirable de ello.

La mágica invención del adjetivo

…La mente humana, dotada de los poderes de generalización y abstracción, no sólo ve hierba verde, diferenciándola de otras cosas (y hallándola agradable a la vista), sino que ve que es verde, además de verla como hierba. Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo fue la invención del adjetivo: no hay en fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso. Y no ha de sorprendernos: podría ciertamente decirse que tales hechizos sólo son una perspectiva diferente del adjetivo, una parte de la oración en una gramática mítica. La mente que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil y veloz también concibió la noción de la magia que haría ligeras y aptas para el vuelo las cosas pesadas, que convertiría el plomo gris en oro amarillo y la roca inmóvil en veloz arroyo. Si pudo hacer una cosa, también la otra; e hizo las dos, inevitablemente. Si de la hierba podemos abstraer lo verde, del cielo lo azul y de la sangre lo rojo, es que disponemos ya del poder del encantador. A cierto nivel.

Y nace el deseo de esgrimir ese poder en el mundo exterior a nuestras mentes. De aquí no se deduce que vayamos a usar bien de ese poder en un nivel determinado; podemos poner un Verde horrendo en el rostro de un hombre y obtener un monstruo; podemos hacer que brille una extraña y temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se pueblen de hojas de plata y que los carneros se cubran de vellocinos de oro; y podemos poner ardiente fuego en el vientre del helado saurio. Y con tal «fantasía» que así se la denomina, se crean nuevas formas. Es el inicio de Fantasía. El Hombre se convierte en subcreador.

Así, el poder esencial de Fantasía es hacer inmediatamente efectivas a voluntad las visiones «fantásticas». No todas son hermosas, ni incluso ejemplares; no al menos las fantasías del Hombre caído. Y con su propia mancha ha mancillado a los elfos, que sí tienen ese poder real o imaginario. En mi opinión, se tiene muy poco en cuenta este aspecto de la «mitología»: subcreación más que representación o que interpretación simbólica de las bellezas y los terrores del mundo.

 En el mundo secundario

…Naturalmente que los niños son capaces de una fe literaria cuando el arte del escritor de cuentos es lo bastante bueno como para producirla. A esa condición de la mente se la ha denominado «voluntaria suspensión de la incredulidad». Más no parece que ésa sea una buena definición de lo que ocurre. Lo que en verdad sucede es que el inventor de cuentos demuestra ser un atinado «subcreador». Construye un Mundo Secundario en el que tu mente puede entrar. Dentro de él, lo que se relata es «verdad»: está en consonancia con las leyes de ese mundo. Crees en él, pues, mientras estás, por así decirlo, dentro de él. Cuando surge la incredulidad, el hechizo se quiebra; ha fallado la magia, o más bien el arte. Y vuelve a situarte en el Mundo Primario, contemplando desde fuera el pequeño Mundo Secundario que no cuajó. Si por benevolencia o por las circunstancias te ves obligado a seguir en él, entonces habrás de dejar suspensa la incredulidad (o sofocarla); porque si no, ni tus ojos ni tus oídos lo soportarán. Pero esta interrupción de la incredulidad sólo es un sucedáneo de la actitud auténtica, un subterfugio del que echamos mano cuando condescendemos con juegos e imaginaciones, o cuando (con mayor o menor buena gana) tratamos de hallar posibles valores en la manifestación de un arte a nuestro juicio fallido.

La fantasía y la subcreación

…La mente del hombre tiene capacidad para formar imágenes de cosas que no están de hecho presentes. La facultad de concebir imágenes recibe o recibió el nombre lógico de Imaginación. Pero en los últimos tiempos y en el lenguaje especializado, no en el de todos los días, se ha venido considerando a la Imaginación como algo superior a la mera formación de imágenes, adscrito al campo operacional de lo Fantasioso, forma reducida y peyorativa del viejo término Fantasía; se está haciendo, pues, un intento para reducir, yo diría que de forma inadecuada, la Imaginación al «poder de otorgar a las criaturas de ficción la consistencia interna de la realidad».

…El logro de la expresión que proporciona (o al menos así lo parece) «la consistencia interna de la realidad» es ciertamente otra cosa, otro aspecto, que necesita un nombre distinto: el de Arte, el eslabón operacional entre la Imaginación y el resultado final, la Subcreación. Para el fin que ahora me propongo preciso de un término que sea capaz de abarcar a la vez el mismísimo Arte Subcreativo y la cualidad de sorpresa y asombro expositivos que se derivan de la imagen: una cualidad esencial en los cuentos de hadas.

Me propongo, pues, arrogarme los poderes de Humpty-Dumpty y usar de la Fantasía con ese propósito; es decir, con la intención de combinar su uso más tradicional y elevado (equivalente a Imaginación) con las nociones derivadas de «irrealidad» (o sea, disimilitud con el Mundo Primario) y liberación de la esclavitud del «hecho» observado; la noción, en pocas palabras, de lo fantástico. Soy consciente, y con gozo, de los nexos etimológicos y semánticos entre la fantasía y las imágenes de cosas que no sólo «no están Me propongo, pues, arrogarme los poderes de Humpty-Dumpty y usar de la Fantasía con ese propósito; es decir, con la intención de combinar su uso más tradicional y elevado (equivalente a Imaginación) con las nociones derivadas de «irrealidad» (o sea, disimilitud con el Mundo Primario) y liberación de la esclavitud del «hecho» observado; la noción, en pocas palabras, de lo fantástico.

Soy consciente, y con gozo, de los nexos etimológicos y semánticos entre la fantasía y las imágenes de cosas que no sólo «no están realmente presentes», sino que con toda certeza no vamos a poder encontrar en nuestro mundo primario, o que en términos generales creemos imposibles de encontrar. Pero, aun admitiendo esto, no puedo aceptar un tono peyorativo. Que sean imágenes de cosas que no pertenecen al mundo primario (si tal es posible) resulta una virtud, no un defecto. En este sentido, la fantasía no es, creo yo, una manifestación menor sino más elevada, del Arte, casi su forma más pura, y por ello -cuando se alcanza- la más poderosa.

La fantasía, claro, arranca con una ventaja: la de domeñar lo inusitado. Pero esta ventaja se ha vuelto en su contra y ha contribuido a su descrédito. A mucha gente le desagrada que la «dominen». Les desagrada cualquier manipulación del Mundo Primario o de los escasos reflejos del mismo que les resultan familiares. Confunde, por tanto, estúpida y a veces malintencionadamente, la Fantasía con los Sueños, en los que el Arte no existe, con los desórdenes mentales, donde ni siquiera se da un control, y con las visiones y alucinaciones.

…Crear un Mundo Secundario en el que un sol verde resulte admisible, imponiendo una Creencia Secundaria, ha de requerir con toda certeza esfuerzo e intelecto, y ha de exigir una habilidad especial, algo así como la destreza élfica. Pocos se atreven con tareas tan arriesgadas. Pero cuando se intentan y alcanzan, nos encontramos ante un raro logro del Arte: auténtico arte narrativo, fabulación en su estadio primario y más puro.

Fantasía y renovación

…La Renovación, que incluye una mejoría y el retorno de la salud, es un volver a ganar: volver a ganar la visión prístina. No digo «ver las cosas tal cual son» para no enzarzarme con los filósofos, si bien podría aventurarme a decir «ver las cosas como se supone o se suponía que debíamos hacerlo», como objetos ajenos a nosotros. En cualquier caso, necesitamos limpiar los cristales de nuestras ventanas para que las cosas que alcanzamos a ver queden libres de la monotonía del empañado cotidiano o familiar; y de nuestro afán de posesión.

…Los cuentos de hadas, naturalmente, no son el único medio de renovación o de profilaxis contra el extravío. Basta con la humildad. Y para ellos en especial, para los humildes, está Mooreeffoc, es decir la Fantasía de Chesterton. Mooreeffoc es una palabra imaginada, aunque se la pueda ver escrita en todas las ciudades de este país. Se trata del rótulo «Coffee-room», pero visto en una puerta de cristal y desde el interior, como Dickens lo viera un oscuro día londinense. Chesterton lo usó para destacar la originalidad de las cosas cotidianas cuando se nos ocurre contemplarlas desde un punto de vista diferente del habitual. La mayoría estaría de acuerdo en que este tipo de fantasía es ya suficiente; y en que siempre abundarán materiales que la nutran. Pero sólo tiene, creo yo, un poder limitado, por cuanto su única virtud es la de renovar la frescura de nuestra visión.

La palabra Mooreeffoc puede hacernos comprender de repente que Inglaterra es un país harto extraño, perdido en cualquier remota edad apenas contemplada por la historia o bien en un futuro oscuro que sólo con la máquina del tiempo podemos alcanzar; puede hacernos ver la sorprendente rareza e interés de sus gentes, y sus costumbres y hábitos alimentarios. Pero no puede lograr más que eso: actuar como un telescopio del tiempo enfocado sobre un solo punto. La fantasía creativa, por cuanto trata de forma fundamental de hacer algo más -de recrear algo nuevo-, es capaz de abrir nuestras arcas y dejar volar como a pájaros enjaulados los objetos allí encerrados. Las gemas todas se tornarán en flores o llamas, y será un aviso de que todo lo que poseían (o conocían) era peligroso y fuerte, y que no estará en realidad verdaderamente encadenado, sino libre e indómito; sólo de ustedes en cuanto que era ustedes mismos.

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Nos hemos convertido en cyborgs. El tercer milenio, tan propicio para declaraciones atrevidas, nos sorprendió ya enredados en cables y con los dedos entregados a la ansiedad del control remoto más que el viejo habito de hurgarse la nariz. La dependencia a toda clase de extensiones, prótesis y muletas tecnológicas, el perverso sometimiento al que nos tienen condenados nuestras creaciones, todos los dispositivos y artilugios diseñados para aumentar nuestras capacidades y disminuir el esfuerzo, es una dependencia añeja pero a últimas fechas imparable, que comenzó cuando el primer homo habilis afiló una piedra para partirle el cráneo a sus semejantes con mayor facilidad.

 Según la caracterización de M.E. Clynes y N.S. Kline, que data de la década de los sesenta, un cyborg es aquel organismo cuya vida sería inconcebible sin la tecnología, todo ser humano que no podría sobrevivir sin asistencia mecánica. En aquel entonces cuando el par de científicos creó el concepto y delineó las condiciones que marcarían nuestro salto a la condición híbrida, prosperaba el jipismo, desde todos los rincones se escuchaban llamados hacia una vuelta a la naturaleza y a lo rustico y quizás esa atmósfera bucólica y libertaria, envuelta en nubes de humo alucinógeno, empañó la percepción de que en realidad ya nadie puede pasar un fin de semana en el campo sin acudir a toda suerte de aparatos sofisticados.

 “Un dios con prótesis” así definió Freud al hombre en El malestar de la cultura. Gracias a las continuaciones artificiales del cuerpo pudimos dejar de mecernos para toda la eternidad en las ramas de los árboles y convertirnos en aquellos dioses magníficos que pisaron la luna: el problema es que una vez que nos vemos despojados de ese arropamiento, de esa coraza metálica, como expulsados de un nuevo paraíso, caemos en un estado de auténtica desnudez ontológica. La grandeza de un animal que cifra buena parte de su bienestar en la corriente eléctrica no puede ser sino la de un animal vulnerable y limitado.

 Quizás por que asociamos la figura del cyborg con cables que se conectan a la nuca, con sondas que descargan los fluidos corporales, con micro chips intercambiables en la glándula pineal, todavía no nos reconocemos en nuestra nueva condición híbrida, mitad orgánica, y mitad sintética. Más allá de los ejemplos concretos de individuos que solo pueden subsistir gracias a la cibernética. Si interpretamos la definición original de cyborg con suficiente laxitud, en verdad son muy pocos los que a estas alturas podrían sobrevivir sin la tecnología… y quien esté libre de culpa que arroje el primer teléfono celular.

