Humberto Beck
Por medio de la lectura, podemos volver reconocibles, y por lo tanto susceptibles de ser plenamente vividos, a los nuevos entornos y circunstancias. Cuando alguien los lee por primera vez, los crea y configura para todos. Saber leer puede expresarnos, hacer que las cosas y el mundo y los demás, en vez de oprimirnos, nos hagan más libres. «La Creación continúa a través del hombre y de su radical aportación creadora que es la lectura», ha escrito Zaid. Las obras del hombre, sus lecturas que convierten una posibilidad abstracta en un hecho concreto, aumentan la realidad de la naturaleza. Leer creativamente es tener el genio para descubrir nuevas modalidades del ser y de lo humano; trazar nuevos caminos, hacer inteligibles nuevos territorios de la conciencia, la experiencia, la percepción: incrementar la vida y sus posibilidades.
La auténtica lectura es, nos dice Zaid, concelebración: la palabra comunicante como zona propensa a los encuentros felices. Los poemas, textos o situaciones susceptibles de lectura son como «plazas o jardines públicos», lugares habitables por muchos. En palabras de Heidegger, el lenguaje es la casa del ser; una casa que, a su vez, está formada por «seres de palabras», como los ha llamado Hugo Hiriart: poemas, saludos, encuentros, conversaciones. Si el hombre habita en esa casa del ser que es el lenguaje, los seres de palabras que la conforman habitan y son habitados, a su vez, en la lectura. Leer es habitar la casa del ser y, también, uno de los modos específicos en que el hombre está en el mundo. Para Zaid, la lectura es una actividad ontológica: el hombre es en tanto que lee; humaniza la naturaleza y las cosas al leerlas: él mismo es leyendo. «Las cosas su silencio llevan como su esquila», escribe Zaid en un poema titulado «Pastoral». Sí, las cosas por sí solas no tienen nombre, no imponen una lectura, guardan silencio, no se leen a sí mismas. Es el hombre, el «pastor del Ser», quien las lee. Sin esa lectura, las cosas no son enteramente, y el hombre mismo no existe del todo. Estar en el mundo es, quizás, el progresivo aprendizaje de este arte de nombrar: la aceptación de la fatalidad de esas lecturas inminentes.
En el universo conceptual de Zaid, la ética de la creatividad y su práctica por medio de la lectura desembocan en un replanteamiento del sentido de la originalidad. Decir, como Gide, que el origen de un texto siempre está en otro texto, es lo mismo que decir: el origen de todo texto es una lectura. La originalidad, entonces, no reside en la creación ex nihilo de una obra sino en la creatividad de una lectura, en la concepción de nuevas perspectivas para la lectura de un mismo texto. Esto es lo que sucede, precisamente, al continuar el acto de leer por otros medios. La lectura libre, activa, creadora, se extiende, por supuesto, en la vida, pero también mediante otros vehículos específicamente literarios, que pueden ser igualmente creadores, actos inspirados.
Es en este sentido que para Zaid la crítica, la edición, la traducción, las antologías, y aun la escritura misma, no son, esencialmente, más que diversos modos y grados de lectura. Escribir es una manera particularmente activa de leer que, físicamente, produce nuevos textos; la crítica, por su parte, es una forma de lectura, más profunda, educada, perspicaz: el libre ejercicio de la capacidad de evaluar e interpretar textos y obras. Del mismo modo, editar supone, de manera esencial, poner en práctica la facultad de leer creativamente, escogiendo aquello que deba entrar a la conversación y pueda estimular la creatividad de los demás, generando el ambiente propicio para leer y escribir. Desde esta perspectiva, la actividad literaria de críticos y editores se puede comprender como el trabajo del lector que, en el acto de leer dinámicamente, interviene en las obras leídas: las transforma, reacomoda, resignifica, en relación con otras obras y la vida misma.
Esta naturaleza inspirada de la lectura y sus posibles extensiones puede ilustrarse con el ejemplo de las antologías. Las antologías son lecturas creadoras que pueden modificar por entero el modo en que se concibe y se lee una literatura. Una antología puede configurar, transfigurar y desfigurar; crear, alterar y destruir cánones, escuelas y movimientos: cambiar el rostro de todo un ámbito de la cultura. Toda antología es una filosofía de la historia de una literatura; posee una teleología literaria implícita, que descubre (o encubre) el desarrollo de un autor, un género, un tema. Hacer antologías, como hacer crítica y editar, es un acto creador, una acción que puede armar o desarmar universos literarios; reflejar una cultura, pero también transformarla. Toda antología de la literatura mexicana, por ejemplo, es una interpretación, una crítica y un juicio de la literatura mexicana, la propuesta de un modo de su lectura. Toda antología de la poesía mexicana es una teoría de la poesía mexicana, y, si es particularmente buena, no sólo su retrato sino su recreación. Del mismo modo, un crítico, mediante el deslinde, la selección, el descarte y la organización de obras y autores, puede instaurar o suprimir una obra, un autor, una época: elogiarla o redescubrirla, pasarla por alto o ningunearla. Es, en todo el sentido de la palabra, un autor. La lectura, por medio de la crítica, no hace sólo una descripción de la cultura, sino que la produce e instituye; no es representación sino creación.
