Chapado a la antigua
Juan Rivera
Con periódicos sobre la mesa, entre notas rojas y cuentos políticos, me encuentro con la noticia de que México entero se ha unido en un mismo compromiso: canonizar al Vasco Aguirre si ganamos el mundial. Doy mi palabra que el mismísimo Benedicto XVI, ante una afición brava, celebrará la beatificación en el Estadio Azteca y cantará con mariachi. Qué regalo más grande para los héroes del Bicentenario que triunfar en la batalla del balompié internacional. Dicho está: México Campeón.
Si conseguimos la Copa del Mundo, habremos de ser la nación número uno en tres cosas distintas: en el futbol (claro está), en la lucha libre, y en obesidad. Puede ser que nos ganen los asiáticos en nanotecnología, los europeos en sistemas económicos, los africanos en diamantes, y los norteamericanos en seguridad nacional; pero a la hora de los penales, Cuauhtémoc se pone la verde; cuando las momias atacan, el Santo se lanza desde la tercera; y si de comida se trata, preparamos la taquiza.
Así es: las estadísticas de los diarios nos han enlistado como el país con más obesidad. Curioso es que mientras hay unos que apenas se ganan el pan, otros derrochan kilocalorías. Y es que no somos el mismo México de años atrás, con sus hábitos y costumbres.
Cada día hay más sopas instantáneas, y conservadores en la natura, y modificaciones genéticas a la semilla, y prisa en la sazón. En antaño, según las historias que he escuchado, el hogar era el fogón de la buena comida, del futbol mejor jugado, y de las victorias infinitas de enmascarados de Plata.
¿A qué viene todo esto? A que la comida es sólo un ejemplo de lo consumista del mercado, del alejamiento a lo tradicional, y de la báscula rota nacional.
Al hablar de una familia mexicana chapada a la antigua, nos llega la imagen irreversible de una casa densamente habitada con personajes muy definidos. Sin embargo, hay uno que guardaba (y lo sigue haciendo) el folclor y la sabiduría: la abuela. Todos tuvimos una viejita que preparaba el mejor platillo del mundo, y que era intrépida, y que tejía a gancho, y que resguardaba sus joyas, y que recordaba muchas historias de cuando los tiempos eran otros.
Elemental componente que es la abuela en la vida de cualquiera. Ya nos lo demostró Sara García al ser abuela del Cine mexicano de Oro; Úrsula Iguarán, líder moral entre el clan de los Buendía y sus cien años de soledad; y hasta nos lo deja claro nuestra barra ultratuza y su “abuelita de Batman, esta tarde venceremos’’.
Pues eran justamente esos ambientes de años atrás, en los que se vivía la rutina de casa bajo una filosofía muy humilde pero lógica, apoyándose en mil y un refranes viejos, y aprendiendo a pensar con simplicidad.
De ahí que esta mañana yo les venga a decir lo siguiente: cada quien adopta el sabor del caldo en el que se remoja.
Lo escuché alguna vez en una cocina con festines muy mexicanos y abundantes, a boca de la que habría de ser mi abuela, en medio de una conversación trivial. Como ésta, muchas frases eran las que se decían a modo de moraleja al finalizar la anécdota de una persona y su más reciente chisme.
Mucho tiene de cierto la frase: eres lo que te rodea.
Un niño que fue bautizado y guiado por el camino de Jesucristo nuestro señor y advertido de los pecados, habrá de apresurar el paso hacia la salida mientras lo persigue un pederasta lascivo. Del mismo modo que un rocanrolero no nadó en aguas religiosas ni deportivas, cada quien derrama la identidad su casa por la boca.
Ahí recae la importancia del tema que nos reúne hoy: la literatura en el contexto familiar.
Mucho influye el número de libreros y de pantallas de plasma que hay en una casa para el interés de cualquier joven en las páginas. Lo indicado sería que la familia no pensara que la literatura es para bichos raros con anteojos, sino para todo aquél que busque alargar su horizonte cultural y aplicarlo a la vida real. Porque, como la mayoría sabe, los libros son herramientas para prepararse en muchas situaciones: la literatura aporta lo necesario para entablar conversación con la rubia al final de la barra, para conocer de la vida al otro lado del planeta, para diseñar el plan perfecto y atracar un banco, para escribir la carta de despedida el día de tu fuga, para estimular la sensibilidad que cabe en el nombre de tu pareja, y para plasmar la idea que te mantiene despierto por las noches.
Otras veces, el verbo sólo sirve para matar carita.