 Los coches son en realidad prótesis a las que el cuerpo debe adaptarse, como el manco a su brazo mecánico, y el siglo XX no fue más que un largo aprendizaje para hacer cada vez más perfecto el acoplamiento. Todo aquel que confunde la palanca de velocidades con una especie de cetro, que no puede vivir sin la adrenalina de pisar el acelerador, es para todos los efectos un cyborg, un centauro con ruedas, un organismo contaminante que ha extendido los limites de su cuerpo hasta el cromo de su defensa delantera.

 En calidad de automovilista uno se da cuenta de que para manejar un coche es necesario que nuestra conciencia se abra. Esta manera de plantear el asunto resulta un poco chocante, pero, ¿de que otra manera podríamos medir la distancia en medio flujo vehicular sin estamparnos todos los días? ¿Cómo podríamos alcanzar el milagro de estacionarnos en un pequeño lugar en la calle si no es gracias a que la carrocería se ha vuelto parte de nosotros?

 La in-corporación de la tecnología a nuestra vida es menos metafórica de lo que aún estamos dispuestos a aceptar. Aunque no lo asimilemos del todo, la capacidad de extender los sentidos mas allá de los limites del propio cuerpo es una manera enrevesada de decir que nuestro cuerpo no esta delimitado por nuestra piel. El cuerpo del hombre es cada vez más proteico y cambiante. La plasticidad del cerebro, su morfología plegable y telescópica, ha hecho que se desdibujen las fronteras entra naturaleza y artificio.

 Aunque para mucha gente es ya imposible sostenerse de pie sin ninguna de estas prótesis, todavía perdura cierto temor a dar el salto hacia la total hibridación; una especie de resistencia atávica que hace que todavía seamos torpes en la anexión definitiva de lo mecánico en nuestro cuerpo físico. Como tiesos muñecos de hojalata, todavía es muy difícil dar un paso sin enredarnos en la tecnología, sin quedar atrapados en su absurda lógica binaria. Hasta que no nos veamos al espejo como lo que somos: cyborgs de cuerpos escalables, estructuras de carne con ranuras, piezas de un ensamblaje con lo que vendrá, no dejaremos de combatir a las maquinas, de sentir hostilidad y reticencia frente a sus aportes y su gélido sarcasmo. Solo entonces parafraseando a Gómez de la Serna, dejaremos de ser las victimas de la astuta sublevación de los objetos inanimados.

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José Gordon

Tal parece que pronto tendremos nuevos capítulos de la película Blade Runner. Una compañía productora llamada Alcon Entertainment adquirió recientemente los derechos para crear secuelas y antecedentes narrativos de la cinta de 1982 dirigida por Ridley Scott Basada en la novela de Philip K Dick titulada ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Blade Runner planteó un escenario de ciencia ficción: el momento en que la inteligencia artificial podría crear androides, robots o replicantes indistinguibles del ser humano. ¿Pueden soñar esos androides? ¿Pueden sentir la gama de emociones que nosotros sentimos?

La película de Scott hace que los robots que parecen de carne y hueso pasen la prueba de la escala de la memoria y la pasión. Uno de los instantes entrañables de Blade Runner se da cuando un replicante, abatido por la pérdida de su compañera, recuenta pasajes significativos de su vida y concluye: «Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia es hora de morir». Cualquiera de nosotros podría suscribir estas palabras.

Lo cierto es que tal parece que se siguen abriendo, ya no en el cine sino en la vida real, las secuelas de nuestra exploración de un mundo en el que se intenta que los robots tengan algo de seres humanos y que nosotros también aprovechemos las posibilidades de las máquinas y de la tecnología dentro de nuestros organismos. Esto último plantea la creación de cyborgs. El término fue acuñado en 1960 por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline para referirse a un ser humano «high-tech» capaz de sobrevivir en entornos que podrían no ser favorables.

De hecho, ya tenemos entre nuestros amigos a algunos cyborgs con dispositivos no orgánicos: los marcapasos regulan el funcionamiento del corazón y los implantes cocleares ayudan a superar la pérdida del oído. Sin embargo, lo que viene está a la altura de una gran novela futurista.

Los capítulos iniciales se dieron en 1998. El protagonista es Kevin Warwick, un científico experto en cómputo y profesor de cibernética en la Universidad de Reading en Inglaterra Su razonamiento fue sencillo: si las computadoras son más veloces y tienen mucho más memoria que la nuestra, ¿por qué no utilizarlas para mejorar nuestra inteligencia e interacción con el entorno?

Warwick decidió hacer los primeros experimentos básicos consigo mismo. Mediante una cirugía se implantó un microelectrodo en el antebrazo izquierdo. Así, mediante radiofrecuencias, por donde Warwick pasaba, se abrían las puertas y se encendían las luces de su oficina como si él fuera una especie de control remoto. Después de diez días Warwick se quitó el implante.

En 2002, insertó un dispositivo más avanzado en su sistema nervioso. Esto le permitió comunicarse directamente con la computadora. La red de electrodos podía detectar las señales del cerebro y transmitirlas al exterior. Por decirlo así, Warwick mismo se volvió un «ratón» inalámbrico. Esto le permitió incluso mover un brazo robótico con tan sólo el pensamiento (Hay que imaginar las posibilidades que se abrirán para los minusválidos).

 Uno de los experimentos más interesantes de Warwick plantea la posibilidad de comunicación «telepática». Mediante el implante de una serie de electrodos en el brazo de su esposa, pudo entablar contacto directo. Cuando ella movía la mano, las señales eran recogidas por el implante en el cerebro de Warwick. Con una serie de impulsos simples se podían «hablar» en Morse. Después de unos días se quitaron los implantes sin ninguna secuela colateral.

El llamado Capitán Ciborg está convencido de que en un día no muy lejano los microchips acoplados a nuestro cuerpo serán de uso común. De acuerdo con Warwick, podremos percibir ultrasonidos o implantar memorias para descargar directamente los datos de un idioma o de una biblioteca. Tal vez una de esas memorias sea la de un replicante que nos habla con intensidad humana en la película Blade Runner.

 El cuaderno verde, Pepegordon/ gmail.com

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H. P. Lovecraft (Providence, USA, 20 de agosto de 1890 – 15 de marzo de 1937) fue un escritor estadounidense autor de novelas y relatos de terror y ciencia ficción. Detrás del apocalíptico autor se escondía un personaje tímido, inseguro e irremediablemente adolescente  al que le gustaban mucho los helados y vivió en la pobreza.
Sus escritos han influido a diversos creadores contemporáneos, particularmente los autores de ficción a lo largo y ancho del mundo, y podemos encontrar elementos lovecraftianos en novelas, películas, música, videojuegos, cómics y dibujos animados. Muchos escritores modernos han citado a Lovecraft como una de sus más importantes influencias.
Se lo considera un gran innovador del cuento de terror, al que aportó una mitología propia (los mitos de Cthulhu), desarrollada en colaboración con otros autores y aún vigente. Su obra constituye un clásico del terror cósmico materialista, una corriente que se aparta de la temática tradicional del terror sobrenatural (satanismo, fantasmas), incorporando elementos de ciencia ficción (razas alienígenas, viajes en el tiempo, existencia de otras dimensiones). Cultivó también la poesía, el ensayo y la literatura epistolar.
Hijo único de un representante de ventas dedicado a la plata y joyería y una descendiente de los primeros colonizadores, quienes formaron un matrimonio marcado por un frágil equilibrio emocional. De pequeño le gustaba frecuentar parajes extraños y apartados para poder dar rienda suelta a su desbordante imaginación, donde recreaba situaciones históricas, se ensimismaba en la observación, la escucha de las hadas del bosque, o imaginar lo que podría existir en el espacio exterior. Quizás una de las razones por las que le gustaba tanto evadirse era por la estricta atadura a la que lo sometía su madre llena de problemas psicológicos, diciéndole que él no debía jugar con niños de menor categoría, o insistiendo en que era feo y que nunca llegaría a triunfar.
Cuando Lovecraft tenía tres años, su padre sufrió una crisis nerviosa en la habitación de un hotel de Chicago y le ingresaron en el Butler Hospital, centro psiquiátrico de Providence y fue incapacitado legalmente debido a una serie de trastornos de índole neurológica. A partir de ese momento y durante los siguientes cinco años ingresó en varias ocasiones en este hospital donde murió el 19 de julio de 1898. Con la muerte del padre la educación del niño recayó sobre su madre, sus dos tías y en especial en su abuelo materno, un importante empresario llamado Whipple Van Buren Phillips. Todos residían en la casa familiar.
Lovecraft fue un niño prodigio: recitaba poesía a los dos años, leía a los tres y empezó a escribir a los seis o siete años de edad. Uno de los géneros que más le apasionó en su infancia fue el de las novelas policíacas, llevándolo incluso a formar la «Agencia de detectives de Providence» a la edad de 13 años. A los quince creó su primera obra, La bestia en la cueva, imitación de los cuentos de horror góticos. A los 16 escribía una columna de astronomía para el «Providence Tribune».
Su abuelo lo alentaba a la lectura, y siendo ésta una de sus aficiones favoritas, no tardó en interesarse en la inmensa biblioteca de su abuelo. En ella descubrió (con un ejemplar de La Ilíada para niños entre las manos) el paganismo grecolatino y Las mil y una noches, a una edad muy temprana (a los cinco años) se declaró ateo, convicción que mantuvo hasta su muerte. Esto ayudó a que su imaginación se desarrollase rápidamente en comparación con el resto de los niños de su edad, produciéndole una falta de adaptación con sus compañeros.
Debido a su salud enfermiza no asistió al colegio hasta los ocho años y tuvo que dejarlo después de un año. Durante su ausentismo escolar leía con voracidad, así  adquirió conocimientos de química y astronomía llegando incluso a escribir en algunas revistas científicas. Publicó varias revistas de circulación limitada, comenzando en 1899 con La Gaceta Científica. Cuatro años después, regresó a la escuela pública donde cursó dos años y medio en la educación secundaria, hasta que abandonó definitivamente los estudios.
En 1904, fallece su abuelo materno afectando sobremanera al joven Lovecraft, de 14 años de edad. La mala gestión de las propiedades y del dinero familiar dejó a su familia  en crisis y malas condiciones económicas. Aunque su mentalidad respondía a un racionalismo empirista, a Lovecraft le atraía la literatura imaginativa, seguramente influido por su escepticismo, encerrado en el pesimismo de la soledad y considerando que «el pensamiento humano es el espectáculo más divertido y más desalentador de la Tierra».

Lovecraft escribió algunos relatos de ficción, pero desde 1908 hasta 1913 principalmente poesía, mientras vivía como un ermitaño y tenía apenas contacto con el mundo exterior a excepción de su madre. Esta situación cambió al año siguiente al recibir una invitación para publicar en revistas sus poemas y ensayos. En 1917, a petición de algunos amigos, volvió a la ficción con historias mucho más pulidas, como La tumba y Dagon.
A diferencia de los mínimos efectos que produjo en el niño Lovecraft la muerte de su padre, en mayo de 1921 cuando contaba con 31 años de edad tuvo lugar la muerte de su madre sobreprotectora que le supuso una fuerte conmoción. Muchos críticos consideran a su madre la causante de todos los comportamientos peculiares y un tanto extravagantes que Lovecraft mostró durante su existencia.
La muerte de su madre y la pérdida de la riqueza familiar en 1921, le llevaron a abandonar la idea de llevar una vida dedicada a la escritura, obligándolo a trabajar en pequeños encargos, que en la mayoría de las situaciones consistirían en retocar escritos de otros autores, menos dotados para la escritura que él. Gracias a este tipo de trabajos conoció a muchos de los que después formarían el llamado «Círculo de Lovecraft». Para estos escritores y «amigos», Lovecraft presentaba una gran diferencia entre su personalidad a través de las cartas, frente a su forma de ser en persona.
Unas semanas después de la muerte de su madre, Lovecraft acudió a una convención de periodistas aficionados en Boston, donde conoció a Sonia Greene. Nacida en 1883, tenía ancestros judíos procedentes de Ucrania y era siete años mayor que Lovecraft. Se casaron en 1924, y se mudaron a Brooklyn, en la ciudad de Nueva York. Pronto la pareja tuvo problemas económicos y de compatibilidad social y laboral, sobrevino la separación amigable.