Por eso, incluir una antología en el plan de unas obras completas, como lo ha hecho Zaid con su Omnibus de poesía mexicana, es un acto de audacia editorial-intelectual, moral-, que es al mismo tiempo la enunciación práctica de una teoría de la cultura y del autor: las antologías -esas lecturas atentas, críticas, cuidadosas, vueltas hecho editorial- son tan obra, tan ejercicio de autoridad, como un poema o un ensayo. Son tan lecturas como cualquier otro texto y, en ese sentido, también son escritura. Un hecho tan intrépido que es probablemente el equivalente, para el mundo editorial, de la exposición de una rueda de bicicleta como obra de autor en una galería.
Por su filosofía de la lectura y su ética de la creatividad, Gabriel Zaid se inserta en la genealogía de la idea vanguardista del crítico y el editor como artistas, legítimas figuras del autor. Una estirpe que surge con Marcel Duchamp, se prolonga en los métodos de composición literaria de autores como Ezra Pound o T. S. Eliot, y en las décadas recientes penetra en los terrenos de la cultura popular mediante la ética y estética de los Dj y la música electrónica.
Debemos a Marcel Duchamp la introducción de una nueva forma de concebir la autoría: una nueva ética de la creación y de los materiales de la creación. A partir de su aparición fulminante en la historia del arte, del fecundo escándalo de las ruedas de bicicleta, tan artista es, o por lo menos puede llegar a ser, quien pinta un lienzo como quien escoge una serie de cuadros y los coloca en cierto orden. El solo gesto de escoger ciertas obras o fragmentos de obras y colocados juntos otorgándoles un cierto sentido ya es, en sí mismo, un objeto de arte por virtudes propias; un acto de creación, aunque sea en segundo grado, pero creación al final de cuentas. La naturaleza artística de estas operaciones aparentemente ajenas a la actividad creativa o la originalidad reside en el hecho de ser, precisamente, actos de lectura.
Esa búsqueda artística de vanguardia iniciada por Duchamp ha desembocado en el reconocimiento legítimo de las labores del crítico, el editor, el curador, como operaciones creadoras: un verdadero alumbramiento puede producirse a partir de la manipulación imaginativa de las obras ajenas. Aunque se trata de procedimientos milenarios, quizás tan viejos como el arte y la poesía, fue hasta el siglo XX cuando se adquirió una conciencia clara del palimpsesto, la cita y la edición como métodos específicos de creación.
Esta concepción extendida de la originalidad se corresponde en la actualidad con la figura del Dj, esa suerte de maestro de ceremonias que preside y anima fiestas y reuniones musicales, escogiendo y editando ritmos, ciclos, mezclas, muestras de canciones, sonidos de películas, programas de televisión o la vida cotidiana. Para su actividad creativa, el Dj dispone de recursos afines, por ejemplo, al método de composición utilizado por T. S. Eliot en la Tierra Baldía: el corte, mezcla y edición de textos (o sonidos) escritos (o compuestos) por otros en tiempos y lugares muy distintos entre sí. Se puede decir, en este sentido, que, al escoger y manipular creativamente citas de la Divina Comedia o los Upanishads, Eliot «samplea» pasajes de obras ajenas para incorporarlos en su poema.
Sin provenir del surrealismo, el dadaísmo o cualquiera de sus incontables epígonos, sin haber militado en ninguna escuela o movimiento de la vanguardia o posvanguardia, las ideas de Gabriel Zaid se vinculan con estas temáticas esenciales de la cultura del siglo XX, compartiendo con ellas algunas intuiciones fundamentales que animan y dan unidad a su obra. La perspectiva de Zaid, sin embargo, se origina en otras fuentes, infinitamente más sencillas y más complejas a la vez: el sentido común, la poesía, la práctica, la lectura.
Extracto tomado del libro Gabriel Zaid. Lectura y conversación de Humberto Beck. Ed Jus, México 2004, pp. 26-31
http://www.up.edu.mx
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