En mi experiencia, les confieso que crecí en un núcleo en el que los libros siempre estuvieron presentes. Papá superhéroe escribía libros desde que yo tengo memoria. Las letras estaban ahí, en las pilas de textos enciclopédicos que parecían nunca terminar. Pero la presencia de la literatura era sólo didáctica y por mera curiosidad de leer las aventuras de Simbad, el marino. Cuando quise ser vaquero, porté sombrero, cuando quise ser astronauta, viajé a la vía láctea, cuando quise ser futbolista, pateaba el balón. Es decir, la lectura era una actividad más. Mantener a la literatura con cercanía no significa ser escritor, ni intelectual, ni persona aburrida, ni antisocial. La literatura es tan sólo un vicio nada más.
El que yo haya salido escritor, luego de retirarme de las canchas y de las odiseas espaciales, es un defecto y enfermedad que ya traía programado en mis entrañas desde el nacimiento. Así que me instruí poco a poco en las historias de los grandes novelistas, y fui abriendo libros que parecían imposibles, y fui perdiendo horas de sueño, y fui cayéndome en el torbellino pasional de las palabras.
Luego vinieron las recompensas: las muchachas que aceptaban el baile a cambio de dos versos mal rimados, y la facilidad de los ensayos preparatorianos, y las primeras cien cuartillas propias, y los discursos nerviosos como este, y los viajes, y las convicciones políticas, y la conjugación verbal ocupada como un revólver de alto calibre.
Es por eso que estoy convencido de que debemos cerrar en este preciso ahora las fábricas de sopas instantáneas.
Propongo que las familias mexicanas regresen al recetario de la abuela.
Paso 1: Cortar los vegetales frescos de los libros, y purgarlos de música pop del día.
Paso 2: Hervir a llama baja y a primera hora, el caldo de la mente de los niños. No pasarse de espuma ni de dificultad literaria.
Paso 3: Deshebrar la mala generalización de que los libros son renglones de la fastuosidad, y redefinirla como un juego de mesa donde el querer siempre le gana al poder.
Paso 4: Juntar todos los ingredientes en un recipiente con la mentalidad que no cierra una puerta tan fácil de abrir.
Así como en esta vida hay que saber de música clásica, se tiene que conocer también de mambos; desde el ying hasta el yang, del vino y del pulque, de las castañas y de las pelirrojas; también se tiene que conocer de la magia de las palabras. Es duro, lo sé. Nada más alto que la muralla de un libro que rebasa las mil páginas y está impreso con letra diminuta, que no tiene un avance ágil, que utiliza lenguaje extraterrestre, que simplemente es imposible. Para eso se tiene que empezar con una lectura sencilla y entretenida, particular para cada individuo.
Cada quien adopta el sabor del caldo en el que se remoja. Es verdad. Y como familia, y como ciudad, y como nación, tenemos que cocinar y preparar el brebaje rico para las nuevas generaciones. Con esto sabremos que un país lector es un país capaz de emitir juicios propios. Y aunque luego de leer un libro no lluevan ideas ni reflexiones de profundidad, por lo menos habremos ganado una frase cliché para cuando la circunstancia lo apremie.
Si todo esto falla, pues sólo la abuela lo logra, no nos veremos vencidos. Empezaremos el día con los periódicos sobre la mesa y, entre ataques marcianos y alianzas tricolores, encontraremos una noticia que nos levante el ánimo. La palabra tiene mucho poder, y ya todo México lo dijo: si ganamos el mundial, San Vasco Aguirre para presidente.
Gracias
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Texto leído en la mesa redonda Fomento a la lectura en el contexto familiar, celebrada en el Centro Cultural del ferrocarril, Pachuca Hidalgo, el 23 de abril de 2010.
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Juan Rivera es pachuqueño de corazón y de origen, nacido en el 92.
Ha escrito un centenar de cuentos más para él que para los demás, siendo ésta su modalidad literaria de preferencia. Se aventuró al teatro, y escribió y dirigió un par de obras con acento de Woody Allen y música de fondo de Sabina (que es como él dice vivir cada día).
Experimentó con la novela corta, lo que lo lanzó a que hoy mismo esté trabajando en su primera novela de largo alcance. Cuando el tiempo se lo permite, también estudia la preparatoria.
Ganó mención honorífica en el concurso preuniversitario Juan Rulfo 2009.
Premio Ricardo Garibay 2009 de Libro de cuentos por su trabajo “El lecho del mar”.
Libros: “Segunda del singular” (colaboración) Editorial Gobierno del Estado de Hidalgo. Cartas a Pachuca.
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