De vuelta a Providence se ve superado por la sensación de fracaso que lo rodea, abandonándose a la soledad y la frustración. En esta época disfruta de paseos nocturnos, que repercuten en su hundimiento personal, y crean una esfera invisible de miedos que nunca le permitirán recuperarse, aunque de forma paralela, contribuyen a su máximo esplendor literario. En estos fructíferos años escribe la gran mayoría de sus obras más conocidas, como La llamada de Cthulhu en 1926, En las montañas de la locura en 1931 o El caso de Charles Dexter Ward, principalmente publicadas en la revista Weird Tales.
En sus últimos años, su naturaleza enfermiza y la desnutrición fueron minando su salud. A finales de febrero de 1937, cuando contaba con cuarenta y seis años, ingresó en el hospital Jane Brown Memorial, de Providence. Allí murió a primeras horas de la mañana del 15 de marzo de 1937 de cáncer intestinal. Fue enterrado en el panteón familiar, sus admiradores escribieron en su lápida una frase de  La llamada de Cthulhu:
«That is not dead which can eternal lie,
And with strange aeons even death may die.»
«No está muerto lo que puede yacer eternamente,
y con extraños eones incluso la muerte puede morir.».
Las pesadillas que sufría Lovecraft le sirvieron de inspiración directa para su trabajo, y quizás una visión directa de su inconsciente y su simbolismo explica su continuo revuelo y popularidad. Todos estos intereses le llevaron a apreciar de manera especial el trabajo de Edgar Allan Poe, quien influyó fuertemente en sus primeras historias, de atmósfera macabra y ocultos miedos que acechan en la oscuridad. El descubrimiento de Lovecraft de las historias de Edward Plunkett, Lord Dunsany, llevó su literatura a un nuevo nivel, resultando en una serie de fantasías que tomaban lugar en la tierra de los sueños. Fue probablemente la influencia de Arthur Machen, con sus bien construidos cuentos sobre la supervivencia del antiguo mal y de sus creencias místicas en misterios ocultos que yacían detrás de la realidad que finalmente ayudaron a inspirar a Lovecraft a encontrarse a sí mismo a partir de 1923.
Otra inspiración provino de una fuente insospechada: los avances científicos en áreas como la biología, astronomía, geología y física, que reducían al ser humano a algo insignificante, impotente y condenado en un universo mecánico y materialista, un pequeñísimo punto en la vastedad infinita del cosmos. Estas ideas contribuyeron de forma decisiva a un movimiento llamado cosmiquismo, y que le dieron a Lovecraft razones de peso para su ateísmo.
Su prosa es anticuada, y frecuentemente usaba vocabulario arcaico u ortografía en desuso, así como adjetivos de extraño uso (gibosa, ciclópeo, atávico) e intentos de transcribir dialectos, que han sido calificados de imprecisos. Su trabajo, al ser Lovecraft un anglófilo, está plasmado de un inglés británico utilizando comúnmente escritura anacrónica.
Lovecraft fue un prolífico escritor de cartas. Durante su vida escribió miles de ellas, aunque no se conoce el número exacto. Una estimación de 100.000 parece ser acertada, como apunta L. Sprague de Camp. En algunas ocasiones las fechaba 200 años antes de la fecha en que habían sido escritas, lo que las databa en la época colonial americana.
En La llamada de Cthulhu, de 1926, Lovecraft escribió:
«No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas.»
Los protagonistas de las historias de Lovecraft siempre son conducidos a la «unión de esos disociados conocimientos», y también así comienzan muchas de sus historias. Cuando tal cosa ocurre, la mente del protagonista o investigador, por lo normal, queda destruida por la abismal enormidad de lo descubierto, al ser incapaz de asimilar semejante conocimiento. Aquellos que se cruzan con manifestaciones «vivas» de lo incomprensible, se vuelven locos.
A menudo, en las historias de Lovecraft, el protagonista es incapaz de controlar sus propias acciones, o encuentra imposible cambiar el curso de los acontecimientos. Con la misma inevitabilidad que el destino del ancestro, huir o suicidarse no proporciona la completa seguridad de escapar (El ser en el umbral, El intruso, El caso de Charles Dexter Ward, etc.) En algunos casos, este destino se manifiesta para toda la humanidad, y no existe escape posible (La sombra del tiempo). En relatos como Los sueños en la Casa de la Bruja, la poética de Lovecraft apunta a la imposibilidad de triunfo de los saberes popular y científico (las leyendas y la ciencia) frente al horror de lo desconocido.

Lovecraft juega a menudo con la idea de la civilización que lucha penosamente contra elementos bárbaros y primitivos. En algunas historias esta lucha es a nivel individual; la mayoría de sus protagonistas poseen una cultura y unos estudios elevados, pero se ven gradualmente corrompidos por una influencia maligna. Un componente común y dramático en el trabajo de Lovecraft es asociar la virtud, el intelecto, una clase elevada, civilización, y racionalidad a la etnia anglosajona blanca, que a menudo contrapuso con el corrupto, intelectualmente inferior, incivilizado e irracional, que asoció con gente de clase baja, racialmente impura, y/o no de raza europea, de piel oscura, que frecuentemente eran los villanos en sus historias. Hay pues un fuerte componente racista que subsiste en la explicación paranoica del autor y de toda la civilización y cultura norteamericana a los peligros que vienen de fuera.
Hasta cierto punto, las ideas de Lovecraft referentes a la raza reflejaban actitudes comunes en esa época, y particularmente las leyes de segregación racial se hacían cumplir en la mayor parte del territorio estadounidense, y muchos estados promulgaban leyes eugenésicas y prohibiciones en contra del mestizaje, que también eran comunes en áreas no católicas en Europa. Inclusive en la década de los años treinta en todo el mundo hubo un ascenso de los partidos ultraderechistas: el fascismo italiano, el nazismo alemán, el franquismo español, el militarismo japonés, y América latina tuvo  sus imitadores como el peronismo argentino y el callismo mexicano, etc.
El racismo de Lovecraft ha sido un foco continuado de interés académico e interpretativo. S. T. Joshi, uno de los primeros eruditos en Lovecraft, observa que «no hay ninguna negación del racismo en Lovecraft, ni puede ser interpretada simplemente como «típico de su época», ya que parece que Lovecraft expresó sus opiniones más pronunciadamente (aunque generalmente no para su publicación) que muchos otros contemporáneos. Es también absurdo negar que el racismo entra en su ficción», en su libro «H.P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida». El destacado escritor francés Michel Houellebecq defiende que «el odio racial» proporcionaba la fuerza y la inspiración emocional para muchas de las mejores obras de Lovecraft.
Las mujeres en la obra de Lovecraft escasean, y no son compasivas, comprensivas ni amables. Los pocos personajes femeninos en sus historias, – como Asenath White (si bien de hecho era un perverso hechicero que se había apoderado del cuerpo de una inocente chica) en El ser en el umbral y Lavinia Whateley en El horror de Dunwich – son, de forma invariable, sirvientas de las fuerzas del mal. El romance se encuentra casi ausente de sus historias; cuando aparece el amor, es normalmente de forma platónica (El árbol, Cenizas). Sus personajes viven en un mundo donde la sexualidad tiene connotaciones negativas – si es reproductiva, suele dar nacimientos de seres sub-humanos El horror de Dunwich -. En este contexto, puede ser de ayuda prestar atención a la escala del horror de Lovecraft, que es frecuentemente descrito por «horror cósmico». Operando a escalas cósmicas, tal y como operan estas historias, asignan a la humanidad un rol insignificante, por lo que no es a la sexualidad femenina a lo que estos relatos niegan su rol positivo y vital, es a la sexualidad humana en general.
Además, Lovecraft sostiene en una carta privada (enviada a una de sus muchas amigas intelectuales) que la discriminación en contra de la mujer es una superstición oriental, de la cual los arios deberían liberarse. Dejando el racismo aparte, la carta parece excluir una misoginia consciente, como de hecho parece estar descartada de su vida privada.

Al llegar el siglo XX, la dependencia y confianza del ser humano respecto a la ciencia fue aumentando significativamente, abriendo nuevos mundos y proporcionando herramientas mediante las cuales se puede comprender mucho mejor el mundo en el que se vive. Lovecraft aprovechaba huecos, lagunas en el conocimiento del universo y las convertía en tenebrosas ciénagas del horror. En una carta de 1923, Lovecraft define la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein como un lanzamiento del mundo al caos y haciendo del cosmos una broma. En otra carta, escrita en 1929 especula con la comodidad que proporciona la ciencia y el riesgo que supondría que se colapsara. Es más, en una época donde el ser humano veía la ciencia como algo tremendamente poderoso e ilimitado, Lovecraft se dio cuenta de su potencial alternativo y sus tenebrosos resultados para escribir su creación literaria.

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La palabra ficción, para muchas personas en México, equivale a ciencia ficción. Y este término, que para otros tantos designa cualquier tipo de narración con tema fantástico, las reduce todas a la misma estatura nimia: Borges y Calvino al lado de Han Solo y Harry Potter. Esta confusión es la primera dificultad a la hora de examinar la tradición – disjunta y despreciada – de lo fantástico mexicano.

Por otra parte, si bien su panorama es extraño y su suerte casi siempre adversa en nuestras historias literarias, su rareza puede, en verdad, describirse por medio de esta paradoja: como muchos otros movimientos, subgéneros y escuelas, existe desde antes de tener nombre, de que se le definiera y se escribiera su programa.

En efecto, la línea de novelas y cuentos que pueden llamarse propiamente fantásticos: que reaccionan consciente y dedicadamente contra la “realidad” objetiva y sus definiciones de los siglos XVIII y XIX, comienza a fines de este último, con las imaginaciones de Pedro Castera, Eduardo Urzáiz y otros que reciben igual influencia de los románticos, de Poe y de Verne, de Comte y los ocultistas del fin de siécle.

Ahora, sin embargo, nuestra comprensión de esa rebeldía y sus posibilidades nos permite verla –aunque a veces con más belleza que verdad – en textos desde el Popol Vuh hasta el Primero sueño. Al actuar así podemos imaginar una raigambre virtual de lo fantástico: si no verdadera, en todo caso interesante porque deja ver cuántos consagrados (y no tanto) han escrito siquiera una vez sin pensar en los cartabones del realismo “realmente existente”.

No sólo Sor Juana, Efrén Rebolledo o el oscuro Manuel Antonio de Rivas: El dedo de oro de Guillermo Sheridan es una novela de anticipación, como Cristóbal nonato de Carlos Fuentes; Hugo Hiriart, Juan José Arreola y Salvador Elizondo tienen la imaginación en el centro de sus obras mayores; Pedro Páramo de Juan Rulfo tiene muertos que hablan y fantasmas entre sus personajes. Tal vez lo fantástico no esté, como se creía, en el margen del canon nacional, reducido a anomalía o a error.

Por otro lado, se le sigue percibiendo allí, y por tanto se le desprecia (llamar “fantástica” la obra de un escritor sigue siendo, para algunos, el modo inapelable de negarle todo merecimiento), lo que debería ser un ejemplo notable para los estudiosos de la recepción literaria. Las razones son, sobre todo, políticas: varias veces en nuestra historia –y en especial luego de la Revolución Mexicana, durante los años de dominio absoluto del régimen priísta se ha procurado subordinar a las artes a la promoción ideológica, para reforzar una idea de nación conveniente a la facción en el poder; semejantes prescripciones, desde luego, condenan toda desviación por transgresora o por inútil. No se debe contar “cosas que no puedan ser”, emplear arquetipos o figuras exóticas ni cuestionar la primacía del acuerdo con el mundo “verdadero” como valor literario; mucho menos, proponer en cambio la reflexión sobre las propias definiciones de lo real. Toda obra será juzgada, aun a despecho de sus méritos estéticos, de acuerdo con qué tanto de su contenido sea “correcto”.

Basta examinar cómo Los días enmascarados de Fuentes (1954) tuvo la fortuna de insertarse en el canon y hasta ser estudiado como “fundador” de la literatura fantástica contemporánea en el país porque sus personajes extraordinarios son iconos nacionales, mientras La noche de Francisco Tario (1943), un volumen al menos de la misma calidad que el de Fuentes pero sin interés por el “color local”, pasó inadvertido por muchas décadas.

Lo mismo ha ocurrido con muchos otros textos, desde El donador de almas de Amado Nervo (1899) hasta Lady Clic de Ricardo Bernal (2000). Se podría argumentar que ninguno logra lo que sí consiguen los grandes autores realistas en sus obras mayores: articular –incluso en clave simbólica, como Fuentes se propuso hacerlo en Terra nostra– cuestiones fundamentales de nuestra propia cultura. Pero, creo, jamás hemos dado realmente oportunidad a lo fantástico.

Nos falta nuestro Carroll: el creador de un mito a la vez personalísimo y válido para muchos, porque aun él creció en el seno de una tradición de apertura que nuestro país no ha tenido nunca, pues sus orígenes están en la fusión violenta de dos culturas autoritarias y en un tiempo en el que una, la española, perseguía a sus poblaciones musulmana y judía, negaba sus herencias, destruía irreparablemente una parte de su herencia cultural y saboteaba siglos de su propio desarrollo.

En años recientes se ha visto la aparición y el reconocimiento de una nueva hornada de escritores ajenos al nacionalismo de sus predecesores, y en la que muchos se acercan a lo fantástico, como Adriana Díaz Enciso (La sed, 2001), Mario González Suárez (Marcianos leninistas, 2002), Fernando de León (Cárceles de invención, 2003), Verónica Murguía (Auliya, 1997; El ángel de Nicolás, 2003), Pablo Soler Frost (Birmania, 1999), José Luis Zárate (La ruta del hielo y la sal, 1998) o Gonzalo Lizardo (Jaque perpetuo, 2005). No es sólo el desmoronamiento del sistema político mexicano: ahora que damos alegremente a los medios masivos la tarea de educarnos, el ascenso de este nuevo poder fáctico ha vuelto redundante a la literatura como vehículo.

Sin embargo, la literatura local se subordina cada vez más a las empresas globales, que sólo difunden lo que cabe en los subgéneros establecidos en el “primer mundo”. Como lo fantástico ha sido copado y acotado así –al igual que el thriller y los libros de superación personal–, y como la mayor facilidad para publicar en nuestro país no ha traído consigo una recepción crítica menos prejuiciosa, el panorama es desalentador. Lo fantástico podría terminar aquí, definitivamente, limitado a un par de vertientes de “éxito”, con la diferencia de que en México no hay una industria como la de otros países, ni colecciones especializadas, ni una demanda que no se satisfaga con traducciones.

Leyendo a Emiliano González (Los sueños de la Bella Durmiente, 1978); a Lorenzo León (Miedo genital, 1991); a Amparo Dávila (Tiempo destrozado, 1959), sólo puedo pensar que esa posibilidad nos privaría de numerosas alternativas, riquísimas, para comprendernos.

 

 

Alberto Chimal maestría en letras por la UNAM, pertenece al Sistema Nacional de Creadores, ha publicado una veintena de libros, el último Grey (2006) en ediciones ERA.

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A Jesús Ramírez y Tery Ortiz

Uno de mis grandes gustos desde adolescente fue la ciencia ficción (o chencha pichón o sainzfiction o ficción científica, como indicó Borges que debía decirse, o CF o cf, como abrevian los adictos como yo comprendo). Primero, a los 13 años, me fumé Las crónicas marcianas, de Ray Bradbury, que tuvo un éxito instantáneo desde que se publicó en 1950. El libro muestra cómo los seres humanos llegan a colonizar Marte y corrompen la civilización que ahí había; los cuentos me fascinaron, como a muchos, por poéticos, imaginativos y humanísimos, así que me seguí con El hombre ilustrado, El vino del estío y Las doradas manzanas del sol, pero ninguno me pareció tan picudo como Las crónicas, una verdadera obra maestra.

Después me deslumbró Theodore Sturgeon, que en realidad se llamó Edward Hamilton Waldo, con Más que humano y Los cristales soñadores, novelas inquietantes, igualmente poéticas y mucho más dark. Este buen hombre fue pionero de los temas de ciencia ficción ligados al sexo y al erotismo, como en Venus más X y La violación cósmica, narraciones pobladas por amantes sufridores, hermafroditas y gays. Sus libros son muy bellos quizá porque tienen una intensidad soterrada que sugiere cosas terribles.

Olaf Stapledon fue un gran acontecimiento para mí. Me lo recomendó Gustavo Sainz en 1965. El hacedor de estrellas, uno de mis libros más admirados de todos los tiempos, colinda con el ensayo y la forma novelística es caprichosa. Fue escrito en 1937 y estableció una buena parte de los grandes temas de la ciencia ficción: viajes espaciales, colonización de planetas, guerras de las estrellas, imperios galácticos, formas inteligentes insospechadas, además de teleportación y telepatía. En la parte final las estrellas destruyen a varios planetas que se atrevieron a desviarlas de su curso natural, una auténtica y maravillosa danza cósmica, para que los llevaran a otras y lejanísimas regiones del espacio. Como el título indica, es una búsqueda de Dios, the one and only starmaker.

Por otra parte, en Los últimos y los primeros hombres, Stapledon narra la evolución a partir del primer ser humano, el de los años treinta del siglo pasado, hasta el hombre décimo octavo, un altísimo ser espiritual, plenamente realizado, que narra la novela. Por su parte, Sirio no tiene medida. Trata de un perro cuyo cerebro es desarrollado hasta permitirle plena conciencia, inteligencia, lenguaje y otras capacidades humanas. Por cierto, otro novelón de ciencia ficción sobre perros es Ciudad, de Clifford D. Simak.

Isaac Asimov es muy irregular y para mí lo mejor está en Yo, robot, novela a partir de cuentos que muestra a los robots, desde su forma más primitiva hasta sofisticadísimos androides. Me impresionó especialmente el cuento que se sitúa en Mercurio con sus calores asesinos, porque nunca había leído una aproximación tan plausible de la realidad del planeta más cercano al sol. Me chuté también toda la serie de Fundación, que en general me gustó mucho, sobre todo el primer volumen, aunque abundan los errores literarios fácilmente corregibles. Sin embargo, hay historias y personajes sensacionales, como el Mulo.

Otro de mis favoritazos es Fredric Brown, especialmente en Universo de locos, sobre mundos paralelos, y los cuentos de Angeles y naves espaciales. A la cabeza de mi hit parade también están Dunas, de Frank Herbert; Ciberiada, de Stanislaw Lem; El señor de la luz, de Roger Zelazny; El mundo del río, de Philip José Farmer; El juego de Ender, de Orson Scott Card; El soldado de la niebla, de Gene Wolfe; Limbo, de Bernard Wolfe; Tiempo de Cambios, de Robert Silverberg, y Neuromante, de William Gibson.

Pero los autores de ciencia ficción que más más más me gustan de todos todos todos son Philip K. Dick y Alfred Bester. De Dick ya he escrito mucho, aunque de cierto nunca lo suficiente, así que ahora haré un zoom in a Bester. Este gran maestro, nacido en Nueva York en 1913 y muerto en 1987, a mediados del siglo pasado publicaba en las entonces execradas (pero ahora prestigiadas) revistas pulp y se ganaba la vida escribiendo guiones de radio, de televisión y de cómics (entre éstos, nada menos que Superman, Batman, Nick Carter, Charlie Chan y La Sombra).

 

Por esa época, Bester escribió dos grandes obras literarias del siglo xx que a la vez son clásicos de la ciencia ficción: El hombre demolido, sensacional novela ganadora del primer premio Hugo que se otorgó en 1953, que es una historia inteligentísima, insuperable en el tema de la telepatía. El personaje, Ben Reich, es una creación de alta intensidad, un magnate poderoso y ambicioso en cuyas pesadillas lo acosa un hombre sin cara; Reich está dispuesto a arriesgar todo y a desafiar la ley con tal de eliminar a su gran competidor, D’Courtney, a causa de lo que a fin de cuentas resulta un malentendido. Reich arma problemas sin fin, porque es muy inteligente y cuenta con una gran fortuna; para evadir a los grandes telépatas se manda hacer una muralla con un jingle de rimas pegajosas que repite sin parar, como mantra, por lo que nadie puede penetrar en su mente. Sin embargo se le somete tras grandes dificultades y Reich acaba demolido; es decir, su mente es destruida pero él no pierde la conciencia: atestigua cómo su sique va siendo desintegrada; después queda en una especie de limbo y oscuridad hasta que renace en una versión humana corregida y mejorada. Por tanto, una idea lateral aquí es la de rehabilitar en verdad a los delincuentes, en especial si son muy dotados, para que sus capacidades se utilicen constructivamente.

¡Tigre! ¡Tigre! es la segunda novela genial de Bester, muy hermana de El hombre demolido. Se le conoce así en español ya que con ese título se publicó por primera vez en Inglaterra, en 1957; sin embargo, el nombre original, con el que se editó serialmente en la revista Galaxy, fue The stars my destination (Las estrellas, mi destino). Este nombre viene de una parodia de rima infantil que define al desatado protagonista de la novela: «Gully Foyle is my name / and Terra is my nation / deep space is my dwelling place I the stars my destination» («Yo me llamo Gully Foyle y la Tierra es mi nación, el espacio es donde habito y las estrellas, mi destino»). El título sin duda es apropiado, pero yo prefiero ¡Tigre! ¡Tigre!, pues viene de unos geniales versos de William Blake: «Tiger! Tiger! Burning bright / in the forest of the night / what immortal hand or eye / could frame thy fearful symmetry?’ (¡Tigre! ¡Tigre! Ardes brillante / en el bosque de la noche, / ¿qué ojo o mano inmortal / pudo enmarcar tu temible simetría?).

Esta novela es, a su manera, una paráfrasis de El conde de Montecristo. Ocurre en el siglo xxiv, cuando la teleportación, conocida como jaunteo, es un hecho común que ha revolucionado enteramente a la humanidad, y narra la historia de Gulliver Foyle, alias Fourmyle de Ceres, quien asciende desde lo más bajo de la sociedad hasta convertirse en un hombre clave de la historia. Era un mecánico de tercera clase que sobrevivió inconcebiblemente en el espacio durante 170 días, después de la destrucción de su nave, la Nomad.

En un momento otro vehículo espacial, Vorga, pasó junto a él, estuvo a punto de salvarlo y en el último momento inexplicablemente lo abandonó. Gully Foyle había sobrevivido gracias a una tenacidad feroz, pero con el combustible del odio y la venganza logra portentos. Este héroe-antihéroe asesina, viola y traiciona con tal de vengarse. Su pasión es frenética, delirante e impaciente: quiere todo ya y actúa al instante y a la máxima velocidad. La necesidad lo hace salir de un estado de casi estupidez («educación: ninguna; habilidades: ninguna; méritos: ninguno», decía su historial como mecánico de la Nomad) y logra generar numerosos recursos propios, estudiar, avivar la imaginación, la inventiva y, por supuesto, la inteligencia que se hallaban latentes. Gully después se refina y aprende a tener un control casi absoluto de si mismo.

Su gran diferencia con Edmundo Dantés es que el vengador de Marsella es un hombre honorable que la injusticia torna despiadado. Pero es decente. Gully Foyle en cambio es un patán, un tigre salvaje, que sin dejar de ser una lacra se desarrolla a un punto en que finalmente beneficia a todos, por lo que su condición de héroe universal le redime sus delitos. Su destino está subrayado por el Hombre de Fuego, orozquiana y alucinante réplica en llamas que aparece en momentos clave, un auténtico desdoblamiento que indica una simultaneidad de tiempos y anuncia al gran ser que hay en él.

¡Tigre! ¡Tigre! es una novela riquísima. Su historia ocurre en distintas partes del sistema solar y de la Tierra (entre ellas la ciudad de México, la cual es un hospital en su totalidad) y está poblada por grandes personajes: Robin, la telepata «de un solo sentido», que transmite su pensamiento pero no puede captar el de los demás; Jisbella, con quien Gully se evade de las cavernas de la prisión de Gouffre Montel, y Olivia Presteign, ultramillonaria, ciega y terrible.

También son formidables Dagenham, el investigador que no puede permanecer más de media hora con cualquiera porque está impregnado de radiación, y el magnate Presteign, cuyo lema es «pasión por la sangre y el dinero, sin piedad, sin perdón, sin hipocresía».

La novela proporciona diversión y emoción en grande, pero está escrita inspiradamente y con un despliegue impresionante de recursos narrativos. El estilo es directo y un tanto neutro, correcto, pero de ritmo febril y de intensidad que nunca disminuye. Desde el principio, después de un prólogo sucinto y contextualizador, hay un atmósfera de clímax que siempre se abre a matices deslumbrantes, por lo que nunca decae, sino que, aunque parezca increíble, asesta continuos golpes narrativos de una eficacia sorprendente y sube aún más. Por si fuera poco, como en El hombre demolido, recurre al sistema de Lewis Carroll y de Guillaume Apollinaire de jugar con la tipografía.

En todo caso, El hombre demolido y Las estrellas, mi destino no son sólo dos obras fundacionales de la ciencia ficción sino también dos de los más altos momentos de la literatura del siglo xx.

José Agustín (Guadalajara, 1944), escritor. Del libro La ventana indiscreta (2004), páginas 133-139.

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La última pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de 2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez), se bañó en luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:

Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las dimensiones de lo humano sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso -kilómetros y kilómetros de rostro- de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan general de circuitos y retransmisores que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.

Multivac se autoajustaba y autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera humano podía ajustarla y corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la eficacia suficiente. De manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante sólo en forma ligera y superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo cualquier otro hombre. La alimentaban con información, adaptaban las preguntas a sus necesidades y traducían las respuestas que proporcionaba. Por cierto, ellos, y todos los demás asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.

Durante décadas, Multivac ayudó a diseñar naves y a trazar las trayectorias que permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus; pero después de eso, los pobres recursos de la Tierra ya no fueron de utilidad a las naves. Se necesitaba demasiada energía para los viajes largos, y pese a que la Tierra explotaba su carbón y uranio con creciente eficacia, había una cantidad limitada de ambos.

Pero lentamente, Multivac aprendió lo suficiente como para responder a las preguntas más complejas en forma más profunda, y el 14 de mayo de 2061 lo que hasta ese momento era teoría se convirtió en realidad.

La energía del Sol fue almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el planeta. Cesó en todas partes el hábito de quemar carbón y fusionar uranio, toda la Tierra se conectó con una pequeña estación -de un kilómetro y medio de diámetro- que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna y funcionaba con rayos invisibles de energía solar.

Siete días de regocijo no alcanzaron a empañar la gloria del acontecimiento, y Adell y Lupov lograron finalmente escapar de la celebración pública, para refugiarse donde nadie pensaría en buscarlos: en las desiertas cámaras subterráneas, donde sobresalían partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, de forma ociosa, clasificando datos con clicks satisfechos y perezosos, Multivac también se había ganado sus vacaciones,  los asistentes la respetaban y no pensaron en perturbarla cuando la visitaron.  Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era relajarse y disfrutar de la bebida.

– Es asombroso, cuando uno lo piensa -dijo Adell. En su rostro ancho se veían huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio, observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior. – Toda la energía que podremos usar de ahora en adelante, es gratis. ¡Suficiente energía, si quisiéramos emplearla!, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una enorme gota de hierro líquido impuro, y no echar de menos la energía empleada. ¡Vaya! Toda la energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre -.

Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que llevar el hielo y los vasos.

– No para siempre -dijo.

– Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.

– Entonces no es para siempre.

– Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal vez. ¿Estás satisfecho?

Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida.

– Veinte mil millones de años no es ‘para siempre’.

– Bien, pero superará nuestra época ¿verdad?

– También la superarán el carbón y el uranio.

– De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada nave espacial individualmente con la Estación Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con carbón y uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.

– No necesito preguntarle a Multivac. Lo sé. – Entonces deja de quitarle méritos a lo que Multivac ha hecho por nosotros -dijo Adell, malhumorado-. Se portó muy bien.

– ¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente. Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ¿y luego? -Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro. – Y no me digas que nos conectaremos con otro Sol.

Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.

De pronto Lupov abrió los ojos.

– Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?

– No estoy pensando nada.

– Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ése es tu problema. Eres como ese tipo del cuento a quien lo sorprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.

– Entiendo -dijo Adell-, no grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán muerto también.

– Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la explosión cósmica original, fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan. Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien millones de años. El Sol durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas durarán cien mil millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.

– Sé todo lo que hay que saber sobre la entropía -dijo Adell, tocado en su amor propio. – ¡Qué vas a saber!

– Sé tanto como tú.

– Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.

– Muy bien. ¿Quién dice que no?

– Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos, para siempre. Dijiste ‘para siempre’.

Esa vez le tocó a Adell oponerse.

– Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.

– Nunca.

– ¿Por qué no? Algún día.

– Nunca.

– Pregúntale a Multivac.

– Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es posible.

Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente sobrio como para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la pregunta que, en palabras, podría haber correspondido a esto: ¿Podrá la humanidad algún día, sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su juventud aún después que haya muerto de viejo?

O tal vez podría reducirse a una pregunta más simple, como ésta: ¿Cómo puede disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía del universo? Multivac enmudeció. Los lentos resplandores oscuros cesaron, los clicks distantes de los transmisores terminaron. Entonces, mientras los asustados técnicos sentían que ya no podían contener más el aliento, el teletipo adjunto a la computadora cobró vida repentinamente. Aparecieron cinco palabras impresas: datos insuficientes para respuesta esclarecedora.

– No hay apuesta -murmuró Lupov. Salieron apresuradamente. A la mañana siguiente, los dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían olvidado el incidente.

Jerrodd, Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en el visiplato mientras completaban el pasaje por el hiperespacio en un lapso fuera de las dimensiones del tiempo. Inmediatamente, el uniforme de polvo de estrellas dio paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado.

– Es X-23 – dijo Jerrodd con confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con fuerza detrás de su espalda y los nudillos se pusieron blancos.

Las pequeñas Jerrodettes, niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el hiperespacio por primera vez en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron locamente alrededor de la madre, gritando:

– Hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado…

– Tranquilas, niñas -dijo rápidamente Jerrodine-. ¿Estás seguro, Jerrodd?

– ¿De qué hay que estar seguro? -preguntó Jerrodd, echando una mirada al tubo de metal justo debajo del techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y desaparecía a través de la pared en cada extremo. Tenía la misma longitud que la nave.

Jerrodd sabía poquísimo sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba

Microvac, que uno le hacía preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las hiciera, de todas maneras cumplía con su tarea de conducir la nave hacia un destino prefijado, de abastecerla de energía desde alguna de las diversas estaciones de Energía Subgaláctica y de computar las ecuaciones para los saltos hiperespaciales.

Jerrodd y su familia no tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir en los cómodos sectores residenciales de la nave. Cierta vez alguien le había dicho a Jerrodd, que el ‘ac’ al final de ‘Microvac’ quería decir ‘computadora análoga’ en inglés antiguo, pero estaba a punto de olvidar incluso eso.

Los ojos de Jerrodine estaban húmedos cuando miró el visiplato.

– No puedo evitarlo. Me siento extraña al salir de la Tierra.

– ¿Por qué, caramba? -preguntó Jerrodd-. No teníamos nada allí. En X-23 tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de personas en ese planeta. Por Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos mundos porque llegará el día en que X-23 estará superpoblado. -Luego agregó, después de una pausa reflexiva: – Te aseguro que es una suerte que las computadoras hayan desarrollado viajes interestelares, considerando el ritmo al que aumenta la raza.

– Lo sé, lo sé -respondió Jerrodine con tristeza.

Jerrodette Ie dijo de inmediato:

– Nuestra Microvac es la mejor Microvac del mundo.

– Eso creo yo también -repuso Jerrodd, desordenándole el pelo.

Era realmente una sensación muy agradable tener una Microvac propia y Jerrodd estaba contento de ser parte de su generación y no de otra. En la juventud de su padre las únicas computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Sólo había una por planeta.

Se llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo válvulas moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en una nave espacial y ocupar sólo la mitad del espacio disponible.

Jerrodd se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia Microvac personal era muchísimo más compleja que la antigua y primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del viaje hiperespacial e hizo posibles los viajes a las estrellas.

– Tantas estrellas, tantos planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos nosotros ahora.

– No siempre -respondió Jerrodd, con una sonrisa-. Todo esto terminará algún día, pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas se extinguen, ¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía.

– ¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda.

– Entropía, querida, es sólo una palabra que significa la cantidad de desgaste del universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot walkietalkie, ¿recuerdas?

– ¿No puedes ponerle una nueva unidad de energía, como a mi robot?

– Las estrellas son unidades de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más unidades de energía.

Jerrodette I lanzó un chillido de inmediato.

– No las dejes, papá. No permitas que las estrellas se extingan.

– Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine, exasperada.

– ¿Cómo podía saber que iba a asustarla? -respondió Jerrodd también en un susurro.

– Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.

– Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán. -(Jerrodette II ya se estaba echando a llorar, también).

Jerrodd se encogió de hombros.

– Ya está bien, queridas. Le preguntaré a Microvac. No se preocupen, ella nos lo dirá.

Le preguntó a la Microvac, y agregó rápidamente:

– Imprimir la respuesta.

Jerrodd retiró la delgada cinta de celufilm y dijo alegremente: – Miren, la Microvac dice que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen.

Jerrodine dijo:

– Y ahora, niñas, es hora de acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.

Jerrodd leyó las palabras en el celufilm nuevamente antes de destruirlo: datos insuficientes para respuesta esclarecedora

Se encogió de hombros y miró el visiplato. El X-23 estaba cerca.

VJ-23X de Lameth miró las negras profundidades del mapa tridimensional en pequeña escala de la Galaxia y dijo:

– ¿No será una ridiculez que nos preocupe tanto la cuestión?

MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza.

– Creo que no. Sabes que la Galaxia estará llena en cinco años con el actual ritmo de expansión.

Los dos parecían jóvenes de poco más de veinte años. Ambos eran altos y de formas perfectas.

– Sin embargo, dijo VJ-23X- me resisto a presentar un informe pesimista al Consejo Galáctico.

– Yo no pensaría en presentar ningún otro tipo de informe. Tenemos que inquietarlos un poco. No hay otro remedio.

VJ-23X suspiró.

– El espacio es infinito. Hay cien billones de galaxias disponibles.

– Cien billones no es infinito, y cada vez se hace menos infinito. ¡Piénsalo! Hace veinte mil años, la humanidad resolvió por primera vez el problema de utilizar energía estelar, y algunos siglos después se hicieron posibles los viajes interestelares. A la humanidad le llevó un millón de años llenar un pequeño mundo y luego sólo quince mil años llenar el resto de la Galaxia. Ahora la población se duplica cada diez años…

VJ-23X lo interrumpió.

– Eso debemos agradecérselo a la inmortalidad.

– Muy bien. La inmortalidad existe y debemos considerarla. Admito que esta inmortalidad tiene su lado complicado. La galáctica AC nos ha solucionado muchos problemas, pero al resolver el problema de evitar la vejez y la muerte, anuló todas las otras cuestiones.

– Sin embargo no creo que desees abandonar la vida.

– En absoluto -saltó MQ-17J, y luego se suavizó de inmediato-. No todavía. No soy tan viejo. ¿Cuántos años tienes tú?

– Doscientos veintitrés. ¿Y tú?

– Yo todavía no tengo doscientos. Pero, volvamos a lo que decía. La población se duplica cada diez años. Una vez que se llene esta galaxia, habremos llenado otra en diez años. Diez años más y habremos llenado dos más. Otra década, cuatro más. En cien años, habremos llenado mil galaxias; en mil años, un millón de galaxias. En diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?

VJ-23X dijo:

– Como problema paralelo, está el del transporte. Me pregunto cuántas unidades de energía solar se necesitarán para trasladar galaxias de individuos de una galaxia a la siguiente.

– Muy buena observación. La humanidad ya consume dos unidades de energía solar por año.

– La mayor parte de esta energía se desperdicia. Al fin y al cabo, nuestra propia galaxia sola gasta mil unidades de energía solar por año, y nosotros solamente usamos dos de ellas.

– De acuerdo, pero aún con una eficiencia de un cien por ciento, sólo podemos postergar el final. Nuestras necesidades energéticas crecen en progresión geométrica, y a un ritmo mayor que nuestra población. Nos quedaremos sin energía todavía más rápido que sin galaxias. Muy buena observación. Muy, muy buena observación.

– Simplemente tendremos que construir nuevas estrellas con gas interestelar.

– ¿O con calor disipado? -preguntó MQ-17J, con tono sarcástico.

– Puede haber alguna forma de revertir la entropía. Tenemos que preguntárselo a la Galáctica AC.

VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J sacó su contacto AC del bolsillo y lo colocó sobre la mesa frente a él.

– No me faltan ganas -dijo-. Es algo que la raza humana tendrá que enfrentar algún día.

Miró sombríamente su pequeño contacto AC. Era un objeto de apenas cinco centímetros cúbicos, nada en sí mismo, pero estaba conectado a través del hiperespacio con la gran Galáctica AC que servía a toda la humanidad y, a su vez era parte integral suya.

MQ-17J hizo una pausa para preguntarse si algún día, en su vida inmortal, llegaría a ver la Galáctica AC. Era un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de energía que contenía la materia dentro de la cual las oleadas de los planos medios ocupaban el lugar de las antiguas y pesadas válvulas moleculares. Sin embargo, a pesar de esos funcionamientos subetéreos, se sabía que la Galáctica AC tenía mil diez metros de ancho.

Repentinamente, MQ-17J preguntó a su contacto AC:

– ¿Es posible revertir la entropía?

VJ-23X, sobresaltado, dijo de inmediato:

– Ah, mira, realmente yo no quise decir que tenías que preguntar eso.

– ¿Por qué no?

– Los dos sabemos que la entropía no puede revertirse. No puedes volver a convertir el humo y las cenizas en un árbol.

– ¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.

El sonido de la Galáctica AC los sobresaltó y les hizo guardar silencio. Se oyó su voz fina y hermosa en el contacto AC en el escritorio. Dijo: datos insuficientes para respuesta esclarecedora.

VJ-23X dijo:

– ¡Ves!

Entonces los dos hombres volvieron a la pregunta del informe que tenían que hacer para el Consejo Galáctico.

La mente de Zee Prime abarcó la nueva galaxia, con un leve interés en los incontables racimos de estrellas que la poblaban. Nunca había visto eso antes.

¿Alguna vez las vería todas? Tantas estrellas, cada una con su carga de humanidad… una carga que era casi un peso muerto. Cada vez más, la verdadera esencia del hombre había que encontrarla allá afuera, en el espacio.

¡En las mentes, no en los cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los planetas, suspendidos sobre los eones. A veces despertaban a una actividad material, pero eso era cada vez más raro. Eran pocos los individuos nuevos, que nacían para unirse a la multitud increíblemente poderosa, pero, ¿qué importaba? Había poco lugar en el universo para nuevos individuos.

Zee Prime despertó de su ensoñación al encontrarse con los sutiles manojos de otra mente.

– Soy Zee Prime. ¿Y tú?

– Soy Dee Sub Wun. ¿Tu galaxia?

– Sólo la llamamos Galaxia. ¿Y tú?

– Llamamos de la misma manera a la nuestra. Todos los hombres la llaman Galaxia a su galaxia, y nada más. ¿Por qué será?

– Porque todas las galaxias son iguales.

– No todas. En una galaxia en particular debe de haberse originado la raza humana. Eso la hace diferente.

Zee Prime dijo:

– ¿En cuál?

– No sabría decirte. La Universal AC debe estar enterada.

– ¿Se lo preguntamos? De pronto tengo curiosidad por saberlo.

Las percepciones de Zee Prime se ampliaron hasta que las galaxias mismas se encogieron y se convirtieron en un polvo nuevo, más difuso, sobre un fondo mucho más grande. Tantos cientos de billones de galaxias, cada una con sus seres inmortales, todas llevando su carga de inteligencias, con mentes que vagaban libremente por el espacio. Y sin embargo una de ellas era única entre todas por ser la Galaxia original. Una de ellas tenía en su pasado vago y distante, un período en que había sido la única galaxia poblada por el hombre.

Zee Prime se consumía de curiosidad por ver esa galaxia y gritó:

– ¡Universal AC! ¿En qué galaxia se originó el hombre?

La Universal AC oyó, porque en todos los mundos tenía listos sus receptores, y cada receptor conducía por el hiperespacio a algún punto desconocido donde la Universal AC se mantenía independiente.

Zee Prime sólo sabía de un hombre, cuyos pensamientos habían penetrado a distancia sensible de la Universal AC, y sólo informó sobre un globo brillante, de sesenta centímetros de diámetro, difícil de ver.

– ¿Pero cómo puede ser eso toda la Universal AC? -había preguntado Zee Prime.

La mayor parte -fue la respuesta- está en el hiperespacio. No puedo imaginarme en qué forma está allí.

Nadie podía imaginarlo, porque hacía mucho que había pasado el día- y eso Zee Prime lo sabía- en que algún hombre tuvo su parte en construir la Universal AC.

Cada Universal AC diseñaba y construía a su sucesora. Cada una, durante su existencia de un millón de años o más, acumulaba la información necesaria como para construir una sucesora mejor, más intrincada, más capaz en la cual dejar sumergido y almacenado su propio acopio de información e individualidad.

La Universal AC interrumpió los pensamientos erráticos de Zee Prime, no con palabras, sino con directivas. La mentalidad de Zee Prime fue dirigida hacia un difuso mar de Galaxias donde una en particular se agrandaba hasta convertirse en estrellas.

Llegó un pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro.

Ésta es la galaxia original del hombre

Pero era igual, al fin y al cabo, igual que cualquier otra, y Zee Prime resopló de

desilusión.

Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a Zee Prime, dijo de pronto:

– ¿Y una de estas estrellas es la estrella original del hombre?

La Universal AC respondió: la estrella original del hombre, se ha hecho nova. Es una enana blanca..

 

– ¿Los hombres que la habitaban murieron? -preguntó Zee Prime, sobresaltado y sin pensar.

La Universal AC respondió:

Como sucede en estos casos, un nuevo mundo para sus cuerpos físicos fue construido en el tiempo.

– Sí, por supuesto -dijo Zee Prime, pero aún así lo invadió una sensación de pérdida. Su mente dejó de centrarse en la Galaxia original del hombre, y le permitió volver y perderse en pequeños puntos nebulosos. No quería volver a verla.

Dee Sub Wun dijo:

– ¿Qué sucede?

– Las estrellas están muriendo. La estrella original ha muerto.

– Todas deben morir. ¿Por qué no?

– Pero cuando toda la energía se haya agotado, nuestros cuerpos finalmente morirán, y tú y yo con ellos.

– Llevará billones de años.

– No quiero que suceda, ni siquiera dentro de billones de años. ¡Universal AC!

¿Cómo puede evitarse que las estrellas mueran?

Dee Sub Wun dijo, divertido:

– Estás preguntando cómo podría revertirse la dirección de la entropía.

Y la Universal AC respondió:

Todavía hay datos insuficientes para respuesta esclarecedora.

Los pensamientos de Zee Prime volaron a su propia galaxia. Dejó de pensar en

Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podría estar esperando en una galaxia a un trillón de años luz de distancia, o en la estrella siguiente a la de Zee Prime. No importaba.

Con aire desdichado, Zee Prime comenzó a recoger hidrógeno interestelar con el cual construir una pequeña estrella propia. Si las estrellas debían morir alguna vez, al menos podrían construirse algunas.

El Hombre, mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un trillón de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando, tranquilo e incorruptible, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se fusionaban libremente entre sí, sin distinción.

El Hombre dijo:

– El universo está muriendo.

El Hombre miró a su alrededor a las galaxias cada vez más oscuras. Las estrellas gigantes, muy gastadoras, se habían ido hace rato, habían vuelto a lo más oscuro de la oscuridad del pasado distante. Casi todas las estrellas eran enanas blancas, que finalmente se desvanecían.

Se habían creado nuevas estrellas con el polvo que había entre ellas, algunas por procesos naturales, otras por el Hombre mismo, y también se estaban apagando.

Las enanas blancas aún podían chocar entre ellas, y de las poderosas fuerzas así liberadas se construirían nuevas estrellas, pero una sola estrella por cada mil estrellas enanas blancas destruidas, y también éstas llegarían a su fin.

El Hombre dijo:

– Cuidadosamente administrada y bajo la dirección de la Cósmica AC, la energía que todavía queda en todo el universo, puede durar billones de años. Pero aún así eventualmente todo llegará a su fin. Por mejor que se la administre, por más que se la racione, la energía gastada desaparece y no puede ser repuesta. La entropía aumenta continuamente.

El Hombre dijo:

– ¿Es posible no revertir la entropía? Preguntémosle a la Cósmica AC.

La AC los rodeó pero no en el espacio. Ni un solo fragmento de ella estaba en el espacio. Estaba en el hiperespacio y hecha de algo que no era materia ni energía.

La pregunta sobre su tamaño y su naturaleza ya no tenía sentido comprensible para el Hombre.

– Cósmica AC -dijo el Hombre- ¿cómo puede revertirse la entropía?

La Cósmica AC dijo:

Los datos son todavía insuficientes para respuesta esclarecedora.

El Hombre ordenó: – Recoge datos adicionales.

La Cósmica AC dijo:

Lo haré. Hace cientos de billones de años que lo hago. Mis predecesores y yo hemos escuchado muchas veces esta pregunta. Todos los datos que tengo siguen siendo insuficientes.

– ¿Llegará el momento -preguntó el Hombre- en que los datos sean suficientes o el problema es insoluble en todas las circunstancias concebibles?

La Cósmica AC respondió:

Ningún problema es insoluble en todas las circunstancias concebibles.

El Hombre preguntó:

– ¿Cuándo tendrás suficientes datos como para responder a la pregunta?

La Cósmica AC respondió:

Los datos son todavía insuficientes para respuesta esclarecedora.

– ¿Seguirás trabajando en eso? -preguntó el Hombre.

La Cósmica AC respondió:

– SÍ. El Hombre dijo:

– Esperaremos.

Las estrellas y las galaxias murieron y se convirtieron en polvo, y el espacio se volvió negro, después de tres trillones de años de desgaste. Uno por uno, el Hombre se fusionó con la AC, cada cuerpo físico perdió su identidad mental en forma tal que no era una pérdida sino una ganancia.

La última mente del Hombre hizo una pausa antes de la fusión, contemplando un espacio que sólo incluía la borra de la última estrella oscura y nada aparte de esa materia increíblemente delgada, agitada al azar por los restos de un calor que se gastaba, asintóticamente, hasta llegar al cero absoluto.

El Hombre dijo:

– AC, ¿es éste el final? ¿Este caos no puede ser revertido al universo una vez más? ¿Esto no puede hacerse?

AC respondió:

Los datos son todavía  insuficientes para respuesta esclarecedora.

La última mente del Hombre se fusionó y sólo AC existió en el hiperespacio.

La materia y la energía se agotaron y con ellas el espacio y el tiempo. Hasta AC existía solamente para la última pregunta que nunca había sido respondida desde la época en que dos técnicos en computación medio alcoholizados, tres trillones de años antes, formularon la pregunta en la computadora que era para AC mucho menos de lo que para un hombre el Hombre.

Todas las otras preguntas habían sido contestadas, y hasta que esa última pregunta fuera respondida también, AC no podría liberar su conciencia. Todos los datos recogidos habían llegado al fin. No quedaba nada para recoger. Pero toda la información reunida, todavía tenía que ser completamente correlacionada y unida en todas sus posibles relaciones.

Se dedicó un intervalo sin tiempo a hacer esto.

Y sucedió que AC aprendió cómo revertir la dirección de la entropía. Pero no había ningún Hombre a quien AC pudiera dar una respuesta a la última pregunta. No había materia. La respuesta -por demostración- se ocuparía de eso también.

Durante otro intervalo sin tiempo, AC pensó en la mejor forma de hacerlo.

Cuidadosamente, AC organizó el programa. La conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un universo y pensó en lo que en ese momento era el caos. Paso a paso, había que hacerlo.

Y AC dijo:

¡Hágase la luz!

Y la luz se hizo…

Isaac Asimov (1920-1992), escritor y bioquímico, nació en Petróvichi Bielorrusia, nacionalizado estadounidense, fue un prolífico y exitoso autor de Ciencia Ficción, historia y divulgación científica, escribió más 500 títulos. Desde  1981 el asteroide 5020, lleva su nombre en su honor.

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Narración interplanetaria (1810)

Un relato de ciencia-ficción de principios del siglo XIX.

Este extraordinario cuento apareció en el Diario de México en julio de 1810. Su autor anónimo, siguiendo el estilo del legendario Cyrano de Bergerac, describe las complicadas relaciones entre los moradores de distintos planetas.

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«Homenaje al cometa Halley». Grabado de Felipe Lamadrid

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Los moradores del globo de Júpiter, gente muy resuelta y determinada, tuvieron valor para viajar por los aires y llegar al globo de la Luna, de donde sacaron inmensa cantidad de plata.

Los habitantes de Saturno, en donde el estaño se cría con abundancia, celosos de la feliz empresa de los de Júpiter, dijeron entre sí: “Pues nosotros abundamos en estaño, hagamos varias invenciones de él y las trocaremos por los metales preciosos que tienen los de Júpiter.”

Estos se dejaron seducir de tal manera con la hermosura y comodidad de estas invenciones que no sólo les daban los tesoros que habían traído de sus peregrinaciones, sino aun los frutos de su propio planeta.

Los habitantes de Júpiter estuvieron mucho tiempo admirados de hallarse pobres, cuando eran dueños de casi todas las riquezas; pero una mutación extraña corrió el velo a éste tan bonito engaño, y desde entonces dizque comenzaron a gastar lo superfluo en mantener a sus naturales.

Cuando los moradores de Júpiter comenzaban a practicar tan bellas reformas, se entrometió en el gobierno un aparecido príncipe, con un sobrenombre ridículo y demasiado necio, pues creyó que necesitaba de los que vivían en el planeta Mercurio para hacer felices a los de Júpiter, sólo por la oposición que aquéllos tienen con los de Saturno.

El tal ministro sabía muy bien que los de Mercurio padecían una lepra que consistía en unas manchas relucientes pero demasiado apestosas, que (supongo serían como pescado ahumado) provenían de unas exhalaciones del planeta Venus, por acercarse demasiado al Sol, había despedido sobre ellos.

Entraron pues los de Mercurio al planeta Júpiter y en breve tiempo contagiaron innumerables ciudades: ya no se hablaba de reformas: innumerables hospitales eran los que se disponían para curarse; pero siempre empeoraban, porque los de Mercurio no cesaban de venir y entrometerse.

Cuando hete aquí que se aparece un terrible cometa con una formidable cola, que despidiendo un calor excesivo mataba a todos los que se hallaban contagiados y aun lastimaba a algunos sanos. Duró poco este cometa infernal, porque con un movimiento retrógrado volvió hacia el norte.

De aquí nació una revolución, pues los de Júpiter trataban no sólo de separar los buenos y los sanos de los enfermos, sino también de echar fuera del reino a los de Mercurio; pero éstos, más astutos, se habían robado ya (se entiende con qué fin) al jovencito rey, que aunque sano, visitaba casualmente un hospital de los apestados: se lo llevaron hasta Mercurio, y con él a otros enfermos de mucha consideración.

Los que han quedado no saben el camino hasta su planeta, y ahora para huir se guían por un satélite pequeño o fósforo, que dejó el cometa; pero se va apagando mucho, apenas da luz, y si los moradores de Júpiter siguen con firmeza el plan que se han propuesto y empezado, pronto se hallarán libres y sanos.

Sus mejores astrónomos creen que el cometa va a hacer una órbita excéntrica y que no puede sino volver después de mucho tiempo, o quizá nunca, porque han sabido que disminuye su mole. No les queda otra cosa que hacer a los de Júpiter sino cuidarse de los contagiados, unirse con los sanos y tener firmeza.

 

 

 

 

El Dieciocho de mayo

Carlos Toro

(1910)

Imagen: “El cometa Halley” óleo sobre tela. Tina Monteverde

El día dieciocho del actual la cauda del cometa Halley, cargada de emanaciones de cianógeno, barrerá la tierra acabando con toda la vida animal en ella existente.

(La prensa de mayo de 1910)

Introducción a  El dieciocho de mayo

 

El cometa Halley recibió su nombre a raíz de que, en el año 1759, gracias a los cálculos del astrónomo inglés Edmond Halley (1656-1742), siguiendo las teorías científicas de Newton, la comunidad astronómica aceptó que era un astro que aparecía con una periodicidad de 76 años -periodo que ahora sobemos fluctúa entre 75 y 76 años-. Con la debida explicación científica, fue menos sorpresiva su aparición en 1835, aunque las creencias catastrofistas del vulgo, como siempre, fueron más difíciles de erradicar, si es que alguna vez lo fueron.

Para la visita del cometa en 1910, los preparativos de astrónomos profesionales y aficionados incluyeron las primeras fotografías del fenómeno celeste, que se verían beneficiadas por su mayor cercanía orbital, y el hecho de que el 18 de mayo su cauda saludaría como velo invisible la superficie terrestre. Este último evento disparó la alarma, aún entre la población ilustrada, acerca de la proximidad del fin de la vida en el planeta cuando algunos periódicos hicieron correr la noticia de que el gas de cianógeno que contenía bastaría para que las masas cayeran cual moscas fumigadas, aunque los astrónomos de renombre informaron que la proporción serio tan difusa que se desvanecería sin consecuencias junto con el cometa en la bóveda celeste.

En nuestro país, inconsciente de que el régimen de Porfirio Díaz llegaba a su ocaso, algunos periódicos como El Imparcial, publicaron artículos, en mayo de 1910, que respaldaron las teorías apocalípticas con motivo de la próxima visita del cometa. En lugar de agonizar, hacia la madrugada, por el oriente, entre los meses de abril y mayo, los mexicanos pudieron admirar el astro vagabundo en todo su extraordinario brillo y dimensiones con una cola que parecía infinita. Poco después del estallido de la Revolución, en noviembre, los juglares del pueblo recordaron el fenómeno astronómico que con un semestre de anticipación, según decían, había anunciado la revuelta con estas palabras de un corrido revolucionario: «Cometa, si hubieras sabido / lo que venias anunciando, / nunca hubieras salido / por el cielo relumbrando; / no tienes la culpa tú, / mi Dios, que te lo ha mandado.»

Por las fechas en que todo esto sucedía, el periodista oriundo de Zacatecas, Carlos Toro (1875-1914), publicó «El Dieciocho de Mayo», cuento en el que recupera, como una fotografía del pensar y el sentir de aquel momento, la atmósfera de inquietud y los intentos desesperados por buscar una salida frente a la inminente catástrofe natural.

Es muy poco lo que sabemos de Carlos Toro. Fue un escritor y periodista que colaboró en El Universal, El Imparcial, El País y El Tiempo. Sufrió prisión por escribir contra el gobierno porfirista y por el mismo motivo fue perseguido en su estado natal. En su novela La cárcel de Belén (que apareció póstumamente, en 1932), reflejó el más crudo retrato de la realidad que le tocó en suerte vivir: «La cárcel es una gran escuela… En ella se ve el reverso de la sociedad, como el de una tapicería, y se aprende cómo está ella tramada y de qué materiales se encuentra construida». Fuera de la prisión, sin embargo, existía un malestar social entre personalidades como la suya, que no lograban comprender el desarrollo desigual del país salvo en algunos aspectos materiales y en beneficio de unos pocos, como también escribió:

Nuestra época de brutal progreso material no ha procurado, ni siquiera por simulación, desarrollar los espíritus; por el contrario, les ha mustiado y empequeñecido, pisoteando todas las flores sin atender a que ellas representaban los frutos de mañana; ha mancillado el árbol hasta la cima, pretendiéndolo abonar y ahogándolo, en realidad, en una sepultura de fango, matando su savia y destruyendo sus raíces.

Se ha asentado, como máxima fundamental, que la vida es negocio; se ha reído de los que se atrevían a pedir justicia en nombre del espíritu; se ha ultrajado a todos los que no piensan únicamente en acumular oro.

Ante el poder y la riqueza, la virtud se ha llamado necedad; el talento, soberbia; la justicia, rebelión.

Mientras otros personajes buscaron el remedio al estado de cosas con el movimiento que ahora conocemos como Revolución mexicana, Carlos Toro siguió luchando con la pluma en lugar de empuñar el fusil. También fue autor de La fórmula Díaz-Corral y el porvenir de la República (1913), La caída de Madero por la revolución Felicista (1913), la novela Vencedores y vencidos (1918) y Pedruscos recogidos en la sombra (1938). En sus visitas a Zacatecas y Aguascalientes, y en sus retiros a algunas haciendas del interior del país, escribió muchos otros trabajos, los cuales siguen inéditos, entre ellos, una biografía de Miguel Hidalgo, varias poesías y una novela de ciencia ficción titulada México en el año 3000, aunque ésta y muchos otros escritos no han sido localizados todavía. La Secretaría de Educación Pública reunió gran parte de sus obras cortas y las publicó con el título de El miedo (algunos cuentos), (1947), de donde hemos tomado este trabajo.

Miguel Ángel Fernández Delgado

INEHRM

(Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México)

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El Dieciocho de Mayo

Carlos Toro

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(Una gran mancha de sangre oculta y borra las primeras líneas del manuscrito.)

Lunes   16.-   ayer fuimos a pasear Marina y yo por Chapultepec…………  inútil…………  pobre obrero y de Marina cuya belleza que las sedas y los encajes harían casi sublime, pasa inadvertida en las galas humildes de su pobreza… una voz formidable dentro de mi gritaba: «¡tres días, sólo tres días y tus humillaciones tendrán el más terrorífico desquite que pueda haber soñado el rencor humano!» Dentro de tres días estaremos solos… solos ¡en la inmensa ciudad cubierta de cadáveres!

Y al regreso, apretados en la plataforma del tren, entre burgueses despreciativos; ofendidos por miradas hostiles para mí, codiciosas e insultantes para ella, una sonrisa, una serena y altiva sonrisa de felicidad que hacia volver el rostro a más de cuatro que de seguro me creían ebrio, vagaba por mis labios…

Martes 17.- Hoy he hecho la última prueba, la decisiva. Una sola hendidura, un orificio pequeño como la punta de un alfiler y mi plan fracasaba por completo; pero la obra es perfecta, y después de haber visto muertos en la cámara a los dos gatos que había encerrado antes de hacer el vacío en ella, la segundad del triunfo me ha visitado. Es cierto que el lugar es estrecho e incómodo, pero albergará bastante bien a dos personas, ¡A más de que se trata únicamente de unas cuantas horas de molestia a trueque de ser dueños de la ciudad!

Después de la prueba del vacío, he hecho la contraria. En el cuarto que contiene la cámara he encendido dos braseros, tras de cerrarlo herméticamente, y luego me he introducido en aquélla inyectando el oxigeno con la bomba. También esta prueba ha salido perfecta. ¡Ya nada podrá detenerme!

Marina no sabe nada; es necesario que lo ignore todo hasta después del éxito; si no fuera así, tal vez su pobre alma tímida de mujer se horrorizaría y no querría consentir en la gloriosa prueba.

Le he dicho, al contrario que, puesta que la muerte es irremisible, debemos afrontarla serena y alegremente: que nuestros dos cadáveres deben permanecer juntos hasta que el globo terrestre desaparezca del espacio y ella, temblorosa de terror y de emoción, ha consentido en esa postrera noche de amor, que será por el contrario la primera de nuestra resurrección a una vida disforme y solitaria cuyo solo pensamiento extravía mi imaginación…

18 de Mayo.- Dormíamos los dos estrechamente unidos en el pequeño camarote, cuando Marina ha despertado medio sofocada, porque empezaba a faltar el oxigeno. ¡Ya era tiempo! Yo apenas he tenido el necesario para hacer funcionar la bomba, antes que estuviera agotada del todo la provisión de aire respirable. Marina, extrañada y asustada, me ha dicho: «¿qué haces?», y yo sin dejar mi tarea y un poco alarmado por el extraño silencio, le he contestado: «Ya lo sabrás luego». Una maravillosa quietud cuajada de estupores nos rodeaba. Parecía como si el mundo hubiese dejado de rodar en el vacío. La lámpara incandescente que había quedado ardiendo en el cuarto, alumbraba aún, pero, cosa extraña, su luz era de un violeta intenso y rojizo que lastimaba la vista. ¿Cómo saber si la hora del peligro había pasado?… Marina, sobrecogida por un presentimiento, sollozaba: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué no hemos muerto? ¿Iremos acaso a quedarnos solos… solos en el mundo?»

Temeroso de asustarla más, no quise contestar una palabra. La luz violeta de la lámpara seguía ardiendo con el pavoroso fulgor de una vela junta a un ataúd, pareciendo ser la única cosa viva en el aplastador silencio circundante. Si hubiera estado a mi alcance la habría apagado; pero aun no osaba salir a una atmósfera tal vez irrespirable.

Pasó algún tiempo (¿horas?, ¿minutos? No lo sé…) Marina seguía llorando acurrucada en un rincón, en un extravío de bestia castigada, inaccesible a ruegos ni razones, horrorizándose con la sospecha de que hubiera perdido el juicio, y la lámpara ardía iluminando con su mortuorio resplandor la estancia.

En un momento dado un furor de locura sacudió mi cerebro. ¡Que muramos nosotros también, y qué! Y con violento impulso rasgué con mi navaja una de las paredes de tafetán engomado del camarote. Una vaga sensación de opresión en los pulmones… ¡una especie de insoportable deslumbramiento al comprender que mí plan se había realizado!

Balbuciente, convulso, me volví a Marina y le grité:

-¡Estamos libres, solos, ricos!

Pero ella sin entenderme, ni tal vez oírme, aventuraba una mirada extraviada y un paso vacilante e incierto hacia la abertura del camarote.

Sosteniéndola por un brazo, en el que percibió mi mano los latidos de su pulso Febril, la hice salir de la habitación.

En la casa nada pareció haber cambiado. Un perrillo de lanas de la pariera simulaba dormir como siempre junio a la pileta, en medio del patio; en las puertas de algunas viviendas se veían los grupos familiares de los vecinos… pero, al acercarnos a ellos, los ojos de Marina se redondearon de espanto y un terrible grito salió de sus convulsos labios:

-Muertos… ¡todos muertos!…

Viendo que sus rodillas se doblaban, negándose a sostenerla, la tomé en mis brazos y salí con ella a la calle.

Singular era su aspecto. Los grupos de transeúntes, los coches, los automóviles, los tranvías aparecían como de ordinario, pero sin que se supiera por qué parecían como más pequeños, como derribados o Fundidos sobre si mismos. En algunos balcones colgaban hombres y mujeres con los brazos pendientes hacia lo calle, como títeres rotos por en medio del cuerpo. Otros sobre las banquetas habían caído a medias y se sostenían semejantes a camaradas ebrios. Los caballos de los trenes pareció como que hubiesen resbalado y que hicieran un impulso para levantarse; uno de ellos tendía el cuello hacia el cielo como si relinchase sin descanso… Un escalofrío agudísimo recorrió mi médula. Marina se había desmayado y yo, viendo su rostro exangüe con sombras azuladas, penetré en la taberna de la esquina. Dos bebedores habían quedado muertos jugando a los dados, los rostros caídos sobre la mesa dejando ver una sonrisa hinchada y el cantinero, de espaldas contra el escaparate de las botellas, miraba con sus ojos sin luz hacia la puerta, como si esperase parroquianos.

Venciendo mi temerosa repugnancia, alargué el brazo para coger una botella de cognac, le rompí el cuello contra la arista del mostrador y la acerqué a los labios entumidos de marina, haciéndola tragar a la Fuerza casi la mitad del contenido, sin que por eso diera señales de vida. Sin embargo, su corazón, aunque débilmente, latía junto a mi pecho y esto me confortaba en mi estupor.

Al salir de allí, con el automatismo de una resolución incrustada en mi cerebro muchos meses antes, tomé la dirección de las calles del centro, aquí los grupos de cadáveres eran más numerosos y compactos. Damas envueltas en ricos trajes de seda yacían por el suelo junto a papeleros y mendigos. Había ancianos caídos de bruces sobre el asfalto, niños reclinados contra la pared como si jugaran, mozalbetes de pie, sujetos a los barrotes metálicos de los aparadores, en el silencio y la quietud inconcebible de una ciudad poblada de inmóviles muñecos o fantasmas de rostros convulsionados, de mejillas vinosas, de grandes ojos saltados por la angustio o por el espanto…

Yendo sin rumbo, con mi inerte carga a cuestas, me daba prisa, como si acudiera a una cita imprescindible. Un centelleo de oro en el escaparate de un cambista detuvo mis miradas y con la Fiebre de una Fiesta sedienta, entré en la tienda, sin advertir apenas el cadáver de un cliente que sujetaba un billete con la diestra, ni el del patrono que le ofrecía un puñado de monedas con una escultural sonrisa de espectro; rompí de un puñetazo los crisoles y llené de oro mis bolsillos.

Sólo al salir de nuevo a la visión pesadillesca de la calle, advertí el tenebroso ridículo de mi acción. ¡Oro! ¿Para qué? ¡Mi correr apresurado! ¿Para qué? La función de lo riqueza, puramente social, había cesado para mi y mi compañera. El lujo, las joyas, cuanto constituye el orgullo de los opulentos, eran inútiles para dos seres aislados que no necesitan ya más que comer y abrigarse… V, mientras un sudor frío me inundaba el rostro, advertí que lo que buscaba sin darme cuenta de ello, eran seres humanos vivos…

¡Vivos! ¡Si como yo lo había querido ya no había nadie en la ciudad que respirara más que Marina y yo!

En ese momento, como disparos hechos contra mí tras de una esquina, los relojes de los templos y de las casas de comercio, comenzaron a tañer las doce del día.

Una angustia loca, un terror irrazonado de matoide (sic) me envolvió como un abrazo de hielo, y hubiera echado a correr aullando, si en ese mismo instante no abre Marina los ojos.

-¿Qué ha ocurrido? -fue la primera pregunta que vino a sus labios. Y yo, para evitar el desorden de su imaginación ante el espectáculo terrible, le cubrí el rostro con mi blusa, diciéndole:

-No es nada, calla… espera. Has estado mal.

Pero ella, con violento ademán, rasgó la blusa, miró la terrible quietud circundante y gañendo como una loba, se puso en pie de un salto y echó a correr sorteando los grupos de cadáveres.

Comenzó la persecución odiosa.

Ella corría, corría sin que cesara su lúgubre alarido que parecía llenar la ciudad muerta y yo excitado, jadeante, saltaba tras ella sin mirar dónde pisaba, aplastando al azar la faz de un niño o la mano entendida de una doncella.

Casi al llegar a mercaderes, Marina tropezó y cayó al suelo y en el instante estuve yo sobre ella sujetándola, estrechándola, exasperado.

-¿Por qué corres?, ¿qué tienes?- murmuraba con voz ronca.

-Quiero morir… ¡morir!-sollozaba ella mirando al cielo con ojos enjaulados.

Mis brazos no dejaron de apretar hasta que un sordo estertor sonó en la garganta de Marina. Entonces solté su cuerpo y éste se deslizó suavemente sobre el asfalto… ¡muerto!

Aquel cadáver añadido por mí a los millares de ellos que me rodeaban, me pareció que ocupaba el Universo. ¡Me había quedado solo, bajo el inmenso cielo!

Comencé a andar de aquí para allí, con la inseguridad del asesino que pretende ocultarse; evitando la mirada estupefacta de los muertos, y sin atreverme a volver el rostro, seguro de encontrar, si tal hiciera, las silenciosas carcajadas con que seguían el curso de mi fuga, hasta que por fin, fatigado y hambriento, llegué de noche a refugiarme en este barrio, abandonado, donde casi no hay cadáveres.

Escondido (¿De quién? De ellos, de los yertos cadáveres de mirada maligna), escondido en esta tienda solitaria de la que no salgo sino por las noches, he empezado a escribir la continuación de mis memorias de estos espantosos días. ¿Para quién? Para nadie… aunque tal vez la catástrofe no haya abarcado el mundo entero. ¡Quién sabe si dentro de algunos días, extranjeros, hombres de luengos países, vengan en busca de las riquezas que yo soñaba poseer, y encuentren en estos renglones la prueba que quiero darme a mi mismo de que mi razón que Flaqueara por un instante, no me ha abandonado en los últimos momentos de mi vida!

Y sin embargo, por las noches, cuando percibo la horrible peste de los cadáveres, que inficiona el ambiente, no puedo contenerme y salgo a aullar a la plazuela como una hiena hambrienta…

Ven, compañero, amigo, hermano… ¡Revólver… tú vas a libertarme!…

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Proyecto interdisciplinario de la Facultad de Humanidades de la UABC Tijuana, dedicada a experimentar con formatos, disciplinas, procesos y saberes desde la frontera.  Director Pepe Rojo

Para mayor información del proyecto, los autores y la ciencia ficción hecha en México, visita http://talleremedia.blogspot.com

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